Los ases del balón. Zamora, de Galerín
El 16 de diciembre de 1923 por primera vez la selección española juega un partido en Sevilla. Se trata de un encuentro amistoso contra Portugal, y es el partido número 12 en la historia de la selección, que inició sus partidos en 1920 con motivo de los Juegos Olímpicos de Amberes en Bélgica.
El partido se disputa en el campo sevillista de la Avenida de la Reina Victoria, lo que hoy es la Avenida de la Palmera, y la expectación en la ciudad fue máxima, ante la presencia de grandes jugadores de los clubs españoles que habitualmente no solían jugar en la ciudad.
Entre todos ellos quién destacó fue la gran estrella del momento: Ricardo Zamora. El portero del Español en esos años concentraba la máxima atención mediática, un fenómeno que hoy en día no llama la atención, pero que hace más de 90 años estaba fuera de toda la lógica del momento.
Este artículo del periodista sevillano Agustín López Macías «Galerín» en El Liberal nos da una idea de lo que supuso la presencia de Ricardo Zamora en la Sevilla de 1923.
Ha llegado Zamora. ¿No has visto a Zamora?. Ahí está Zamora. Ese es Zamora. Aquel es Zamora. ¡Zamora¡
Hemos visto a Zamora. Si no lo vemos, nos da algo. Ya estamos tranquilos. Zamora es la figura de más relieve del fútbol español. No hemos querido hacerle la obligada interviú, porque ya le han hecho muchas. El ídolo de la chiquillería futbolística y de los señores graves que hablan de fútbol con pasión, está rodeado de un grupo de admiradores. En la calle, otro grupo se empina para ver mejor al hombre atlético, que impide a puñetazos, a patadas, a bocados, que entre el balón en la portería que defiende.
- Ese es Zamora — dicen— y se van tan contentos
Zamora, el popular guardameta, es hoy objeto de todas las miradas. Se habla de su celebridad, se discute su forma de atacar o de defenderse, se elogian sus constantes tardes de triunfo.
- ¿Usted no lo ha visto actuar?
- No, señor
- ¡Ah, ya lo verá el domingo. Ya lo verá saltar, como un corzo para apoderarse de un balón que entre alto; ya lo verá encogerse para meterse la pelota entre las piernas y los brazos, y lanzarla luego como un cañonazo. ¡Y la flexibilidad de sus músculos¡ Es el hombre de los saltos prodigiosos, de los saltos inverosímiles para coger un balón, entre por donde entre. Otra de sus especialidades son las caídas cuán largo es para evitar que un balón entre bajo por una esquina. Cae como un plomo y se levanta con una velocidad inexplicable. Zamora es el hombre que ha aprendido a caerse a tiempo.
No es Zamora uno de esos ídolos que salen del pueblo. De familia distinguida, hijo de un notable médico, el guardameta catalán estudiaba la carrera de su padre, carrera que no ha seguido por su desmedida afición al deporte del balón. Zamora no había nacido para médico, nació para guardameta.
Un periódico de Madrid termina una información, en la que habla del portero famoso, diciendo:
“Hoy Zamora es un consagrado y gana cuanto quiere; su nombre ya no sólo es conocido en España, sino en el extranjero, y su apellido, como el de la vieja ciudad que fue un día célebre en la historia castellana, quedará en los anales deportivos como representación de una fama y de una celebridad española”.
Hemos visto a Zamora. ¡Estamos tranquilos”
Fuente: Galerín en El Liberal 16 de diciembre de 1923
Recuerdo unas palabras de mi padre explicándome la «ZAMORANA» que consistía en que tanto los brazos y manos diestra y zurda formasen en cualquier lance del partido un ángulo con el cual despejar el balón en lugar de blocarlo con las dos manos el arquero internacional natural de Barcelona, Ricardo Zamora Martínez (Ciudad Condal, lunes 21-Enero 1901.-Ídem, viernes 08-Septiembre 1978.-D. E. P.