Entrevista Simón Lecue 1964
Ya hemos visto con anterioridad cómo Simón Lecue fue el primer internacional bético. Debutó precisamente el día en que la selección española hizo su debut en unos Campeonatos Mundiales de Fútbol, en el de 1934 en Italia frente a Brasil en Génova el 27 de mayo.
Intervendría días después en el partido de desempate contra la selección local italiana y en que los transalpinos se impusieron por 1 a 0, después de dos partidos harto difíciles y con un juego muy duro.
Treinta años después de estos partidos Simón Lecue rememora en esta entrevista publicada en Marca cómo España preparó el Mundial, con 3 partidos frente al equipo inglés del Sunderland, bajo los criterios del seleccionador Amadeo García Salazar, así como el traslado a Génova en barco, la concentración en Rapallo y las circunstancias que rodearon a los 3 primeros partidos de España en un Mundial.
Simón Lecue Andrade, natural de Arrigorriaga (Vizcaya), tiene en la actualidad cincuenta y dos años. Cronológicamente, claro está, treinta más de los que tenía aquel año de 1934 en que intervino como componente de la selección española en la fase final de los II Campeonatos del Mundo de Fútbol, jugados en Italia. Pero en Simón Lecue afloran estos recuerdos con idéntica nitidez que si hubieran sucedido hace treinta días solamente.
En su casa de la calle Alfonso XII he revivido con Lecue aquellas jornadas gloriosas del debut de España en u Campeonato del Mundo. España había jugado tres Olimpiadas (Amberes, París y Amsterdam), pero no acudió a Uruguay, donde se celebró con escasa asistencia de selecciones europeas el I Campeonato del Mundo en 1930. Así pues, que Simón Lecue vivió el debut español en un torneo que, con el tiempo, se ha convertido en el máximo certamen y expresión del universo fútbol, sin las cortapisas de las participaciones en este deporte dentro de las Olimpiadas.
Simón Lecue, hoy, no ha cambiado mucho en su aspecto físico de sus años triunfales. De tipo atlético, magro y enjuto, Simón ni siquiera peina canas en su ya menos poblada cabeza. Su rostro, bien sonrosado, no desfigura de aquel fino y estilizado jugador de suave y sutil pase de izquierda que combinaba con un certero y violento latigazo en sus tiros inesperados a puerta. Lecue no está muy distante en su aspecto físico de aquel brillante jugador que se inició en los equipos del colegio, descubierto por don Amadeo García Salazar para el Alavés, que brilló en el Betis grande de la anteguerra, en el Madrid con los Regueiros, y que prolongó sus grandes facultades en el Valencia y Zaragoza, donde colgó sus famosas botas para retornar a vivir en Madrid.
Para Lecue esto se sitúa aún cercano, porque se retiró a los treinta y siete años, todavía con facultades.
– Cuando me marché del fútbol, todavía corría más que nadie en el Zaragoza
Cuando comienza sus relato de aquellos Campeonatos, Lecue me dice que es imposible referirse a esa época sin citar siempre el nombre de don Amadeo, como familiarmente llamaban a García Salazar, seleccionador nacional en diversas campañas españolas.
– Yo no intervine en los dos primeros partidos eliminatorios con Portugal, resueltos fácilmente por España con victorias en Madrid (9-0) y Lisboa (1-2), sino ya en el mes de mayo, cuando don Amadeo comenzó su trabajo de preselección para Italia con los famosos partidos frente al Sunderland, que se jugaron en Bilbao, Madrid y Valencia. Para aquella concentración fuimos seleccionados Zamora y Nogués, guardametas; Ciriaco, Quincoces, Zabalo y Torregaray, defensas; Cilaurren, Muguerza, Marculeta, Pedro Regueiro, Solé y Fede, medios; y Vantolrá, Iraragorri, Lángara, Luis Regueiro, Gorostiza, Lafuente, Chacho, Campanal, Bosch y yo.
– ¿Cómo era don Amadeo en la labor de técnico?
– Un padre para todos. Un gran caballero en todos los sentidos y un técnico excepcional. Tenía tales dotes de intuición, conocimientos e inteligencia para el fútbol, que rara vez creo puedan darse en un conductor de jugadores. Más de la mitad del equipo lo conocían desde su infancia. A él debían muchos de ellos su descubrimiento como jugadores y su fama posterior. Era admirado por todos y con sus grandes dotes de persuasión extraía de ellos el máximo de rendimiento.
