Epi, un angel del balón, de Manuel Sarmiento
Aprovechamos que el Valencia CF es el visitante de hoy en el Villamarín para recordar a unos de los grandes jugadores de la historia valencianista, en este año del centenario de la entidad ché.
Los años 40 vieron jugar a Epifanio Fernández «Epi», un extremo izquierdo vasco llegado de la Real Sociedad en la primera etapa gloriosa del equipo valencianista en el fútbol nacional. Tres títulos de Liga y 2 de Copa fueron a parar a las vitrinas del Valencia durante esa década, y Epi formó parte destacada del equipo que en esos años exhibió su poderío en Mestalla. Y también Epi fue un componente habitual en la selección española de la época.
En 1949, tras 9 años en la entidad valencianista, Epi volvió a la Real Sociedad donde aún jugó 6 temporadas más para retirarse a los 35 años.
El 12 de junio de 1977, a la temprana edad de 58 años, falleció Epi en su San Sebastián natal. Desde las páginas de AS así lo recordaba el periodista Manuel Sarmiento Birba tres días después.
Tenía las piernas cortas, el busto erguido, cabellera abundante, mirada altiva. Era listo, pillo en las acciones favorables. Tenía un don especial en su forma de llevar la pelota. Jugaba como los propios ángeles. Era, en realidad, una maravilla.
Y se nos ha muerto en San Sebastián, donde había nacido hace cincuenta y ocho años. Se llamaba Epifanio Fernández Berridi, pero siempre fue Epi. Un primo suyo, Berridi, llegó a destacar como defensa en el Sevilla. Todos le conocían como el pariente de Epi. La popularidad de éste lo podía todo.
Hace un par de meses largos se murió Emilín. Y yo escribí muy dolorido porque era como un hermano para mí. Hace unos días, murió Ventolrá y escribí glosando su figura de extremo extraordinario. Ahora, en esta primavera movida y agitada, ha muerto Epi. Parece que estamos en turno de extremos.
Vi por primera vez a Epi en 1937. Era casi un niño él y yo un mocito que iba de la mano de mi padre al fútbol en Balaídos. Fue un partido internacional no oficial que jugaron España y Portugal. En realidad, era media España, porque la otra estaba en plena guerra. Epi alternó con los viejos—con perdón—héroes de nuestro fútbol. Guillermo Eizaguirre, Ciriaco, Quincoces, Aranaz, Gallart, Vergara, Chacho, Herrerita, Emilín, Agustín—a quien llamaban Peixe en Vigo—Juan Vázquez, Peral…
Cuando llegó la bendita paz a nuestras tierras, Epi destacaba en la Real Sociedad. Con Eguía, Querejeta, Izaga, Irastorza, Patri, Simón, el ya veterano Paco Bienzobas, Bidegain, Terán, etc. Pero estaba destinado a llegar lejos. Y José Luis Colina, un sensacional secretario técnico del Valencia, se fue un día a San Sebastián y, viéndole llevar la pelota, se dijo: “Esta es la perla que necesitamos”. No tardó ni un minuto en llegar a un acuerdo. Y Epi se fue para la capital valenciana. Cambió el mar norteño por el caliente del Mediterráneo, el jamón—que había poco—de Alcalde por el de Barrachina. Se quedó sin la merluza koskera de Juanito Cojúa, pero se aficionó a las paellas de La Marcelina. Y en Mestalla, con gradas aún de poco público, comenzaron a vibrar.
Allí estaban acostumbrados a Torredeflot y a Doménech, entre otros. Este vasquito de cara aniñada era distinto. Mundo se sintió amparado en sus remates al marco adversario. Amadeo encontró un extremo que le seguía en su tremendo quehacer. Asensi, y antes Botana y después Igoa, vieron que por allí se llegaba fácil al portal enemigo. Gorostiza, a la otra punta, ya tenía un complemento. Y el Valencia, llevado de la mano de Encinas, armó la marimorena futbolística. Y Epi era como un portador de mensajes. De mensajes de gol, de envíos certificados con seguridad plena de llegada a la red. Epi, en Valencia, le dio la razón a Colina. Era más que una perla. Era distinto. Era un jugador como la copa de un pino.
Hace años recuerdo una frase de un gran aficionado al fútbol. Aún vive, porque es duro de pelar. Se llama José Cotón y le conocen en Compostela como “el héroe del Baleares”. En dicho crucero sirvió y supervivió. Cotón, hablando de Epi, llegó a decir: “Sus pies tiene imán para el balón, pero con la vista, con una ojeada, dribla contrarios”. Una frase de un sabio del fútbol, porque era totalmente cierta y reflejaba en su plenitud la forma de jugar de este Epi que le hizo a la vida los mejores regates. Dignos de Matthews, de Kopa o de Amancio. Que vistió la elástica de España en quince ocasiones y que la sudó de verdad. Que capitaneó a nuestro equipo muchas veces en el saludo protocolario, que él hacía con la frente alta y el orgullo de jugar por su patria.
Estuvo nueve años en Valencia dando clases de fútbol. Alternativas a chavales que se iniciaban. Como Gago, como Seguí. Epi es uno de los que obligaron a que Valencia creciese en su dimensión futbolística. Y por su juego maravilloso Mestalla se quedó pequeño y hubo que elevar las gradas como respuesta a los anhelos de una generosa afición. Y un día, tras su amplio periplo mediterráneo, volvió a casa. A vestir la casaca de la Real. Y luego, la retirada, la añoranza y el caminar hacia la muerte.
La Concha sigue en el mismo sitio, Ulía e Igueldo lo mismo. Pero a San Sebastián ya le falta algo tan importante en fútbol como fue Epi. Los crespones negros enlutan Atocha, la nostalgia del bien jugar es inmensa, los que le conocimos bien lo deploramos, y a tanto osado que anda por ahí suelto en el mundo del fútbol le convenía enterarse cómo jugaba la bola Epi en aquellos días de dificultades, de no pocas necesidades alimenticias y con una España medio rota por su guerra y por todas las guerras que la rodeaban.
Un Epi de piernas cortas, el busto erguido, cabellera abundante, mirada altiva. Listo, pillo. Un ángel del balón, un querubín del esférico. Ahora sí que ha volado alto, para siempre, dispuesto a dar clases futboleras a los arcángeles que, desde ahora, tienen un gran maestro. Si no aprenden, no cabe duda de que no valen. Lo digo yo, que conocí jugando a Epi. Lo que se dice todo un ángel del balón.