La primera vez, tres veces, de Fernando Iwasaki.

Todos hemos ido al fútbol por primera vez. En la infancia, en la adolescencia o ya más mayorcitos, pero siempre hubo una primera vez. Hay quien lo recuerda con precisión, y puede dar una fecha exacta, un rival, un resultado; también hay quien tiene una idea nebulosa sobre las fechas o contra quién se jugó, pero recuerda un detalle concreto, un gol, un futbolista o cualquier circunstancia asociada a ese partido.
Sobre eso trata el relato que hoy traemos a Manquepierda, y que se lo debemos al escritor peruano Fernando Iwasaki, quien en septiembre de 2001 en las páginas de ABC nos dejó este artículo, relatando cómo llevó a su hijo Andrés con 5 años al Betis-Real Madrid que se disputó en Sevilla el 15 de septiembre y en el que brillantemente el equipo verdiblanco se impuso 3-1 con tantos de Casas, Capi y Joaquín.
Era su primera vez y tuvo la suerte de ver al Betis ganar al Madrid, una circunstancia que hará inolvidable ese debut futbolístico.
Acontecimientos como “la primera vez” convocan temores primordiales y entusiasmos vehementes. Si la primera vez resulta dulce y sublevante uno queda inmunizado contra el sufrimiento; pero si la primera vez nos sale trágica y deprimente uno se vuelve aprensivo al placer. El azar ha querido que la primera vez sea una lotería y que de esa tómbola dependa nuestra felicidad. Por eso los padres tenemos la insobornable responsabilidad de tutelar “la primera vez” de nuestros hijos. Y así me armé de valor y llevé a mi Andrés al estadio.
Mi niño tiene cinco años y ya envidio su estrella: ha perdido la inocencia futbolera contemplando una goleada del Betis sobre el Real Madrid. O sea, tiene la inocencia invicta, lo que en términos balompédicos significa que su mentalidad será ganadora y que jamás le faltará la ilusión. Y estoy persuadido de que nunca en toda su vida olvidará la noche grandiosa en que pisó por primera vez un estadio.
Me asegura mi padre—a quien por cierto también llevé al Ruiz de Lopera—que mi primera vez tuvo lugar cuando contaba cuatro años y que fuimos a ver un partido de nuestro equipo—Universitario de Deportes—contra Boca Juniors de Argentina. No obstante, yo no conservo memoria de aquel suceso y él tampoco lo recuerda muy bien. Mala cosa. Seguro que perdimos, que a la salida no me compró chucherías y que más de treinta años después todavía no quiere admitirlo. A mí me tocó esa china y por eso soy propenso a la derrota, resignado a las calabazas y alérgico al psicoanálisis.
En cambio, mi Andrés ha memorizado los cánticos de triunfo, sucumbió al hechizo minucioso del papel picado, se dejó hipnotizar por el baile verdiblanco de miles de bufandas y comulgó del perrito caliente que cifra el partido del mundo. ¿Cuántos niños como él celebraron por primera vez el ritual de la Liga con el Real Madrid como víctima propiciatoria? Andrés durmió aquella noche con su camiseta del Betis, porque estaba convencido de que él le dio suerte al equipo. Benditos sean los talismanes que rezan cuatro esquinitas tiene mi estadio.
Lo del abuelo peruano es otra cosa. Mi padre ha visto jugar a Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona, y no quería perderse la ocasión de contemplar juntos a Figo, Zidane y Raúl. ¿Querías Zidane, papá? Te presento a Capi. ¿Un detalle de Figo? Toma dos de Joaquín. ¿Qué, no viste a Raúl? Pero ya sabes quién es Casas y cómo se las gasta. Gastón, le dicen,
Ganarle al Madrid es mejor que ganarle al archienemigo, precisamente porque no es algo personal. Cuando pierde el máximo rival, sólo pierde él; más cuando le ganas al Madrid le ganas de paso a todos los demás. Por eso envidio a mi hijo Andrés: primera vez y encima múltiple.
Sin embargo, mi escena primaria, que no sé si he olvidado o que más bien no quiero recordar, me impide ser totalmente optimista. (¿Cuántos le metería Boca a la “U”? En la escena primaria siempre hay alguien que la mete.)
Uno malicia que después de golear al Madrid, tutear al Barça o tocarle las narices al Deportivo, vendrá el Osasuna de turno a montarnos un descosido. No es el caso de Andrés, que después de haber dejado al Madrid en la cuneta quiere que vengan el Bayern, la Roma, el Manchester y el Ajax. Angelito, lo suyo es la osadía de los campeones. Porque la suerte no existe.
He así la clave de nuestro futuro: ser osados, desafiar lo establecido, atreverse a caminar sobre hielo delgado. Es decir, procurar ganarle siempre al Madrid. Si somos temerosos, apocados y reservones, corremos el riesgo de acostumbrarnos al gustirrinín de los empates. Pero si somos ambiciosos, descarados y agonías, cualquier triunfo nos sabrá a poco. Once de once béticos que golearon al Madrid, penaron por los campos de Segunda la temporada pasada. Siete de once coruñeses que perdieron la Liga del 94 en el último minuto, penaron contra el Betis en la promoción del 92.
La osadía es posible. Y si no, que se lo pregunten a los niños que despertaron al fútbol en la noche memorable del 3 a 1. Para ellos ya sólo existirá el Betis. Manque pierda.