Gordillo, la infancia recuperada, de Francisco Correal
En la temporada 1992-93 Rafael Gordillo volvió al Betis tras una estancia de 7 años en el Real Madrid. Debutó en el primer partido de esa temporada, en el Villamarín frente al Compostela el 6 de septiembre de 1992, con victoria por 3 goles a 0. Marcó el primer gol en el minuto 26 tras un centro de Kukleta que remató de cabeza en semiplancha, y dio el segundo gol tras una internada suya por la banda.
Ese día los asistentes a Heliópolis fueron 7 años más jóvenes. En su columna Marcaje al hombre, en Diario 16 Andalucía del día siguiente, el periodista Francisco Correal lo contó así:
Siete años, cuatro meses y veinte días después volvió Rafael Gordillo a disputar un partido de Liga en el Villamarín con la camiseta del Betis. No se puede decir que ha vuelto porque nunca se fue. Es el mismo, perogrullada que es puro elixir en un mundo tan mutante y revuelto. Nada de hijo pródigo, porque con las Sociedades Anónimas la paternidad queda diluida.
Se había despedido un 14 de abril de 1985 frente al Osasuna. El Betis, equipo mítico donde los haya, la realidad y el deseo se trenzan en cabriolas cernudianas, ganó su única Liga en plena Segunda República y obtuvo su única Copa sin el Generalísmo, final que Gordillo no llegó a jugar por una bagatela burocrática. Era un Betis cargado de figuras que, fiel a su historia, un domingo más tarde se salvó por los pelos del descenso en La Rosaleda.
Volvió unos meses más tarde a Heliópolis, 1 de septiembre de ese mismo años, primera jornada de Liga. Gabino es el único superviviente de aquel Betis que se enfrentó al Real Madrid de Rafael Gordillo. Calderón, Rincón, Hugo Sánchez y Valdano firmaron los goles de aquel empate salomónico.
Ese año había ganado la Liga el Barcelona. Ramón Mendoza necesitaba refuerzos carismáticos. Llegó Gordillo al Bernabéu y el Madrid consiguió cinco Ligas consecutivas.
Era una Sevilla distinta. Sólo había colas para coger el autobús de Umbrete en el mercado de Entradores. El políngano de la cartuja era un erial y Pellón era un anónimo ingeniero de Dragados y Construcciones. Por eso, que vuelva alguien que sigue siendo el mismo es como una bofetada a esta tecnocracia de avioncitos y sarcófagos.
Llegó, vio y marcó. Manuel Romero Tallafigo, bético incombustible y paleógrafo de postín, sebe que Gordillo está muy lejos de ser carne de archivística. Está en las hemerotecas pero sigue vivo y coleando. Lo evidenció ayer en la banda, en el vuelo del primer gol, en el servicio a Kukleta que supuso el segundo, en el caño que le hizo a un lateral compostelano, quien le daría a renglón seguido una tarascada que lo dejó sin borceguí (irónico homenaje al gesto de su amigo Míchel en el Nou Camp).
Al defensa Antonio Monreal le cupo el honor de cederle el primer balón que tocó en su reentré verdiblanca, que Gordillo entregó a Gabino Rodríguez. Portadores de la quintaesencia, del arte poligonal, de la pura marginalidad.
Medias caídas, porte etíope, sigue corriendo como uno imaginaba en las lecturas infantiles que corría el Gato con Botas. Después de José Antonio Camacho, es el futbolista español que más partidos ha disputado con la selección. Ha estado en dos Mundiales, en tres Eurocopas, ha jugado en Wembley y en San Siro, en el Parque de los Príncipes y en Querétaro. Pero no le traumatiza volver a Heliópolis, al estajanovismo de la Segunda, a esta Magna Palamosensis, porque siempre lleva cargadas las pilas de eso que Savater llama la infancia recuperada.
Hay una alegría infantil en sus movimientos, una forma de hacer como lo más natural del mundo lo que sólo los semidioses tocados por sir Stanley Matthews son capaces de hacer. En el juego es como en la vida: cercano, asequible, sin vueltas. No ha contratado a un caddy para que le acompañe con el cargamento de trofeos, juega como uno más sin que se le caigan los anillos. Siete años ha tardado el AVE de la nostalgia en regresar al fenómeno del Polígono. Gordillo en el Betis. Lothar Matthaus en el Bayern Munich. Hogar, dulce hogar.