La segunda oportunidad de Jorge Valdano, de Patxo Unzueta
Jorge Valdano se retiró del fútbol en 1987 en la cima de su carrera a consecuencia de una hepatitis. El año anterior había ganado el Campeonato del Mundo en México frente a Alemania. Aún era joven, sólo tenía 31 años.
Prefirió dejarlo en un momento de gloria, cuando más difícil es. Dos años después, en 1989, el seleccionador argentino Carlos Bilardo le ofreció volver a formar parte del seleccionado argentino que debía defender su título al año siguiente en Italia.
Era su segunda oportunidad, la oportunidad de retomar lo que en la vida escogiste en un momento determinado, Sobre ello reflexionó el periodista Patxo Unzueta en este artículo de prensa.
“Buenas noches, buenas noches”, dice el presentador, despidiendo el programa. Acabada la grabación, vuelve a casa, se ducha, se prepara una copa y se dispone a presenciar en su televisor el show que dirige y presenta, y que emite dos horas después de su realización. En ese momento, y cuando ya aparecen en pantalla las primeras imágenes, se abre la puerta del apartamento y suena un disparo. Alcanzado en el tórax, el presentador, agonizante, trata de reconstruir, mientras las imágenes se suceden, las circunstancias de la grabación. Pasa revista a los personajes que ha entrevistado, las palabras que ha intercambiado con sus colaboradores, los gestos de las personas que van apareciendo en pantalla u otras que se encontraban en el plató. Intenta descubrir en las imágenes alguna pista que le permita identificar a alguien que pueda tener motivos para matarle. Finalmente, cuando el programa está a punto de acabar, comprende quién ha sido el autor del disparo. Desesperadamente, con el último aliento de vida, trata de advertir a su propia imagen, que gesticula en pantalla y dice “buenas noches, buenas noches”, que no regrese a casa, que alguien va a matarle si lo hace.
Se trata de un terrible cuento de Donald Westlake, publicado hace años en el número 2 de la revista Gimlet.
La imposibilidad de volver atrás, de rectificar lo ya vivido, constituye la tragedia más definitiva de la condición humana. ¿Quién no ha experimentado con angustia esa sensación de impotencia ante la imposibilidad de corregir un gesto, borrar una palabra, romper un silencio fatalmente inscrito en el pasado? No existe una segunda oportunidad, no puede haberla. A veces se trata de acontecimientos mínimos, pero no por ello menos irremediables. El pequeño choque al aparcar el automóvil hubiera podido evitarse con solo girar un poco el volante una décima de segundo antes. Pero ya no tiene remedio. En ocasiones el asunto es más trascendente. El delantero decidió en el último momento tirar el penalti a su izquierda, y hacia ese lado volaba ya el guardameta. Si hubiera mantenido su intención anterior, habría sido gol. Seguramente. Pero es imposible comprobarlo. Sólo Dios puede circular simultáneamente por dos caminos diferentes o regresar a voluntad a una encrucijada inscrita en el pasado para seguir ahora una ruta diferente.
La técnica permite, sin embargo, algunas pequeñas vulneraciones. Un viajero que despega de París a bordo de un Concorde en dirección a Nueva York puede contemplar dos veces el amanecer del mismo día. Pero mucho más excepcional es que alguien tenga oportunidad de conocer experiencias como la que estos día vive Valdano, el futbolista.
Hace unas pocas semanas Carlos Bilardo, el responsable de la selección argentina de fútbol, ofreció a Valdano, que llevaba casi tres años retirado, la posibilidad de volver a integrarse en esa selección para disputar el próximo año, en Italia, la fase final del campeonato del Mundo. Supe la noticia por mediación de un amigo periodista, Alfredo Relaño, bastantes días antes de que se publicase en los periódicos. Al oírla noté una sensación rara. Algo a la altura del estómago. Como cuando te encuentras en una situación que estás seguro de haber vivido anteriormente y que, sin embargo, sabes positivamente que no es posible que tú… Esa confusión.
Relaño me dijo que Valdano se lo estaba pensando seriamente y me preguntó: “¿Tú qué harías?”.
