Mientras la pelota corre. 1949
El domingo 4 de septiembre de 1949 se alzaba en Heliópolis el telón de la temporada, con un encuentro frente al Recreativo de Huelva. Era la tercera campaña consecutiva en la Tercera División y el objetivo no podía ser otro que el ascenso. De la mano de Andrés Aranda, que volvía al banquillo bético tras 5 años de ausencia, el equipo verdiblanco intentaría fallidamente salir del pozo de la Tercera División.
Al día siguiente en el diario vespertino Sevilla se publicó un curioso reportaje sobre el partido, en el que el Recreativo se impuso 3-4, por narrar varias circunstancias que nos detallan algunas curiosidades sobre cómo era un partido en las gradas de Heliópolis.
Así se nos relata las diversas maneras de trasladarse a Heliópolis en esos años, en que el barrio estaba muy mal comunicado con el resto de la ciudad y en el extrarradio de ésta: desde ir a pie, si uno tiene prisa, hasta esperar el tranvía en la Plaza de San Francisco, si es que no la tiene. Un contrasentido, que nos deja claro las dificultades de conexión con la zona, muy criticada habitualmente por los vecinos de Heliópolis de la época, y que se acentuaba en los días de partido.
En la zona de la botella, así denominada por el kiosco publicitario levantado durante la Exposición de 1929, terminaba la tarifa normal de los taxis, por lo que desde ese punto se cobraba un suplemento que es el origen de la discusión del protagonista con el taxista.
Ya en el estadio se destaca el bello lugar en que éste se encontraba, rodeado de palmeras y de los chalecitos del barrio de Heliópolis. La altura que por entonces tenían los graderíos permitía contemplar los alrededores del estadio. En la descripción también se alude al gris cemento del graderío, que era el original con el que fue inaugurado en 1929. Hay que tener en cuenta que no fue hasta comienzos de los 50 cuando el estadio fue encalado y comenzó a lucir de blanco radiante.
Se alude al marcador existente en el estadio y que en esos años era todavía el que se inauguró en el campo del Patronato, diseñado por Enrique Añino, y que fue reubicado en la zona del Gol Norte de Heliópolis.
El Recreativo vista camiseta lisa celeste mientras que el Betis usa sus colores tradicionales, y como colofón final en el artículo se relatan diversas circunstancias relacionadas con el desarrollo del partido, en el que el Betis cayó derrotado 3-4 por el Recreativo. Al final de la temporada el Betis quedó en tercera posición y el Recreativo en cuarta, por lo que ambos permanecieron un año más en la categoría.
Este año he decidido no perderme un partido de fútbol. Y de acuerdo con esta decisión me dirigí al campo de Heliópolis. No deja de ser ello un ejercicio sano, si por tener prisa decide uno ir a pie. Si no hay prisa, puede cogerse el tranvía y hacer ejercicios de paciencia bajo el toldillo de la Plaza de San Francisco.
Tampoco es rápido ir en taxi, porque después se pierde media hora discutiendo con el taxista. Esto me ocurrió a mí, ya que intentó cobrarme veinte pesetas, so pretexto de que el radio de la ciudad termina en no sé qué botella. ¡ Pues habernos dejado usted en la botella¡
Ya en el campo, el panorama que se ofrece es magnífico. No se trata del clásico océano de cabezas humanas, ilustrado con algunas calvas de que hablan los cronistas en los partidos multitudinarios. Se trata del magnífico marco vegetal que rodea el Estadio. Finas y cimbreantes palmeras, verdeantes acacias y algún que otro árbol del Paraíso; y los blancos aleros de los chalets asomando entre la fronda se fría curiosidad de mampostería.
Por su parte, en el campo, y en el público abundan los trajes de mil rayas cuyo gris juega muy bien—con mimetismo camaleónico—con el gris aburrido y tedioso del graderío de cemento.
Cuando llegamos, el partido ha comenzado ya; pero, según nos dicen, no nos hemos perdido nada. La Liga no se inaugura, ciertamente, con un alarde de imaginación. En Málaga creo que con motivo del ascenso, se dio suelta, antes de que la pelota entrara en juego, a unos centenares de palomas. Como después perdió el equipo se dijo: “Eran mensajeras de la derrota”. También se elevaron cohetes, según dicen. Aquí, en Sevilla, no ha habido nada de eso. Ha sido casi una inauguración de incógnito o de luto, tal vez el luto de este Betis en Tercera División, ya que éste tiene algo de tumba para un equipo que un día fue campeón, creo, de España.
A nuestro lado hay otro señor, a quien retrasó la siesta, y que nos pregunta viendo el marcador con un empate a uno: “¿Quién marcó antes?”. Se trata de uno de esos que quieren siempre adivinar el resultado por el comienzo. “¿Qué más le da a usted?”, le decimos. Lo importante es el resultado final.
En el campo juegan veintidós muchachos, once de camisetas azul claro y once—los del Betis—con camiseta verde y blanca.
- ¡Qué bien está el equipo del Betis¡, dice una señora
- ¿Qué bien, dice usted, y ha encajado ya dos tantos?
- Me refiero a los colores
- ¡Ah¡
Las mujeres conceden siempre mucha importancia a estas cosas, y es lo bastante que un equipo use una camiseta fea para que deseen su derrota.
Efectivamente, hace muy bien el equipo verdiblanco sobre el verde césped; aquí es donde viene bien la imagen de la inmensa mesa de billar. Pero los que llevan el equipo lo hacen muy mal. O sea, juegan bien con el verde del campo, pero muy mal con el blanco de la puerta. Esta es nuestra primera ingenua impresión.
El equipo del Betis sería el primero de España si en los reglamentos del balompié no se exigiera como medio para obtener la victoria el marcar goles. Porque fuera de esto lo demás lo hizo muy bien. Corrieron como liebres, dieron puntapiés en todas las direcciones, se tiraron al suelo haciendo contorsiones, dieron muchos cabezazos al “esférico”–¿no se dice así?—se mancharon las camisetas de sudor, se dieron porrazos…todo, en fin, todo, menos introducir la pelota por entre los tres palos. Claro, que hay que reconocer que los tres palos están demasiado cerca unos de otros. Precisamente por eso, en el Reglamento existe el “penalty”. Ese “penalty” que la señora gorda que yo tenía delante pedía a cada instante al árbitro, con un vocabulario que no era ciertamente de plexiglás. El “penalty” es como el grandullón que llega al final de la pelea y dice: “¿Quién le ha pegado a este pobre hombre?…” Y lo vindica abofeteando al triunfador. Pero ese grandullón, que tanta falta hacía al Betis, no llegó. No quiso el árbitro, la víctima—un señor pequeñito que corre por todos—porque no es posible que el árbitro tenga provisiones de grandullones, así como así. Pero esto no evita para que la gente piropee al árbitro con expresiones cariñosas y colectivas…
Y eso que ha habido cursillos de árbitros, decían a nuestro lado. Bueno, yo los llamaría la ONU de árbitros, dice otro. Por nuestra parte proponemos algún cursillo de público. De esa manera se evitarían esos verdaderos concursos del denuesto que son los partidos de fútbol y que a la postre no evitan el cuatro a tres de ayer tarde.