Pepe Valderas, una roca verdiblanca, de Manolo Rodríguez
Pepe Valderas fue jugador del Betis entre 1951 y 1961. Sólo 4 temporadas, pero en ellas se dejó el alma por su entrega y dedicación. Fue un jugador de los llamados de club, no un virtuoso del balón. Lo suyo no era la técnica exquisita ni la filigrana, pero sí la pelea durante 90 minutos, la entrega sin descanso y el hacer kilómetros y kilómetros por la yerba del campo.
Jugadores duros como el de Gerena han sido y siguen siendo necesarios en todos los equipos desde que se inventó el fútbol. Un deporte que se basa en la asociación de ideas y estilos de juego.
A Pepe Valderas le dedicó el periodista Manolo Rodríguez este relato en 1988 narrando su vida y su paso por el Real Betis Balompié que hoy recuperamos.
La división horizontal del fútbol siempre ha necesitado de virtuosos artistas, pero también de insobornables guardaespaldas. Unos tenían la obligación de crear y golear, y los otros eran los llamados a defender y a evitar. Unos eran ágiles en el desborde, y los otros eran duros como el pedernal. Unos eran clásicos y solemnes y los otros eran…, eran como Valderas. Sí, como Pepe Valderas, un chaval de Gerena que le aportó al Betis del final de los cincuenta todo el poderío defensivo que necesitaba una escuadra que ya tenía por delante a gente como Areta y Del Sol. Un marcador impenitente que obligó a tirar la toalla a goleadores mitológicos, y a cabeceadores de leyenda como Sandor Kocsis. Un zaguero que hacía temblar la cal del área cuando iba al cruce, y que asustaba a todos los gorriones de Heliópolis cuando imponía su ley por los aires. Un futbolista de hierro que siempre pudo exprimir su camiseta cuando se fue de la yerba. Un defensa a la vieja usanza. De esos que decían: “O pasa el balón, o pasa el contrario, pero los dos nunca”.
Con esos fundamentos se ganó Valderas el respeto del graderío, la confianza de Antonio Barrios, y la generosidad de Benito Villamarín. Con este bagaje transitó por las avenidas del fútbol hasta llegar a ser un clásico del beticismo. Un nombre recordado por todos, aun cuando sus virtudes no tuvieran vocación de belleza ni de gol. Pero cada uno tiene un papel que desempeñar y Valderas supo realizar el suyo.
Así ocurrió desde aquellos años lejanos del colegio San Luis de Gerena, en los que comenzó a golpear la pelota de trapo. Un balón inocente que empezó a ser de cuero años más tarde cuando uno de sus más importantes benefactores, Pepe Reyes, le habló de sus cualidades a Jorge González, que entonces era el entrenador de los amateurs del Betis. Lo llevaron a la calle Mateos Gago, a la vieja secretaría de los verdiblancos, y allí formalizó su primer compromiso. Un acuerdo sencillo, en el que no hubo regateo ni condiciones. “No, yo sólo pregunté qué tenía que hacer”, y Jorge González me contestó: “Tener un corazón así de grande”.
Con este corazón aterrizó Valderas en el Betis. El no había sido nunca bético de raíces, “pero desde entonces empecé a sentir al club. Y hoy puedo presumir de ser tan bético como el primero, entre otras cosas porque soy agradecido”.
Aquellos años de ilusiones fuero, sin embargo, años difíciles. Seguía cursando sus estudios en el internado de San Luis, y eso le acarreaba enormes problemas, hasta el punto de que “para poder entrenar tenía que perderme la cena que daban al final de la tarde, y para que no me cerraran las puertas del colegio, Jorge González me llevaba todos los días en su moto a Gerena”.
Así empezó a ser futbolista. Una carrera que después se detuvo por unos meses en Utrera, hasta que le llegó su hora. Un momento que empezó a acercarse al final de la temporada 56-57 cuando el Betis fue a jugar un partido amistoso contra el Atlético de Madrid. Iturraspe alineó a muchos de los jugadores que estaban a la espera, y Valderas tuvo su oportunidad en la segunda parte, en la que secó por completo a un delantero húngaro que tenían los colchoneros llamado Peter. Al técnico del Atlético, Antonio Barrios, que ya por esas fechas estaba comprometido con el Betis para la campaña siguiente, le gustaron las maneras de aquel “canijito”, hasta el punto de que preguntó por él apenas llegar a Sevilla. Esto le creó algunas expectativas sobre su futuro, pero la temporada del ascenso no la comenzó de titular.
Hubo de aguardad cuatro jornadas, hasta que Barrios lo hizo jugar en Huelva marcando a Cortázar. El resultado fue adverso, pero Valderas estaba eufórico. Ya era titular en el Betis, y así lo confirmó una semana más tarde, cuando, por primera vez, salió a Heliópolis desde el inicio. Y fue, además, en la mejor tarde de toda la temporada, en un partido memorable frente al Extremadura, que concluyó con el claro triunfo verdiblanco por seis goles a uno.
