Julio Soler, el socio de las nubes, de Francisco Correal.

Julio Soler llegó al Betis desde el Albacete en agosto de 1993. A sus 28 años se había consolidado tras tres buenas temporadas en el Queso Mecánico, el Albacete que en 1991 con Benito Floro alcanzó de forma brillante la Primera División, y en donde se desenvolvía por la banda izquierda, tanto en el lateral como en el centro del campo. El cambio de entrenador en su última campaña con los manchegos propició su salida del club con la carta de libertad, lo que fue aprovechado por el Betis para hacerse con su fichaje.
En su única temporada en verdiblanco, la 93-94, contribuyó al éxito del ascenso, participando en 33 partidos oficiales y haciendo 4 goles.
En abril de 1994, tras el partido que enfrentaba al Betis con el Real Madrid Castilla en el Villamarín, el periodista Francisco Correal le dedicó este artículo en su sección Marcaje al hombre.
En la película que rodaba dentro de otra película—El guateque—Peter Sellers aparecía en un largometraje de época, de época antigua se entiende, con un reloj, para desesperación del director que terminaría expulsándolo del rodaje e invitándole al guateque.
A Julio Soler le van a mostrar un día la tarjeta amarilla por salir al campo con gemelos y corbata. No se desespera nunca este ceutí que llegó de rebote al Betis desde el Albacete, como subalterno del anhelado Menéndez.
Tardó en entrar y da la sensación de que va a tardar en salir. Tiene una flema británica, de la que se sabe carecen la mayoría de los británicos, educada en aulas de furia española, de la que como se sabe presumen la mayoría de los españoles.
El resultado es un futbolista aparentemente desapasionado, apático, cerebral, aunque no vaya muy bien de cabeza. Como el Soler sevillista, se mueve con preferencia por la banda izquierda, donde hace agujeros en la zaga rival para después taponarlos con sus compañeros. Un juego de centrocampista muy keynesiano.
Entra en el partido sin aspavientos, casi sin despeinarse, aunque termine duchándose como todo dios. Muy pronto salen a flote sus virtudes. El futbolista tranquilo, impasible, utiliza esa monocordia, ese repertorio de susurros para intranquilizar al rival, para adormecerlo. Estadísticamente, ayer fue el bético que más saques de esquina provocó.
Después de Aquino y Cuéllar, el verdiblanco que más goles ha conseguido. Lo intentó en varias escaramuzas. En una de ellas, ya en la segunda parte, por duplicado: sendos disparos atajados por el madridista Valerio, en los que intentó emularse a sí mismo cuando obtuvo en Leganés el gol que supuso dos puntos, dos positivos y el segundo puesto del Betis en la tabla.
En términos ajedrecísticos, con Anatoly Karpov en el palco, el argentino Aquino hace las veces de reina—la que manda en ese juego no apto para misóginos—; Cuéllar es el caballo rompedor y la cantera aporta un sinnúmero de peones intercambiables. Julio Soler es la torre, que sólo en contadas ocasiones cruza la diagonal con alardes de alfil.
Hizo combinaciones de ensueño con las dos estrellas del tablero, Daniel Toribio Aquino y Ángel Cuéllar, que con Kresic era un Pinino menos y ahora es una réplica de Pinino Más. En una de esas incursiones, Soler sirvió al argentino una primorosa pared con el pecho. Recuperó el balón, dribló al teórico líbero, disparó y llevó el uy a la grada. “Si entra, sale mañana en El día después”.
En los noventa minutos de partido, cada futbolista tiene un periodo de intensidad, una presencia preferente en el corazón de los aficionados y la laringe de los cronistas radiofónicos.
A Julio Soler le llegó la cuota de protagonismo pasado el primer cuarto de hora de la segunda parte. Aquino se coló por la derecha y le devolvió uno de los muchos balones que él le pone en cada partido. El pase de la muerte, como mandan los cánones. Con los defensas superados, con el portero batido. Lo más difícil era hacer lo que hizo Soler: enviar el balón a las nubes, a ese cielo poblado de avionetas con leyendas de cabreo y reivindicación.
El fallo fue tan clamoroso que hasta él se desesperó. Una desesperación también pausada, casi mística, silente. Se alzó la camiseta y cubrió con ella su cabeza a modo de capirote, como diciendo “Rogelio, trágame”. El desagravio fue inmediato y en la portería contraria. Contraataque madridista, fallos en la cadena de montaje, el madridista Fernando dispara a puerta y Soler salva un gol cantado. En paz.
A cinco minutos del final le llegó el relevo. Entró por él Gordillo, que lo despidió con un abrazo y un beso de confraternización. Qué no darían muchos fetichistas del beticismo por esta muestra de afecto. Soler se fue a la ducha. Rafael Cansinos Asséns contaba de un poeta malagueño afincado en la bohemia parisina que se negaba a lavarse las manos después de que se las hubiera estrechado en un cenáculo Víctor Hugo, presunto antepasado de Hugo Sánchez.