Matías Prats, cantor de la furia
Matías Prats Cañete fue el gran periodista deportivo de los años del franquismo. Su peculiar estilo narrativo marcó un estilo característico, que desbordaba el ámbito puramente deportivo.
En su obra «El fútbol durante la guerra civil y el franquismo» Carlos Fernández Santander nos ofrece esta semblanza de Matías Prats, en la que nos detalla su particular forma de narrar y diversas vivencias del popular locutor radiofónico y televisivo.
No nos equivocamos mucho si decimos que el locutor Matías Prats, cordobés de villa del Río, fue el cantor de la furia futbolística española, con todos los inconvenientes y ventajas que ello le reportaba en un régimen como el de Franco.
Su época de oro fue en los años cuarenta y cincuenta cuando, ante la ausencia de la televisión, la radio constituía el medio de comunicación más directo por el que los españoles seguían los acontecimientos deportivos. Matías, además de verborreico, era un triunfalista nato. Mo pasaba la selección española, o el equipo local de turno, de medio campo cuando ya advertía: “momento de peligro”; los tiros altos siempre pasaban “rozando el larguero” y los laterales iban “rozando el poste”; jugador español que caía en el área era “claro penalti” y si se perdía, incluso por goleada, la causa era la “mala suerte”, la “parcialidad del árbitro”, e, incluso, la “envidia, o el odio, que en el exterior se tiene a España”.
Obviamente, cuando se ganaba la causa era la “energía de la raza”, la “bendita improvisación”, el “genio”, el “carácter”, en suma: la “furia española”. Por supuesto, todos los triunfos, tanto de la selección como de los clubes, eran dedicados al Caudillo de España, Generalísimo Franco.
A mucho, el léxico futbolístico de Matías Prats les parecía demasiado elevado: “la posición teórica del medio centro”, “el ángulo derecho del área de penalti desde la posición en la que nos encontramos”, “paralelo a la línea de fondo”, “la vertical del punto de penalti”, “en diagonal al área de meta”. Daba la impresión de que don Matías sugería a sus oyentes que tuviesen a mano regla, compás y escuadra. Claro que para hacer más humano el relato, enseguida hablaba del masajista del equipo local, “primo hermano de Tachín, enfermero que fue de la 43 División en el frente de Teruel”, o del portero suplente, “sobrino de la bailaora Conchita Terremoto, nieta a su vez del legendario Chacón “el chepa”. Por supuesto que al comienzo del partido los equipos “escuchaban respetuosamente (al principio brazo en alto) el himno nacional”, y Fulanito “se santiguó al salir al campo, sana costumbre española”. También destacaba la influencia de las patronas en los triunfos de los equipos, sobre todo si era la Macarena o cualquier otra Virgen andaluza. Claro que con ello implicaba negativamente al equipo perdedor que, o no tenía patrona, o, si la tenía, le había dejado en la estacada.
Los dos momentos más culminantes de la vida radiofónica de Matías Prats, ¿hará falta decirlo?, fueron los triunfos de la selección española frente a Inglaterra, “la pérfida Albión”, en 1950 y frente a la Unión Soviética, “patria del comunismo criminal”, en 1964. Zarra y Marcelino, autores de los goles, fueron los hijos adoptivos de don Matías, y, todavía hoy, en cualquier entrevista que se le hace siempre se le anima: “Por favor, don Matías, narre otra vez aquel famoso gol”.
En contraste con Matías Prats está Enrique Mariñas, su compañero inseparable de retransmisiones deportivas en los cuarenta, cincuenta y sesenta. Mariñas era la flema celta, la capacidad de síntesis, la palabra exacta y, a veces, cierto sarcasmo. Mariñas no se casaba ni con su equipo del alma, que era el Deportivo de La Coruña, y muchos aficionados gallegos esperaban su crónica de los domingos en Radio Nacional, centro emisor del Noroeste, como un oasis de objetividad dentro de la pasión futbolística que encarnaba su compañero andaluz. Matías Prats seguía el estribillo de aquella canción tan en boga en los cuarenta:
No me lo cuentes vecina,
que no me quiero enterar,
prefiero seguir soñando
que conocer la verdad
A veces el sueño terminaba abruptamente, y el despertar resultaba en batacazo: la eliminación del Mundial por Turquía en el 54; la eliminación por Suiza y Escocia en el 58, por Bélgica en el 70; la derrota del Madrid en la final de la Copa de Europa de 1962 contra el Benfica…
El declive de Matías comenzó con la llegada de la televisión. Curiosamente, continuó como locutor en la mayoría de los partidos televisados y, al no poder mentir, o soñar, sobre lo que el propio espectador estaba viendo por sí mismo, continuó con su verborrea radiofónica, rica en anécdotas sí, algunas ciertamente chuscas, pero que distraían e impedían seguir el desarrollo del juego. Simultaneó entonces el patriótico locutor las retransmisiones futbolísticas con las de corridas de toros, donde había más espacios muertos en los que cabían sus comentarios folklóricos. Matías no solo hablaba de la faena del Cordobés, sino sobre el cuñado del sobrino de su apoderado, “El Pipo”, del primo del ganadero, del abuelo del alguacilillo, del suegro del picador, de la rivalidad entre Córdoba y Sevilla, y entre Madrid y Salamanca, de Ordóñez y de Luis Miguel, de la fidelidad a su pueblo natal, de sus amigos de la niñez, del hambre de la posguerra…
Para completar su biografía, a Matía Prats sólo le faltaba ser procurador en Cortes, lo cual consiguió en 1969. Su eslogan en la campaña electoral, en la que parece utilizó un helicóptero del NODO, fue impactante: “ Matías Prats pone la voz, ponga usted su voto”. Lo malo era que en las Cortes franquistas no se podía hablar mucho, aunque sí aplaudir. No obstante Matías era pertinaz. En esa línea dijo a Tico Medina en una entrevista que éste le hizo en la Cámara legislativa: “Hablar en las Cortes es tener ideas; saber exponerlas, tener oficio y voz para hablar bien. Tengo la convicción de que inicio una nueva disciplina”.
Matías Prats, negras gafas, bigote señero, voz sonora, miembro de la Academia de Bellas Artes de San Telmo y hermano honorario de la Cofradía de la Buena Muerte, fue el cantor de la furia española, el propagandista deportivo, “apóstol” le calificó Gilera, de un régimen que comenzó buscando un Imperio y acabó en el racionamiento.