Juan Sabas, donde habita el olvido, de Francisco Correal

El 3 de diciembre de 1995 el Betis recibió en el Villamarín al líder de la clasificación liguera. El Atlético de Madrid de Radomir Antic, que esa temporada hizo el doblete liguero y copero, llegaba al recinto verdiblanco tras 14 jornadas, con 10 victorias, 3 empates y 1 derrota.
El Betis era séptimo a 11 puntos del líder, y tenía la dificultad de las lesiones de Alfonso y Kowlaczyk, lo que llevó a Lorenzo Serra a alinear por primera vez en la Liga de ese año a Juan Sabas, un futbolista al que el técnico balear usaba habitualmente como revulsivo en las segundas partes.
El periodista Francisco Correal al día siguiente en su sección Marcaje al hombre, en las páginas de Diario 16 Andalucía, le dedicó este reportaje. El Betis ganó el partido 2-1 con goles de Jarni y Pier, y Sabas no completó el partido, pues fue sustituido por Óscar Arpón en el minuto 77.
Algún malvado podría decir de Juan Sabas que es un futbolista que queda muy bien en los resúmenes de los partidos. En términos agropecuarios, es un futbolista más intensivo que extensivo. Al fin y al cabo, el fútbol es una manifestación excelsa de la agricultura. En el prado de Heliópolis, cuando Sabas envió muy cerca del larguero un balón con Molina batido, se desesperó sobre la hierba. Hubiera querido ser rumiante para masticar tanta rabia contenida.
Sabas sueña con escribir una novela en el campo, pero Serra Ferrer lo quiere para los relatos cortos, para las greguerías. Un clásico futbolista de refresco, con confundir con Fantaguzzi. El técnico le dispensa la ovación del público, siempre entregado a este futbolista con solera, pero es un premio que a este madrileño siempre le suena a accésit.
En un futbolista con fibra vallecana. Insolente, desmedido, imprevisible, como lo es todo en Vallecas, patria de curas obreros, pintores bohemios, okupas y metalúrgicos manchesterianos. Sabas es un Jairzinho pasado por el nervio luchador de Marcelino Camacho.
Ayer, en la visita estelar del líder, su antiguo equipo, era la gran noticia. Titular desde el primer minuto. En el equipo de salida este hombre familiarizado con la gélida espera en el banquillo, con las amargas flexiones de la banda. Las circunstancias obligaron a Serra a relevar a Pier. Sabas, lesionados Alfonso y el polaco Kowalczyk, se convertía en único delantero bético.
Salió de titular, pero en el banquillo, donde habita el olvido cernudiano, seguía sentada su propia sombra. El entrenador bético lo cambió por Arpón para seguir conservando la pírrica ventaja. Es difícil jugar con un reloj de arena colgado de su borceguí.
Se midió sin complejos con futbolistas de la élite. Lo mejor del partido, con diferencia, el quiebro psicodélico que le hizo al inquebrable Simeone para abrir hueco y ensayar una vaselina sobre la meta atlética. El marcador estaba aún inédito y habría sido el segundo gol encajado por Molina en los desplazamientos colchoneros.
A Sabonis le llaman Sabas en la NBA. Ganas de apocopar. Juan Sabas Huertas-Lorente—el segundo apellido es antídoto contra los apócopes—es capaz de generar un maremoto en plena calima.
Él solito forzó un de esquina entre piernas atléticas. Solozábal se lo quitó de en medio en una discutible jugada que el árbitro pasó por alto. Con la ayuda del nos mayestático, podría hacer un remedo publicitario. “Estamos con Molina”, que reflejara una situación que se repitió en varias ocasiones. Sabas rodeado de media docena de colchoneros.
El Betis ganó sin delanteros. Rogelio frenaba a Sabas, que, devuelto al banquillo, seguía viviendo el partido. El poeta sevillano Manuel Mantero, que milita en la NBA de la poesía—Georgia, USA—dice que en los tiempos infames le dan el premio a los poetas infames. En tiempos vulgares, no extraña que lidere la clasificación un equipo vulgar. Guerra a la vulgaridad, frente bélico al que ayer se reincorporó un soldado vallecano más pródigo en los anuncios que en los largometrajes.
Vulgar el Atlético en su valentía desesperada. Vulgar el Betis en su cobardía, legítima pero cobarde, de mantener la renta y renunciar a los intereses. Sólo faltó que a Sabas lo hubieran cambiado por Diezma.
Tuvo ocasión de departir con sus antiguos compañeros de la ribera madrileña. Abrazó a Toni antes del inicio. Improvisó tertulia con Kiko antes de la segunda parte. Una réplica de la pareja de entrañables gangsters que Coppola retrató en Cotton Club. No marcó, virtud que prodiga cuando goza de pocos minutos. Como si la desesperación le diera más garantías que la seguridad.