– Sin embargo, me parece recordar que aquellos encuentros de preparación con el cuadro británico suscitaron fuertes críticas…
– Sucedió que eran encuentros para que don Amadeo realizase sus cálculos, y no se quiso reconocer la clase incomparable de aquel Sunderland. No conseguimos ganarle un solo partido de los tres. Empatamos los de Bilbao y Madrid y perdimos el de Mestalla. Yo jugué en Chamartín, el día de San Isidro, y en Mestalla, donde marqué el único gol de la selección frente a los tres del Sunderland. Pero, repito, que no creo haya existido en aquella época un equipo de la clase del Sunderland. Aún recuerdan en Inglaterra aquel maravilloso guardameta, Thorpe, que por cierto murió años después de una patada recibida en un partido de campeonato en su país. Connor era otra gran figura. Un extremo con 50 kilos solamente, pero increíble en velocidad, astucia y remate. Pese a las críticas, aquellos partidos fueron una formidable piedra de toque para la puesta a punto de la selección.
– Tres días después de jugar en Mestalla, el 23 de mayo embarcamos en Barcelona para Génova. Por cierto, que en el mismo barco “Conte Biancamano”, viajaba también la expedición brasileña, primer rival en el torneo. Yo tenía veintidós años y la mayoría eran también unos críos. El viaje para muchos era todo un acontecimiento. Amanecer sobre el mar, frente a la Riviera, fue un espectáculo que ningunos nos perdimos. Al día siguiente ya estábamos en Génova. Nos instalaron en Rapallo, un lugar maravilloso de la Liguria italiana. Pero a la llegada nos daban todos por eliminados en el primer partido. Nosotros no prestábamos importancia a esto porque confiábamos plenamente en nuestras fuerzas. Sabíamos que Brasil, por muy fuerte que fuese, no sería superior al Sunderland. En Rapallo jugábamos al tenis y nos divertíamos con bromas y entrenamientos. El día 27, fecha señalada para el encuentro, marchamos a Génova.
– ¿Fue difícil la victoria sobre Brasil?
– Pudo serlo por la gran clase de los brasileños, pero España jugó un magnífico partido. El primer tiempo, sobre todo, fue una auténtica exhibición de nuestra selección. Recuerdo que al salir los equipos al estadio Marassi, Brasil lo hizo con una bandera desplegada con los colores de Italia, que portaban sus jugadores, gesto que fue muy aplaudido. A España o porque la temían, o porque no era favorita, la recibieron con “división de opiniones”. El estadio genovés estaba a rebosar. Era un campo antiguo en el que cabrían a lo sumo unas veinticinco o treinta mil personas, pero entonces era una cantidad de público bastante respetable.
Le interrumpo a Lecue para decirle que recientemente visité Marassi, donde el equipo amateur jugó la final del Torneo internacional frente a Alemania, hoy convertido en un gran recinto, con más de 60.000 plazas. Y que aún recordaban los viejos aficionados y directivos italianos el magnífico encuentro jugado entonces por España.
Prosigue Lecue:
– En ese primer tiempo, a los dieciséis minutos, España marcó el primer gol, de penalti, por medio de Iraragorri, después de que un defensa brasileño interceptó con la mano un centro de Gorostiza. Poco después, en pocos minutos, Lángara marcó dos nuevos y fantásticos goles. Me cabe la suerte de recordar que ambas jugadas estuvieron precedidas de pases míos al formidable Isidro.
– Con esta ventaja, ¿cómo pudo hacerse el partido difícil?
– Porque en el segundo tiempo Brasil marcó rápidamente un gol por medio de Leónidas, y se creció de modo alarmante, animado por el público. Era lógico que el público italiano, viendo la formidable clase de los españoles y próximos rivales de ellos, intentasen quitarse de en medio el peligro hispano. Después del gol carioca se pasó un mal rato cuando fuimos castigados con un penalty. Por cierto que, contra lo que se ha dicho, el lanzador del castigo no fue Leónidas, sino el otro interior, Waldemar. Pero Zamora, con su gran instinto, detuvo el lanzamiento en una gran parada. Creo firmemente que si los brasileños hubieran marcado ese gol, el partido habría entrado en una fase difícil para nosotros, con el rival crecido. Aquella parada de Zamora nos devolvió la tranquilidad y ya terminamos en plan vencedor, cosa que admitió el público italiano deportivamente, dedicándonos sus aplausos en justo reconocimiento. Nuestro equipo bajó de rendimiento en la segunda parte por lesión de Marculeta, pasando yo a reforzar esa demarcación. Y Brasil, como más tarde se ha reconocido, era un gran equipo. Sobre todo sus interiores me parecieron prodigiosos. Léonidas, “Perla blanca”, pese a se negro, era ya famoso y fue una pesadilla para todos. De nuestra parte no sabría destacar, porque considero que no hubo nadie que no se partiera el pecho ante aquel gran equipo que tenía Brasil. España alineó aquella tarde a Zamora; Ciriaco, Quincoces; Cilaurren , Marculeta, Muguerza; Lafuente, Iraragorri, Lángara, yo y Gorostiza. Brasil, con Pedrosa; Silvio, Luz; Tinoco, Marins, Canalli; Luisinho, Waldemar, Armandinho, Leónidas y Bartesko. El alemán Birlem hizo un buen arbitraje, imparcial.
