Gabino, pura escuela sevillana, de Francisco Correal
Gabino Rodríguez fue un representante genuino de la escuela sevillana. Dotado de unas excelentes cualidades técnicas, con una gran habilidad en el control del balón y gran capacidad de desborde, pudo llegar mucho más lejos de lo que llegó.
Debutó en el primer equipo verdiblanco en la temporada 1983-84 con 19 años, para ser cedido en la siguiente al Logroñés mientras que realizaba el servicio militar. Cuando en la 85-86 volvió al Betis lo hizo con grandes expectativas, después de la gran campaña realizada en el equipo riojano.
En el Betis jugó las siguientes tres temporadas, y como sucede con los genios a veces, con división de opiniones. A las cualidades técnicas que hemos comentado se le ponía el pero de su no siempre buena elección, su alocado correr por el campo y su falta de gol, así como ese regate de más que complicaba la jugada y hacía difícil lo fácil. Sus enfrentamientos con el entrenador y con gran parte de la afición determinaron su salida del club en 1988 y su pase el RCD Español, donde jugó otras 3 temporadas.
En 1991 retornó al Betis, ya con un halo de jugador más aposentado. Podía ser el líder que el equipo comandado por el checo Jarabinsky demandaba, en la larga lucha por regresar a Primera División.
En su sección Marcaje al Hombre, el periodista Francisco Correal así lo retrató tras su intervención en el partido Betis-Avilés de la cuarta jornada disputada el 22 de septiembre de 1991.
Gabino merece un tratado de arqueología futbolística, es uno de los escasísimos supervivientes de la escuela sevillana. Constitución etíope, audacia de sobrino generacional del neorrealismo suburbial, coletazos de hambruna y carencias archivados en las estanterías de su memoria. Cuentan que San Gabino, el titular de su onomástica, murió de hambre en la cárcel el año 296 de la era cristiana.
Socialmente, procede de esa estirpe maradoniana de la miseria que ha sido eclipsada por la literatura y el olfato financiero de la quinta del Buitre. Gabino, parábola del hijo pródigo, es el más solicitado por los chiquillos que ataviados de verdiblanco quieren fotografiarse con su ídolo. Es ya, pese a su juventud, un icono del beticismo, la esencia de los altibajos del equipo donde rompió y al que ha desembocado tras su aventura en Sarriá.
En el campo hay cosas que solo Gabino puede hacer. Ese sello, aun con cuentagotas, es lo que distingue a los que no acabarán borrados por la piqueta del olvido. La finísima devolución de espuela que le hace a Cuéllar en una de las primeras jugadas del lance, un cabezazo con efecto endiablado que a punto está de sorprender al meta asturiano, esa sutileza de pisar el balón lo justo, a efectos bibliográficos consultar la acción similar que el ghanés Pelé le hizo al milanés Tassotti en partido de semifinales de la Copa de Europa, para que Monsalvete entrara en el área y fuera cazado en un falta que supuso el penalti y el gol de la tranquilidad.
El fútbol sevillano es pródigo en este espécimen de artistas “famélicos”, jóvenes que necesitaban más de las aportaciones vitamínicas que de las indicaciones técnicas de la pizarra; nombres como Moisés, Quinichi, Orozco o este Gabino que serían perfectos modelos para esculturas de Giacometti.
Gabino hace de tripas corazón y cumplimenta su particular venganza contra la historia, ese mazazo selectivo que la ley del más fuerte ha supuesto para los de su clase. Su raquitismo de adolescente le ha proporcionado una ligereza que le permite manejar su cuerpo con endiablada soltura. Así lo entendieron los defensas que en siete ocasiones tuvieron que frenarlo con faltas, de las que el Betis sacó la renta de dos rivales sancionados con tarjeta amarilla.
Se marchó a Cataluña con la rebeldía de un James Dean incomprendido, la grada llena de serafines que lo expulsaban del paraíso terrenal de Heliópolis, y ha vuelto más curtido, más maduro. En sus escarceos de figura en ciernes tenía la izquierda de Waddle, la derecha de Amancio y la cabeza de chorlito, parafraseando el piropo de Pasionaria a Jorge Semprún. Ahora ha vuelto con la cabeza en su sitio, con un compromiso nada petulante de liderazgo moral.
Aparece retratado en el boletín verdiblanco y ese rostro resulta familiar, la mirada de asombro, los maxilares acusados, esa planta de hijo de la calle que le emparenta con Nicholas Cage, el pariente de Coppola que borró su apellido para triunfar en Hollywood sin suspicacias ni favoritismos, el hermano pobre y camorrista de Richard Gere en Cotton Club.
Gabino “Letanías” no ha cambiado su apellido pero sí su estilo, su puesta en escena. Es otro Gabino, no finge, no escatima, no especula, simultanea la genialidad con el sacrificio y además es el máximo goleador.