Nijinsky con botas, de Santiago Segurola
Marco Van Basten ha sido uno de los mejores delanteros de la historia del fútbol. Comenzó a jugar en 1982 y se retiró en 1995, aunque su último partido lo jugó en 1993, apartado del fútbol por una grave lesión.
Tres fueron sus únicos equipos en su carrera: Ajax, Milan y la selección holandesa, cosechando una larga carrera de títulos tanto colectivos como individuales, pero sobre todo destacó por su clase y su elegancia dentro de los terrenos de fútbol.
Cuando en agosto de 1995 fue ya definitiva su retirada el periodista Santiago Segurola le dedicó este artículo en El País, en el que lo comparaba con Vaslav Nijinsky, el célebre bailarín ruso de ballet
Se habla de Marco van Basten en presente, pero se pensaba en pasado. Ahora es pretérito definitivo. Se ha retirado del futbol con treinta años, después de casi tres años de inactividad, masacrado por las lesiones de las rodillas y envuelto en el olor a cloroformo de una interminable sucesión de operaciones.
Casi parece remoto aquel 23 de mayo de 1993, su último partido con la casaca rojinegra del Milán, la final contra el Olympique de Marsella. Capello apeló a su nombre, a su prestigio, al temor reverencial que infundía a los defensas, para ganar el partido, pero Van Basten no pudo dirigir al Milán a la victoria. Abandonó el campo en el minuto 85, sustituido por un jugador de la tropa corriente, Eranio, y prosiguió el triste periplo de clínicas que ha terminado ahora.
El jueves pasado anunció su retirada y el futbol se llenó de la nostalgia que provoca el adiós de los jugadores irrepetibles. Podría haber bailado en el Kirov con botines y tacos metálicos. Era un Nijinsky imposible, entronizado sobre una estatura superlativa,1,87, y una elegancia natural que le impedía desarmarse en cualquiera de las suertes del juego.
Incluso cuando buscaba la pelota dividida frente al pie grande de los centrales, Van Basten tenía un aire regio, una dignidad estética que causaba asombro. Había una suerte de magnificencia en todo su repertorio, que era enorme. Cabeceaba como un inglés, tocaba como un argentino y su regate, largo o corto, tenía el aroma exquisito de su maestro: Johan Cruyff.
Los remates eran exactos, sin el barroquismo de Romario, pero con la misma precisión. Cazaba el gol de mil maneras diferentes con un leve empuje a la pelota, con un remate violento (sus voleas y tijeras serán inolvidables) o con una descarga sobre un regate imperial. Y la figura siempre compuesta, equilibrada, casi solemne.
El temperamento tampoco le faltó. Estábamos ante un ganador. Todo lo que hacía Van Basten mejoraba la jugada, y si era un partido trascendente, la mejora era decisiva para dar la victoria a sus dos equipos, el Ajax y el Milán.
Lo dicen los números: tres Ligas, tres Copas de Holanda y una Recopa con el Ajax; tres scudetti, dos Copas de Europa y dos Copas Intercontinentales con el Milán. Y la célebre Eurocopa con la selección holandesa en 1998, donde dejó para el recuerdo varios goles memorables y donde verdaderamente alcanzó la categoría de heredero de Cruyff.
Llegó al Ajax cuando Cruyff salía. Literalmente. Una tarde de abril de 1982 sustituyó al viejo maestro en un partido Ajax-Nimega. Siempre dijo Cruyff que aquel muchacho era el mejor de su generación, el jugador que quería para sus equipos. Lo tuvo en el Ajax, pero no lo consiguió para el Barcelona. Cuentan que Berlusconi sufrió un flechazo cuando revisó un video con los goles de Van Basten en su última temporada en el Ajax. Le contrató junto a Gullit y allí comenzó la era del Milán.
Un día de 1987 le preguntaron a Maradona por Gullit, efervescente en su primera temporada en el Milán. “El bueno es el otro holandés”, contestó Maradona. Apostó por un jugador que solo jugó once partidos de Liga, debilitado todavía por su primera lesión en la rodilla. Meses antes, le había cazado un tal Riekerink, defensa del Groningen, uno de los muchos que apuntaron fijo contra la pierna de Van Basten.
El tiempo confirmó el pronóstico de Maradona. Van Basten superó la exuberancia de Gullit simplemente porque era mejor futbolista. Por eso fue normal que el punto de referencia en el Milán cambiara en apenas un año de Gullit a Van Basten. En San Siro, la gente guapa acudía con postizos de pelo a lo Gullit, pero la tranquilidad milanista descansaba sin duda sobre el talento de Van Basten, uno de los tres jugadores-Cruyff y Platini son los otros dos-que ha conseguido en tres ocasiones el Balón de Oro como mejor futbolista europeo.
Finalmente se convirtió en el símbolo de un equipo inabordable. Tenía títulos, dinero y prestigio. Le faltó algo de felicidad porque siempre echó en falta la presencia de Cruyff. Quizá por eso resultó difícil su relación con Arrigo Sacchi, el célebre entrenador del Milán. Le acusó de mecánico, de poner el sistema por encima de los jugadores, de rehuir cada vez más el ataque. Añoraba a Cruyff.
Mientras tanto, su carrera comenzaba a quebrarse por el lado de la rodilla. Seis operaciones en siete años. El final se hizo irremediable en 1993. Como un cid rojinegro salió maltrecho a disputar la final de la Copa de Europa contra el Olympique de Marsella. Nunca más volvió a lugar. Apenas tenía veintiocho años, pero ya se había atrevido a llamar a las puertas del cielo que cobija a Pelé, DI Stéfano, Maradona y Cruyff.
Fuente: El País, 21 de agosto de 1995