La despedida es Oliver, de José Antonio Martín «Petón»
En diversas ocasiones hemos traído aquí relatos relacionados con el fútbol que proceden de un magnífico libro de José Antonio Martín «Petón» llamado «El fútbol tiene música», publicado en 2011.
Así hemos disfrutado con relatos dedicados a Marcelo Campanal, Dixie Dean, Ben Barek, Garrincha, Bob Marley, Eulogio Gárate, el mítico Torino de la década de los 40 que se apagó en Superga, Ladislao Kubala, Gigi Meroni, Alfredo Di Stéfano, Telmo Zarra, Osvaldo Soriano, Canito, Luis Aragonés, Enrique Castro «Quini», etc. Toda una estupenda colección de la mano de la brillante pluma de Petón.
Pero este libro que comentamos se despide con un último relato, que es el que traemos hoy. Un relato dedicado a Oliver Mayor, un chaval canario que luchó contra una terrible enfermedad como es la fibrosis quística, y que aunque perdió ante ella, sigue luchando a través de la Fundación que lleva su nombre y que tiene como objetivo ayudar a los afectados y a sus familias.
Un hermoso pío pío amarillo volaba a lo largo del Paseo de Chil. Y la caldera del viejo estadio Insular hervía delirante con el extraordinario fútbol que se inventó en Canarias. Arriba dellos la Unión Deportiva Las Palmas.
Del estadio rugiente, en lugar de saltar con el resto de la hinchada, sale un chavalín que no puede con tanta alegría: se ahoga. Tiene 18 años. Mide poco más de 1,50. Es inteligente y cariñoso. Es fanático de la Unión Deportiva Las Palmas y de Boca Juniors. Le gusta el Aleti de Madrid.
Se llama Oliver Mayor. Está enfermo y a veces ha de quedarse en casa. No se pierde un programa de El Larguero y al día siguiente le cuenta a su socio Mini lo que ha dicho De la Morena. Que si Joserra tal, que si Joserra cual, que si Joserra pascual. Así, el madrugador Mini gana horas de sueño y está informado porque Oliver se lo calca.
Oliver tiene fibrosis quística. Su capacidad respiratoria se va acortando al tiempo que la mucosa invade sus pulmones. La enfermedad le acompaña desde siempre; contra ella pelea Oliver como puede al cobijo de Mati y Benito, sus padres. Su hermano y Mini son el resto de la pandilla.
Mini jugó en el Tenerife y en la Unión Deportiva Las Palmas y os puedo jurar que era muy pesado cuando lo tenías enfrente, muy pesado y muy ganador. Es un alma grande y ha nombrado a Oliver su secretario en asuntos futbolísticos. Y ahí tenemos al gran Oliver conectado a la red con sus foros bosteros y descubriendo jugadores para que Mini pueda aumentar el dossier.
Pero la enfermedad avanza. Solo cabe el trasplante para seguir viviendo. Muchas veces los enfermos de fibrosis se quedan sin trasplante porque no tienen medios para esperar. La operación se hace en Madrid, han de aguardar durante meses hasta que el órgano aparece. En ocasiones no hay dinero para vivir en la capital todo ese tiempo. Tampoco hay trasplante. Tampoco hay vida.
No es el caso de Oliver. Su familia se lo puede permitir y lleva ya un tiempo cerca del hospital de Puerta de Hierro; desde la centralita de la clínica le avisan una noche: vengan para acá que ha corrido el turno y Oliver debe ingresar porque el próximo pulmón es para él.
Oliver Mayor, poco más de 1,50, inteligente y cariñoso, menos aire en sus pulmones que hace dos años cuando tenía 18, se dispone a jugar una gran final.
En los días anteriores aparecen por la habitación dos chavalines de su edad, uno moreno y otro rubiato: Jorge y Fernando, Larena y Torres, futbolistas del Atleti de Madrid. Oliver les cuenta que cuando le trasplanten no podrá ver en mucho tiempo a los amigos que padecen su misma enfermedad por riesgo de contagio… y que más vale no enamorarse de una chiquita que la tenga por lo mismo. Mal negocio si nunca más puedes estar cerca de tu amor. Pero que vivir es tan hermoso… Jorge y Fernando Torres le hablan de fútbol, él les pregunta sin parar por todo y por todos. Cuando se despiden ya son amigos.
El pulmón ya está, pero un par de días antes de ir al quirófano, a Oliver Mayor se le declara una peritonitis. Ya no hay margen, hay que seguir o renunciar para siempre.
El doctor le visita en su habitación y suavemente le intenta explicar la gravedad del asunto. Oliver le corta, directamente. Ese chavalín de 40 kilos de peso pide a sus padres que salgan de la habitación. A solas con el médico le pregunta que cuantas posibilidades tiene de salir con vida. Pocas, muy pocas. Oliver le pide al doctor el documento que autoriza la intervención y lo firma. Suerte, doctor. Gracias, doctor.
Llama a sus padres. Les explica lo que sucede con toda la crudeza y luego, hablando despacito pero muy claro, les dice: “Mirad, me habéis dado todo lo que yo he querido y aún más que eso; es posible que del quirófano ya no salga con vida. Si eso sucediera, quiero que todo lo que habéis hecho por mí lo hagáis por otros chicos enfermos como yo, a los que he conocido durante estos meses y que no pueden tener la oportunidad de un trasplante porque sus padres no les pueden ayudar”.
Era el tercer día de abril del año 2004. Abrazó a Mati, abrazó a Benito, fue para la sala de operaciones… y ya no volvió.
No volvió pero está. Cada vez que un niño recibe ayuda de la Fundación Oliver Mayor contra la Fibrosis Quística, cada vez que juega la Unión Deportiva Las Palmas o salta a la cancha Boca, cuando golpea con empeine de seda Jorge o marca Fernando Torres, los patronos de la Fundación, sus amigos, cada vez de esas, está Oliver Mayor.
Y aún más arriba, desde donde todo se ve, Oliver ya es futbolista y juega en punta: le da los balones un tipo alto y elegante, de zancada imperial y toque de seda. Les defiende en la zaga un reloj de alta precisión, el capitán que nunca se equivoca, un central que rompe el juego del contrario y empieza el suyo con toda la ventaja.
El campo es clavadito al viejo Insular. Sus amigos se llaman Juanito y Antonio. Guedes y Tonono. Van de amarillo.