Desde ahí ya lo jugó todo. Compartió la línea con Rodri, Loli, Espejín, Santos y algún otro, y estuvo a las duras y a las maduras, en las ocasiones de oro y en las pocas decepciones de aquel año, incluso en aquellos momentos de extrañas circunstancias como en Córdoba, “donde el árbitro pitó un penalti a favor nuestro, la gente se tiró al campo y el árbitro, asustado, se metió dentro de las redes de la portería del Córdoba”. Aquel colegiado lo pasó mal. Pero también lo sufrió en sus carnes el Betis, “ya que nos tiraron el autobús al río, y nos tuvimos que venir a Sevilla en taxis”.
Por fin, el primer día de junio del 58 el Betis sube a Primera División. Lo hace ganándole al Jerez por tres a cero y sumiendo a la familia verdiblanca en un éxtasis que se prolonga por la ciudad durante varios días. Los jugadores van de fiesta en fiesta, emborrachando de júbilo a una hinchada que se sentía orgullosa de su equipo, un conjunto, como dice Valderas, “que estaba muy compensado, que mostraba mucha disciplina en el campo, y que tenía arriba a un monstruo como Luis Del Sol, que ha sido, sin duda, el futbolista más grande de la historia del Betis, además de una persona inmejorable”.
Aquellos viejos rockeros del beticismo fueron los que culminaron la gesta del ascenso. Era el primer año de Valderas, pero pronto llegarían nuevas aventuras apasionantes. Y al frente de todas la del 21 de septiembre del 58. Ese primer partido de competición oficial en el Sánchez Pizjuán, esa vuelta a los enfrentamientos entre los eternos rivales, ese final de viaje para el Betis y sus circunstancias…
- El partido aquel no lo podré olvidar nunca jamás. Fue impresionante. Barrios nos había tenido concentrados desde mitad de semana en Galaroza, y el sábado nos volvimos a Sevilla para dormir en el hotel La Rábida. El entrenador nos explicó mil veces cómo jugaba el Sevilla, y salimos al campo muy mentalizados. Enseguida marcó Del Sol, y esto nos asentó en el campo. Pero después llegó una jugada en el área nuestra. Yo estaba detrás de Arza intentando evitar que se me fuera por los costados, pero Juan, que era un fenómeno, me picó la pelota por encima. Instintivamente le cogí con las manos, y Zariquiegui pitó penalti. Lo marcó Szalay, y yo me quería morir. Más tarde Diéguez puso por delante al Sevilla, y así nos fuimos a la caseta. En el vestuario me encontraba muy abatido, pero ni Barrios ni los compañeros me recriminaron nada. Y eso lo agradecí siempre.
Como agrade que en el segundo tiempo dos goles de Kuszmann y uno de Areta le dieran la vuelta al partido. Una segunda mitad en la que marcó a Gómez, reajustando una posición que en el primer periodo había sido otra, ya que enesa fase de encargó de controlar a Diéguez.
Aquel triunfo, “que no se podrá olvidar nunca porque los béticos llevaban mucho tiempo esperándolo”, proyectó a los verdiblancos hacia una temporada feliz de la que guarda muy buen recuerdo Valderas.
Al año siguiente las cosas ya fueron distintas. “Se fue Barrios, que imponía una enorme disciplina, y lo sustituyó Enrique Fernández, que se dejó desbordar por los jugadores”.
Tras el uruguayo se sentó en el banquillo Barinaga, y unos meses más tarde, con la llega de Daucick, comenzaron los males de Valderas. “Un día, entrenando, le entré con fuerza por detrás a su hijo Yanko, y a partir de ahí me puso los puntos. Me decía que tendría que ganarme el puesto en los partidos amistosos, e incluso me comentaba que como no cesaran las críticas de algunos periodistas no tenía la más mínima posibilidad de jugar”.
Así las cosas pensó en irse. El Valencia intentó ficharle ofreciendo a cambio a Roberto, pero Villamarín quiso un dinero y se rompió la operación. El Sevilla, al que entrenaba Barrios, también intentó un acercamiento a través de Ruiz Sosa, pero el Betis le impuso que se fuera al Elche. Y se fue. Cobrando 300.000 pesetas como Cardona, Re y Romero, y comenzando un peregrinar que más tarde lo llevaría a Murcia, Cádiz, Puertollano y Almería. Por fin colgó un día las botas y se marchó de los estadios. Unos campos de batalla en los que siempre le tocó interpretar el papel de malo. Pero el suyo era un papel necesario. Y quizá por eso tuvo que realizarlo.
Fuente: Manolo Rodríguez en ABC 10 de enero de 1988