Pelé y su gol de los cuatro sombreros, de Alfredo Relaño
Edson Arantes do Nascimento, Pelé, es considerado por muchos como el mejor futbolista de todos los tiempos. Así lo han proclamado diversos organismos deportivos y la prensa especializada.
Con la selección brasileña ganó tres Campeonatos del Mundo en 1958, 1962 y 1970. Es el máximo anotador de la selección de Brasil y del Santos, con 77 y 474 anotaciones respectivamente. En su carrera marcó 760 goles oficiales, 541 en campeonatos de liga, convirtiéndolo en el máximo goleador de toda la historia.
Su mejor gol lo obtuvo el 2 de agosto de 1959 en un partido contra el equipo brasileño de la Juventus. A él dedicó este relato el periodista deportivo Alfredo Relaño.
Edson Arantes do Nascimento, Pelé, tuvo una aparición fulgurante en el Mundial de Suecia. Tenían aun diecisiete años. Viajó como suplente del interior goleador Altafini (apodado Mazzola, por un lejano parecido con el gran jugador del Torino fallecido en 1949), pero al tercer partido entró como titular y ya no saldría más. Ese día no marcó, pero sí luego, en cuartos, ante Gales (uno), semifinales ante Francia (tres) y final ante Suecia, que jugaba como local (dos).
Uno de sus goles en la final fue una maravilla: situado en el centro del área, le llegó un centro de Zagallo desde la izquierda. Lo recibió con el pecho y en ese mismo control lo hizo pasar por encima de un defensa; lo dejó botar e inmediatamente le salió otro defensa, al que también hizo un sombrero, y, según caía, ya en el punto de penalti, soltó un disparo imposible. Dos sombreros y un golazo.
Pero aún habría de mejorarlo. Aunque en Maracaná figura una placa en homenaje a un gol que le marcó al Fluminense regateando a siete rivales, todos sus compañeros de la época coinciden en que el mejor se lo marcó al Juventus de Brasil en un partido del campeonato paulista. Hacía poco más de un año de su proclamación en el Mundial, ya le llamaban “la perla negra” y llenaba él solo todos los campos. Aquel día no estaba bien, acababa de lanzar muy mal una falta y la hinchada juventina se guaseó de él.
Pelé hizo un gesto con la mano, como diciendo “Esperad, que ya veréis”. Al rato, Dorval, el extremo derecho de aquella delantera que se llamó el “ballet blanco” (Dorval, Mengalvio, Coutinho, Pelé y Pepe), se escapó por la derecha y envió un centro al borde del área, donde estaba Pelé, atosigado por su marcador, Julinho.
Pelé lo recibió con un simple toque que le hizo pasar el balón por encima de la cabeza. Clovis y Homero cerraban el área, y Pelé les hizo pasar el balón sucesivamente por encima de la cabeza a uno y a otro. Solo le quedaba enfrente “Manos de Tigre”, como se apodaba el meta Juventino, que salió feroz hacia él. Pelé dejó botar el balón tras su último sombrero y de nuevo lo pasó sobre la cabeza de este último rival, para luego recogerlo y llevarlo a la red. Cuatro sombreros consecutivos hasta quedarse solo, frente al arco vacío.
La hinchada juventina se quemó las manos con sus aplausos y, olvidada la rechifla por la falta anterior, olvidado el resultado, 2-4, contrario a sus colores, coreó su nombre durante diez minutos, en agradecimiento a la obra de arte que acababan de ver. El gol no fue grabado, pero la tecnología ha permitido reconstruirlo con total fidelidad a través de los testimonios de los compañeros, rivales y público, y se puede disfrutar ahora en internet con una imagen de calidad artística. Según los que lo vieron, entre otros Coutinho, su compañero favoritos para las tabelinhas (paredes), le hace pleno honor.
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