Juan Merino, de Manuel Fernández de Córdoba
En todos los equipos, incluso en los que proliferan las figuras del fútbol, se hace siempre necesario la existencia de otros futbolistas que desempeñan una labor sorda, de contención, esfuerzo y trabajo que descarga a las llamadas figuras para que éstas puedan brillar en tareas ofensivas y resolutivas de cara a la portería contraria.
Pero se hace necesario resaltar convenientemente a esos otros jugadores, a los «peones» como los llamaba el periodista Manuel Fernández de Córdoba en este artículo publicado en ABC en noviembre de 1999 y dedicado a Juan Merino.
Juan Merino cumplía ese año su novena temporada en el primer equipo del Real Betis Balompié, al que había llegado en febrero de 1991 procedente de la cantera verdiblanca.
Un futbolista esforzado y trabajador, un auténtico gregario de lujo que durante 12 años vistió la camiseta verdiblanca en casi 500 partidos, y que siempre sirvió al Betis tanto en los terrenos de juego como en los banquillos.
Se habla, y se escribe, mucho, y con razón, de las grandes figuras, de las estrellas verdiblancas como Alfonso, Finidi, Denilson…y muy poco, sin razón, de aquellos otros jugadores que, con su enorme trabajo y sacrificio, son los peones que permiten tanto el lucimiento de los cracks como el beneficio total para el equipo.
Uno de estos hombres, no el único, es Merino. Un canterano que entró por la puerta, siempre pequeña, de la cantera y que lleva ya un puñado de años sudando la camiseta verdiblanca que la lleva tanto en el cuerpo como en el alma.
Puede que no levante pasiones ni olés en las gradas, incluso que su trabajo pase inadvertido para parte del público, que no de los aficionados. Y es que se notan más cuando no están que cuando están porque se les echa de menos cuando faltan y, bien que lo saben los que juegan a su lado, se les echa de más cuando asisten.
Un equipo sólo de arquitectos, sin obreros que lleven la mezcla, se quedaría en puro proyecto. Hay quienes tienen que pensar y quienes tienen que oxigenar al que piensa. Hay peones de lujo que lo dan todo sin recibir, muchas veces, más que el reconocimiento de aquellos a los que ayudan y, desde esa humildad, dejan para ellos el brillo del quehacer porque nunca se permiten cambiar el traje de faena por el de paseo ni falta que le hace.
Puede que empiecen, muchas veces, en el banquillo, pero terminan fijos. Especialistas en sacar castañas del fuego, se les debe el reconocimiento público de su categoría. No se le subirá éste a la cabeza porque se lo merecen de corazón.