Los segundos entrenadores, de Manuel Sarmiento Birba

Manolo Mestre fue defensa central del Valencia durante 13 temporadas, entre 1956 y 1969. Llegó al equipo procedente del filial, el CD Mestalla, y cuando se retiró lo hizo con el récord de más partidos jugados con el Valencia CF ( 323).
Ingresó en el cuerpo técnico del equipo valencianista, dirigiendo al filial, el CD Mestalla, durante la primera mitad de los años 70. Pero durante 3 ocasiones pasó a entrenar al primer equipo: en 1976 sustituyendo a Dragoljub Milosevic, en 1977 a Heriberto Herrera y en 1982 a Pasieguito.
Cuando sustituyó a Heriberto Herrera, el «sargento de hierro», en marzo de 1977 el periodista Manuel Sarmiento Birba le dedicó este artículo en AS el 10 de marzo de 1977. El caso de Manolo Mestre personificaba el viejo ejemplo del segundo entrenador, una figura permanentemente unida al club en el que desarrollaba toda su carrera deportiva, y que estaba siempre al quite para salir a suplir a las primeras figuras del escalafón del banquillo cuando fracasaban.
Una figura hoy en día desaparecida, pues los entrenadores de hoy en día venden su paquete completo: el segundo entrenador, el preparador físico, el fisioterapeuta y hasta el tío del agua.
La noticia saltó a las páginas deportivas de todos los diarios españoles. Manolo Mestre entrenará al Valencia hasta fines de temporada. Con ello la vacante producida por el cese de Heriberto Herrera ha quedado cubierta. Manolo Mestre venía siendo segundo entrenador valencianista, a las órdenes del “sargento de hierro”.
Cuando hace bastantes cientos de años el rey portugués don Duarte de Avis escribió su obra “Leal consejero” no existía el fútbol. Ni los segundos entrenadores. Porque, evidentemente, en estos últimos tiempos hubiese tenido el esposo de la reina Leonor de Portugal una fuente inagotable de lealtades, de adhesiones.
El segundo entrenador es como el perro fiel respecto de su dueño. Ama al club que le ha contratado, casi siempre como pago a sus servicios ininterrumpidos como jugador durante muchos años, y se dedica atrabajar con enorme fe, afición y lealtad hacia el que lleva la dirección del equipo. No aspiran, salvo excepciones, a ocupar la plaza principal. Y durante temporadas y más temporadas ven desfilar entrenadores de todo tipo y condición. Unos triunfan, otros se van. El segundo entrenador siempre permanece.
Yo he conocido segundos entrenadores que han estado decenas de años en un club. Sufren tanto como el que más, no faltan un solo día a su trabajo. Como no aspiran a dar el salto, son leales a ciencia cierta al entrenador principal. Son modestos, porque se conforman con poco, pero seguros. Son, en definitiva, los cargos de más continuidad en los clubs. El no tener responsabilidades respecto del rendimiento del equipo, el principal se lleva los laureles o las censuras, les permite vivir sin sobresaltos.
Podría citar muchísimos casos de segundos entrenadores que han estado años y más años en servicio. Con triunfos colosales o con derrotas estrepitosas. Amadeo, en el Valencia, Jugo en el Zaragoza, Moleiro en el Madrid, Pepe Villar en el Celta de Vigo, Pachi Gárate en el Athletic de Bilbao, Esteban Areta en el Betis, Carolo en el Pontevedra, etc. En la mayoría de los casos tienen todos el carnet de preparador nacional. Generalmente, cuando cae el principal no aceptan el cargo, salvo que se les respete la cláusula de que una vez finalizada la temporada vuelvan a su puesto de segundo. En realidad, ellos sienten mucho más los colores que el titular, el cual, a fin de cuentas, es “ave de paso”.
Precisamente, los segundos entrenadores que se sienten con fuerzas para ocupar la plaza de primero son los que se llevan el desengaño de su vida. Hay un caso flagrante de un hombre todo afición, que rendía mucho y bien en el Atlético de Madrid. Me refiero a Rafael Repullo “Tinte”. Un día ascendió al primer equipo. Las cosas acabaron por venir mal, y Tinte cesó como primero, pero ya no volvió a su cargo de segundo, donde hubiese sido “eterno”. Escudero es otro caso parecido. E incluso Miguel. Todos, en el Atlético de Madrid, dieron el salto que les apartó luego para siempre de una actividad, de segundo entrenador, donde hubiesen alcanzado indudablemente la jubilación.
Como es exactamente igual lo que le sucedió a Carmona Ros en el Málaga. Por eso tengo que ensalzar a Manolo Mestre. No ha dudado ni un momento en hacerse cargo del Valencia, pero imponiendo como condición que sólo estará hasta final de temporada. Con ello demuestra lealtad inmensa a su club. Le evita el tener que contratar a otro entrenador tras el cese de Herrera, con lo cual ahorra a la entidad una buena partida de dinero, y cuando llegue junio se vuelve a su puesto y espera a que el club traiga el primer entrenador, a cuyas órdenes volverá a ponerse para ser su más leal consejero. Los segundos entrenadores son para sus principales como perros fieles, dóciles; son como árboles obedientes al impulso de los vientos, son testigos del crecimiento de las figuras, y de sus manos, valga la expresión, surgen auténticas nidadas de futbolistas.
El gesto de Manolo Mestre es todo un ejemplo para sus camaradas de cargo. Ellos deben de ver en él la pauta a seguir en ocasiones similares o parecidas que surjan. La tentación de crecer puede ser nefasta a la larga. Poco a poco, paso a paso, con humildad casi franciscana, el segundo entrenador hace su diaria tarea. Cuando reposa tras la jornada no vive sobresaltos, aunque la derrota de su club le corroa el alma. Y así, años y más años. Pero seguros en sus puestos. Permanentes.
Fuente: Manuel Sarmiento Birba en AS 10 de marzo de 1977