La picaresca de Zamora, de Jacinto Miquelarena
Ricardo Zamora es, sin duda alguna, el primer futbolista al que podemos aplicar el calificativo de «jugador mediático, tal y como hoy podemos entender este concepto. Su trascendencia en la la España anterior a la guerra civil fue mucho más allá del aspecto puramente deportivo, y así queda reflejado en numerosas publicaciones de la época.
Ante incluso de su retirada definitiva del fútbol, que se produjo en 1936, Ricardo Zamora publicó unas memorias que tuvieron una gran aceptación popular.
En relación a ellas el periodista deportivo Jacinto Miquelarena escribió en el diario deportivo bilbaíno Excelsius esta columna dedicada a contarnos lo que Zamora no había contado en esas memorias, y que se refería a todas esas triquiñuelas que todo un veterano, como era Zamora, ponía en práctica en el terreno de juego para influir sobre la actuación del árbitro, elegir la mejor opción en los saques de esquina o perder tiempo cuando su equipo iba por delante en el marcador.
Cosas que hoy están a la orden del día, pero que son tan antiguas como el mismo fútbol.
Ricardo Zamora ha escrito ya sus memorias. Todo el mundo las conoce.
Sin embargo, Ricardo Zamora escribirá sus memorias, las sinceras, cuando se retire de los campos de fútbol. Entonces podrá escribir todo lo que no ha escrito antes por “respeto” a los que todavía pueden juzgarle.
Tenemos una buena opinión de Zamora: es inteligente como “paisano”. Será interesante saber lo que él piensa del público, de los cronistas deportivos y de los árbitros. Su dilatada vida sobre el césped y sus indudables dotes de observador, le permitirán decir cosas extraordinarias el día en que se decida a salir por derecho y a dejar el eufemismo para el que le sustituya en el marco.
Para nosotros no hay nada que nos interese más, en un campo de fútbol, que la actuación de Zamora, si Zamora juega…
Zamora está ya por encima del bien y del mal. No nos importa que haya una parada escalofriante ni una pifia. Es igual. Zamora es genial siempre. Saca juego de donde nadie lo ha sacado todavía y de donde es posible que no lo vuelva a sacar nadi cuando él desaparezca.
Empieza por “sujetar” al árbitro. A la primera entrada que le hace un delantero, Zamora protesta. La entrada ha podido ser noble y suave, pero Zamora sabe que la gente se anima y que lo que no ha sido sino un inocente corcovo, puede ser luego una entrada de hospital. El árbitro se fijará así en los ataques de los delanteros y estará ojo avizor.
En los córners, Zamora empieza por adjudicarse las mayores ventajas posibles. Trata de que la salida se efectúe desde la esquina más favorable, teniendo en cuenta el viento y el sol, y por el extremo menos peligroso. Muchas veces no lo consigue, porque el árbitro también tiene su opinión; pero él lo intenta siempre…
Pero cuando Zamora llega a las mayores sutilezas es cuando su equipo “va por delante” y piensa que conviene poner “intermedios blancos” en la posible reacción del enemigo. Le entra entonces una especie de “nonchalance” maravillosa; recoge el balón con la mayor parsimonia, lo sopesa, lo examina curiosamente, como si fuera un objeto encontrado en las excavaciones de Pompeya, y acaba por desprenderse de él en busca del punto de caída más favorable para sus planes.
Esto último no es una exclusiva de Zamora; pero nadie lo pone en escena con tal cantidad de inteligencia y de oportunidad.
Todas estas cosas y muchas más podría contar Zamora en sus memorias. Cómo se le ocurren y porqué las hace. Hay en el fútbol una picaresca que Zamora ha inventado y que él sólo sabe practicar con dignidad y hasta con un alto espíritu deportivo.
De cualquier manera, en el sport hace falta que el esfuerzo no se esterilice, como en las pruebas ciclistas contra el reloj, porque esto puede llevar al embrutecimiento.
La argucia sola es despreciable; pero cuando se une a dotes de jugador, como las de Zamora, vale la pena.
Y en todo caso, tiene gracia.
Fuente: Jacinto Miquelarena en Excelsius, 4 de octubre de 1933