Higuita. El Escorpión se comió al portero, de José Antonio Martín «Petón»
El colombiano René Higuita es un personaje que no deja a nadie indiferente. Su actuación como portero marcó un antes y un después, pues su forma de jugar no se limitó a quedarse bajo el arco sino que intervino con frecuencia en el juego del equipo. Con él llegó la figura del portero líbero que jugaba con los pies.
Pero además sus excentricidades, como el despeje del Escorpión, lo hicieron conocido a nivel mundial. A este personaje dedica uno de sus relatos José Antonio Martín «Petón» en su gran obra El fútbol tiene música, y que hoy recuperamos.
Me puse a pensar en futbolistas que han pasado por la cárcel y son una legión.
Para empezar, Ricardo Zamora, que fue preso por motivos políticos y por los dos bandos. Del republicano, en plena guerra, le salvó la intervención del glorioso anarquista Melchor Rodríguez, el Angel Rojo, y con los franquistas se chupó unos meses entre rejas, directamente trasladado desde el banquillo del Atlético Aviación, al que hizo campeón de Liga.
En Brasil le pasó algo parecido a César, el lateral zurdo que jugó en la Lazio y en el Inter de Milán; iba a dormir al penal del estado después de entrenar. Pero hay un club en el mundo y en él un personaje que nos atrapan al hablar de esta dura relación: el Atlético Nacional de Medellín y su estrella René Higuita, el portero de Colombia. Higuita tuvo siempre a un costado el infortunio y la buena suerte pegada al otro flanco. Siempre juntos. No conoció a su padre. Su madre, soltera, murió cuando era un gamín de siete años y fue recogido por su abuela Ana Felisa.
Para sobrevivir en aquel Medellín pobre espabiló a la carrera: de la escuela, que conoció poco, pasó a vender periódicos por las calles del centro. A veces dejaba la gavilla de diarios como poste y se ponía a jugar con cualquiera que le estuviera dando patadas al balón, siempre con la misma condición: el delantero era él. Hasta que, como ha pasado tantas veces en la historia de los guardametas, un día faltó el portero y al arco llegó René. Decir que ya no se movería de allí es un decir, porque donde menos estuvo fue bajo los palos. Le recordamos saliendo con el balón controlado, driblando contrarios, haciéndole sombreros al punta que le acosaba; le recordamos también perdiendo el balón ante Roger Milla y cargándose el Mundial. La luz y la sombra.
Mientras defendía el arco del Atlético Nacional, el joven René Higuita quedó viudo con una hija, Cindy carolina. El equipo lo dirigía Pacho Maturana, el técnico que revolucionó el fútbol colombiano. Sus jugadores pasaron a convertirse en el eje de la selección cafetera y, con su equipo, consiguió ganar todo hasta llegar a la final de la Copa Libertadores frente al Olimpia de Paraguay. Al final del segundo partido, disputado en Medellín, se llegó con empate. La copa de campeones americanos se iba a jugar por penaltis. Para empatar a cuatro, los colombianos tenían que marcar el último de la serie. Entre el silencio general, René Higuita cogió el balón y se fue a los once metros para disparar el de la igualada, o el de la derrota. Golpeó con el alma, fuerte y por el centro, para marcar. A partir de ahí, el primero que marcara tras fallar el otro sería campeón. Higuita detuvo consecutivamente cuatro penaltis y sus compañeros fallaron las cuatro ocasiones que tenían para matar la final. Tras mandarlo por encima del larguero en el quinto, al error del paraguayo siguió el acierto de Leonel Alvarez y la conquista del campeonato. Higuita salió a hombros.
Fue traspasado al Valladolid, pero aguantó medio año y algo parecido sucedió cuando jugó en México. Su sitio era Colombia, pero en su conflictiva patria podía suceder que a un personaje estelar como él le suplicaran para que actuara como mediar en el secuestro de una niña. Lo hizo y con éxito, pero cometió dos errores: aceptó 50.000 dólares como recompensa y despreció una ley recién impuesta que prohibía la intermediación con delincuentes. Todo el rigor de la nueva ley, y el deseo de los políticos de ejemplarizar con un famoso, cayeron sobre Higuita que se tiró entre rejas medio año y se perdió el Mundial de Estados Unidos en su mejor momento. El estado colombiano le acaba de indemnizar por aquello, aunque nadie le devolverá lo que no jugó.
En aquella prisión se encontró con su compañero Felipe Pérez, el medio centro del Atlético Nacional campeón de América, que fue asesinado a tiros al salir de la cárcel. El capitán Andrés Escobar, también de la selección, el elegante central zurdo que levantó la Libertadores, fue asesinado a tiros por marcar un gol en su propia meta durante el Mundial que René no jugó. El delantero centro Palomo Usuriaga, el elegantísimo negro de los trajes blancos que jugó en el Málaga y, con Higuita, el mejor de la gran final para el Atlético Nacional, fue asesinado a tiros mientras jugaba a las cartas con unos amigos.
Higuita volvió a la cárcel por una condena menor. Al salir, apareció en varios programas de televisión. Quedó finalista de La isla de los Famosos y segundo en el Gram Hermano de Colombia. Aceptó ser la estrella del reality que cambia el aspecto y fue operado de los labios, los pómulos, la nariz y el mentón.
Ahora se le reconoce por la voz, por el peolo que lo lleva parecido, y porque cuando nadie lo imaginaba volvió a parar y ascendió con su equipo, el Deportivo Pereira, con 42 años cumplidos. Al año siguiente se retiró, aunque había anunciado que jugaría hasta los 45 para dedicarse luego a la política. Sus últimas palabras a la multitud que le aclamaba fueron: “Pido disculpas por mis equivocaciones porque no soy un ser perfecto, solamente soy un pobre pecador”. Lo admirable de él pudiera ser su carrera como deportista, un portero singular que añadió a su historial 50 goles conseguidos, su capacidad para levantarse tras caer o su astucia para sobrevivir. Pero yo me quedo con otro valor: con la fe que tiene que tener en sí mimo un tío que ve venir un balón hacia la portería norte de Wembley, con 80.000 personas en el campo y millones en la tele, y en lugar de cogerla con las manos como cualquier guardameta, salta hacia delante y colando, la despeja con los tacos de sus botas más allá del área grande: el Escorpión, el loco regalo del genio René Higuita.