La jota del masajista. El gol del cantor, de José Antonio Martín «Petón»

El cantautor Joan Manuel Serrat siempre se ha significado por su amor a los colores blaugranas, y conocido es por ejemplo cómo cantó el himno del FC Barcelona en un Nou Camp repleto con motivo del Centenario azulgrana. Pero menos conocidas son las anécdotas que José Antonio Martín Petón nos narra en esta ocasión: su participación en las concentraciones del equipo que entonces adiestraba Salvador Artigas, a finales de los 60 y comienzos de los 70, v su participación en Noviembre de 1972 en un partido que jugó el equipo de veteranos del Barcelona contra otro formado por jugadores del Real y del Atlético de Madrid.
El Barça estaba concentrado en el hotel La Gabina, de Sagaró. El técnico era Salvador Artigas y el ambiente tan relajado que Angel Mur hervía de indignación. El veterano masajista altoaragonés, antiguo campeón de atletismo, no podía concebir que los futbolistas anduvieran por los jardines con una cervecita en la mano o cualquier pelotazo on the rocks, para acompañar la tertulia tras la cena. Horarios para entrenar y el resto a voluntad de los jugadores. Para un admirador de la disciplina mercurial que imponía Helenio Herrera, aquello era el comienzo del caos, no podía llegar nada bueno por esa vía.
Angel Mur sentía al Barça como algo familiar, ni un latido menos. Había entrado en el club por la sección atlética, le había dado campeonatos de Cataluña, la Jean Bouin, infinidad de pruebas campo a través, muchos campeonatos de España… y su mayor triunfo: salvó el patrimonio del club cuando evitó la incautación de Las Corts por la CNT al comienzo de la guerra civil.
Mur era masajista, pero también cuidador del campo, y allí estaba cuando llegaron los milicianos anarquistas. Con una engañifa les hizo volver horas después, y para entonces ya había apañado la solución junto a un par de directivos y otros tantos trabajadores: bajo el amparo de la UGT se convirtieron en Comité, incautaron el club para que no lo pudiera hacer nadie más y así aguantaron hasta el final de la guerra.
A un tipo así, todo lo que no fuera espíritu espartano le tocaba las narices. Claro que el relax del Artigas tenía una ventaja: había en el hotel un chavalín, amiguete de Fusté, que entrenaba con ellos, corriendo por la playa y peloteando. Aquel joven cantaba (también lo hacía Mur, romanzas y jotas, con una voz maravillosa), era un forofo del fútbol, fanático del Barça, y andaba medio refugiado en la costa después de un jaleo tremendo con la tele, porque había pretendido cantar en Eurovisión con otra lengua española que no era el castellano. Serrat, Joan Manuel Serrat, se sentaba junto a Mur, hacían un corro con sillas y sillones y montaban unas veladas musicales que eran canela fina. Luego Mur se iba con los muchachos al entrenamiento y Serrar a componer.
De aquella concentración nació una amistad inquebrantable entre el masajista y el cantante, y una canción eterna: Mediterráneo. A Joan Manuel, guardameta de rodilleras y gorrilla en las eras de sus veranos aragoneses, el fútbol, el Barça, le reservaba grandes alegrías y alguna sorpresa. La inesperada, cuando acudió con su hija María a un partido infantil para mostrarle lo mejor del fútbol, y se encontró, lo decía espeluznado, con falseadores en miniatura, aprendices de la marrulla, actores del área, malandrines diminutos, trapaceros, tahúres del balón, dingolondangos que desdeñaban el toque, el regate, el pase, el disparo, el coraje, las combinaciones, a cambio de fingir caídas, disimular faltas, replicar al árbitro y reñir con los rivales. Niños futbolistas a los que equivocaban los mayores que tenían al lado, que en cada partido eran menos niños y nunca serían futbolistas. Porque, explicaba Serrat a su hija María, el fútbol es picardía pero no puedes ser pícaro si antes no has sido ingenuo. El fútbol es imaginación para hacer del arte engaño y no del engaño arte.
El fútbol y el Barça le dieron a Joan Manuel la mayor alegría de su vida, el día que lo convocaron para jugar en el Camp Nou en noviembre del 72. Ante muchos miles de personas jugó Ramallets el último partido de su vida, jugó Olivella, jugó Verges, jugó Manchón, jugó Basora. Y jugó Kubala. Jugó Kubala como cantó el Noi:
En Pelé era en Pelé
I Maradona un i prou.
Di Stéfano era un pou
De picardía.
Honor i gloria als qui
Han fer que briili el sol
Del nostre fútbol
De cada día.
Tots tenen el seu mérit,
Lo seu a cadascú,
Pero per mi ningú
com en Kubala.
En el centro del ataque, al lado de Laszy, el chico del Poble Sec fascinado por Kubala, Joan Manuel Serrat. Cuenta Serrat que aquel día llegó al estadio desesperado porque había tenido un percance y la lesión le iba a romper su sueño, y que le cogió por banda su amigo Mur, que le hizo ver la última estrella, que después le metió un jeringazo y le dijo: “hala, a correr”. Que luego subió por aquellas escaleras, salió al campo y… la felicidad es eso: Pereda a un lado, Kubala al otro y una camiseta azulgrana sobre su pecho, con el 9 a la espalda, y el escudo del Barça en el corazón, jugando contra una selección del Atlético y del Real Madrid.
Esa fiesta del alma volvió para Joan Manuel Serrat 27 años después, cuando se cumplieron 100 de la fundación del club. La noche se hizo sobre un Camp Nou abarrotado. Un solo foco alumbraba el centro del estadio. El jovencito que corría junto a Fusté y los demás por Sagaró, el delantero centro de un solo partido, el amigo de un mito llamado Angel Mur, cogió el micrófono y cantó el himno que guarda en su corazón entre Mediterráneo y los versos de Machado.