Jorge Valdano llegó a Vitoria en 1975, a sus 19 años. Para entonces ya había sido internacional en su país. Marcó dos goles el día de su debut, en Montevideo: Uruguay 2 Argentina 3. Estuvo cuatro años en el Alavés, pasó luego al Zaragoza y más tarde al Real Madrid. No tuvo suerte en el Mundial de España en 1982, pues se lesionó en el partido inaugural. Pero en el de México, cuatro años después, formó parte de la selección campeona y marcó uno de los goles de la final. Internacional a los 18 y campeón del mundo a los 30. Y habiendo visto realizado su sueño de jugar en el Madrid. ¿Cabe un destino más glorioso para un futbolista?
La temporada 1986-87 no comenzó muy brillantemente para Valdano. No andaba fino. Hasta que se descubrió que tenía hepatitis. Contrataron a otro extranjero, Jankovic, a la espera de su reincorporación. Como todavía estaba vigente la norma que impedía contar con más de dos extranjeros en cada plantilla, Valdano fue dado de baja. Mientras tanto, su recuperación se iba retrasando más de lo previsto. Tanto, que tomó una decisión: retirarse antes de volver a estar en condiciones de jugar. Lo explicó alegando que así le sería menos doloroso abandonar el fútbol. Cumplió su propósito. Cuando estuvo totalmente restablecido pudo fichar por algún equipo francés e incluso volver al Madrid. No lo hizo.
Nunca podrá saberse si, de haberlo hecho, ese equipo hubiera sido campeón de la Copa de Europa las dos últimas temporadas; pero al elegir irse antes de tiempo consiguió cerrar su carrera en su punto más glorioso. Algo a lo que todo ser humano aspira, pero pocos consiguen.
Y ahora van y le ofrecen volver a la selección campeona del mundo. A su edad, es difícil que consiga añadir nuevos gallardetes a su pabellón, mientras que es probable que, por no estar a la altura, emborrone al final tan brillante historial.
Pero Valdano ha dicho que sí. Yo habría hecho lo mismo. Si el destino te ofrece una oportunidad como esa, la posibilidad de abolir lo irremediable, de volver a la encrucijada, de reescribir lo ya rubricado, no puede rechazarse. Aunque se arriesgue el alma.
Entre los 5 y los 17 años el fútbol fue para mí la cosa más importante del mundo. Decían que podía ser futbolista, tal vez llegar a jugar en el equipo de mi pueblo. Recién cumplidos los 17 participé en un torneo juvenil organizado por el Juventus de Bilbao para sacar jugadores. Nos seleccionaron a tres. Pero nos tocó eliminarnos en semifinales con el Alirón, un filial del Athletic, y el entrenador me aconsejó no firmar todavía por el Juventus: “Si juegas bien en semifinales, seguro que te llaman los del Athletic”. Jugué bastante mal en semifinales. Pero no había perdido del todo las esperanzas cuando un domingo de aquel mes de abril de 1963, a eso de las dos de la tarde, me puse a pelotear en el patio de los Escolapios por matar el tiempo. Al ir a rematar de cabeza un envío desde la derecha, caí en mala postura y me partí el brazo. Me pasé tres años con la zurda en cabestrillo y en ese tiempo me operaron tres veces. Para cuando me quitaron el yeso definitivamente tenía 20 años y la vida me había llevado por otros derroteros. Nunca pude saber si verdaderamente valía o no para futbolista.
Desde entonces miles de veces he tenido el mismo sueño. El Athletic está a punto de bajar a Segunda, se reúne la directiva y acuerda tomar medidas drásticas. Volverán a fichar a dos veteranos, Zarra y Gaínza, y a una promesa que se malogró en su día, pero ya está en condiciones de volver a jugar. No tengo que decir cómo se apellida esa promesa.
Desde hace años llevo en la cartera un viejo recorte de prensa. En él se pasa revista a la edad en que se retiraron algunos famosos futbolistas. Puskas, por ejemplo, a los 38, lo mismo que Beckenbauer y Cruyff. Pelé, a los 37, y a punto de cumplir los 40, Di Stéfano. El argentino Gatti a los 42. Con uno menos, Dino Zoff fue campeón del mundo con Italia. Pero el récord lo ostenta Stanley Matthews, profesional entre 1931 y 1964. Fue internacional hasta los 42 años, y llegó a jugar a los 49.
Cada año, el día de mi cumpleaños, tacho mentalmente uno de esos nombres. Ya solo me queda Mathews. Pero no pierdo la esperanza. Por eso, yo habría hecho lo mismo que Valdano
Fuente: El País 13 de noviembre de 1989