Lecue refiere la alegría de la victoria:
– Como comprenderá, el triunfo supuso para nosotros una noche de júbilo. Estábamos cansados, porque había sido un partido agotador, pero nadie sentía el cansancio. Ninguno había dudado del triunfo, y menos don Amadeo, que nos abrazó a todos entusiasmado. Al día siguiente salíamos para Florencia
– ¿Cómo se presentaba el partido ante Italia?
– Francamente difícil. Los italianos, temerosos por el gran juego de España en Génova, sabían que allí podían perder un torneo en el que habían cifrado todas sus ilusiones por su potencia y el ambiente propio. Yo no jugué el que luego sería primero de los dos emocionantes y terribles partidos. Don Amadeo dio entrada a Regueiro como interior izquierda en lugar mío y Fede sustituyó al lesionado Marculeta. Fueron los únicos cambios en el equipo. Así que a consumirse en los graderíos, porque ya sabrá usted que se sufre mucho viendo jugar a los compañeros sin poder hacer uno nada. En el campo los nervios se van soltando poco a poco, pero arriba… Y encima ¡aquel dichoso partido¡
– ¿Debió ganar España?
– Sin género de dudas. Fue un robo aquel segundo gol de Lafuente en el segundo tiempo. Desde luego, Italia era un gran equipo, pero… El ambiente en los graderíos del Estadio Berta ya podrá imaginar cómo era de hostil. El público italiano tenía verdadera pasión por su equipo y temía mucho a España. El partido comenzó bajo el signo nuestro. A la media hora, Regueiro marcó un formidable gol de un remate rapidísimo, pero los italianos no se desmoralizaron con el tanto adverso. Animados por el vocerío incesante de su público, se lanzaron sobre nuestra área, con entradas espeluznantes, buscando el empate. Y, como tenía que suceder, después de una serie de faltas que el caserismo del belga Baert, juez de la contienda, no quiso ver, marcó Ferrari, en medio de un barullo. Con el empate se llegó al descanso. La reanudación fue un constante forcejeo, con faltas italianas que pasaron inadvertidas, en las que llevaba la batuta Monti, un jugador tan bueno como sucio. Pero España supo capear el temporal, y faltando poco para acabar se produjo la gran jugada de Lafuente. Escapó rápido y marcó un gran gol, incomprensiblemente anulado por Baert. De nada sirvieron las protestas. Con el empate se jugó una prórroga agotadora y durísima, pero ningún equipo pudo aprovechar las ocasiones. También Lafuente pudo marcar, pero el tiro dio en el poste y un jugador italiano también estrelló otro remate en la madera de Zamora. Fue un terrible encuentro, en que todos mis compañeros hicieron una gloriosa defensa de sus colores, pero pagado a un alto precio. Aquella noche más de medio equipo estaba lesionado de consideración y había que jugar al día siguiente.
– ¿Cuántos quedaron en pie?
– Sólo cuatro. Siete bajas, empezando por el propio Zamora, que tenía cerrado un ojo de un codazo. También Italia tenía cuatro bajas, pero en comparación, salió muy favorecida. No pudieron jugar Zamora, Ciriaco, Fede, Lafuente, Iraragorri, Lángara y Gorostiza. En su puesto salimos Nogués, Zabalo, yo, Ventolrá, Campanal, Chacho y Bosch. Y éste se resintió de una lesión nada más iniciado el partido. A mí me correspondió el fenómeno Meazza, que con Guaita, formaba un ala peligrosa, y también jugó el otro fenómeno, Orsi. El encuentro, pese a todo, nos lo ganaron por un tanto ilegal, marcado por Meazza al rematar un córner sacado por Orsi, a los diez minutos, saltando por encima de los hombros de Quincoces y apoyándose en él. Tampoco escasearon las entradas fuertes y un claro gol anulado a Campanal en el segundo tiempo. Pero ya le digo que Italia tenía que ganar…
Lecue recuerda aquel segundo partió de Florencia con sentimiento, aunque, buen deportista, no deja de reconocer:
– Pese a todo, no voy a negar que los italianos tenían un gran equipo. En este segundo partido jugaron muy bien y el público se mostró más cariñoso con nosotros, como reconociendo que España había tenido tanta o más categoría que su propio equipo. Y eso es siempre un buen recuerdo. A nosotros no nos quedó ni un reproche. Lo dimos todo en aquellos partidos, y particularmente creo que jugué en este segundo encuentro el mejor match de mi vida. Al fin y a la postre, nos había eliminado el que luego fue campeón y en su propio terreno.
Y Simón Lecue termina apostillando:
– Ya ve que cuando entonces no parecíamos darle importancia alguna a lo que hacíamos con nuestros jóvenes años, también escribimos un poco de la historia de nuestro fútbol.
Fuente: Ruango en Marca 9 de julio de 1964