El último brasileño, de Santiago Segurola
Djalma Feitosa «Djalminha» nació en 1970. Hijo de Djalma Santos, defensa de la selección brasileña en los 60, fichó por el Flamengo cuando tenía 16 años.
Al fútbol español vino en el año 1997 y permaneció en el Deportivo de La Coruña durante 7 temporadas, en las que fueron la época dorada del equipo gallego: 1 título de Liga, 1 Copa y 2 Supercopas. Posteriormente jugó 3 años más en el fútbol mexicano.
El periodista deportivo Santiago Segurola dedicó este artículo en El País en el año 2000, tal vez la mejor temporada en su historia deportivista.
El último brasileño
Si Rivaldo es el futbolista brasileño por naturaleza, Djalminha es demasiado brasileño incluso en su país. Rivaldo se destapó en aquel gran Palmeiras de Edmundo, Zinho y Roberto Crlos. Luego, fichó por el Deportivo y posteriormente por el Barça.
En los dos equipos su sitio fue ocupado por Djalminha, hijo de un excelente defensa internacional en el Brasil de finales de los años sesenta y principios de los años setenta. No fue una época cualquiera. Djalma Dias coincidió con Pelé, Gerson, Tostao, Jairzinho, Clodoaldo y Rivelino, por citar unos cuantos inolvidables del fútbol. No se sabe el efecto que tuvieron aquellos virtuosos sobre el padre de Djalminha, pero lo cierto es que nadie se aproxima más que él a la idea del fútbol.
En una magnífica entrevista de Tomás Guasch a Iván de la Peña en el diario As, el ex jugador del Barça habla del juego con una carga dramática de lamento y nostalgia. De la Peña se siente decididamente ajeno al juego de hoy, como si no tuviera sitio en esta cultura de la represión y la táctica. Rivaldo sobrevive porque resulta difícil oponerse a su cuenta de goles. ¿Y Djalminha? Su caso se aproxima decididamente al de Iván de la Peña, con un factor que le beneficia en la comparación. Allí donde De la Peña, termina por rendirse a una especie de melancolía, Djalminha aparece como un artista arrogante, incapaz de condescender con aquellos que pretenden reprimirle.
Algo peligroso le sucede al juego cuando ni Brasil puede permitirse a Djalminha. No hay lugar en la selección para un espíritu libre, para un futbolista que se niega a aceptar el juego como algo hermético, sin alma ni brillo.
La idea que se desliza por ahí es que Djalminha representa al jugador estrictamente ornamental, cuya banalidad se festeja en los graderíos, a cambio de de representar un problema para la estabilidad del equipo en todos los órdenes. Nada más lejos de la realidad. Quizá le falte la contundencia de Rivaldo, pero probablemente le supere en valor para exigir las exigencias del fútbol. Después de su acreditada trayectoria en el Depor, pocos jugadores están más preparados que Djalminha para los partidos grandes, donde se mide de punta a cabo la fibra de los ganadores.
Pocos tienen tanto coraje para asumir responsabilidades, para buscar la victoria a través de la creatividad, para sorprender a los rivales a través de registros inesperados, para ofrecer alternativas novedosas al pesadísimo fútbol de hoy. El que se ha tragado De la Peña. Con Djalminha no puede.
Pocos jugadores reciben más palos de la crítica, de los rivales y de los árbitros. Por fortuna, a él le importa bien poco. Ha decidido ser fiel a sí mismo y a lo que le gusta. Y resulta que lo que le gusta también le satisface a la gente. No sólo eso. Además pone en cuestión la conducta represora que impide la aparición de más Djalminhas. Lo hace limpiando rivales, ganando partidos-el Madrid puede atestiguarlo-y dándose el gusto de ser más brasileño que nadie.
Fuente: El País, 14 de marzo de 2000