Peral ha muerto, de José Antonio Blázquez
El 28 de mayo de 1967 falleció José Suárez «Peral», uno de los futbolistas más importantes de la historia del Real Betis Balompié.
Dos días después, desde las páginas de ABC, el periodista José Antonio Blázquez rememoraba la figura de este gran jugador, y la ponía en el contexto de la rivalidad local a través de su relación de amistad fuera del terreno de juego, pero de enconada disputa dentro de éste, con Guillermo Campanal, uno de los míticos jugadores del eterno rival.
El texto de Blázquez revela muchos de los códigos del fútbol de la época en que Peral estuvo en activo, desde esos choques duros y broncos en los partidos de rivalidad, pero que no impedían a jugadores de uno y otro equipo compartir mesa y diversión en las noches de los sábados en los antros noctámbulos de la ciudad en torno a la Alameda de Hércules, hasta las bromas gastadas a varios árbitros de la época. También se dan detalles de su paso por el banquillo bético, hasta en 3 ocasiones distintas, como el hecho que que «fuera incapaz de poner multas».
Peral fue uno de los jugadores más destacados del Betis que ganó la Liga en 1935 y su recuerdo estuvo siempre presente entre los buenos aficionados conocedores de la historia verdiblanca.
Ayer recibieron sepultura los restos de Peral. Murió el domingo. Desde mediados de semana se había hecho dolor en los aficionados sevillanos la noticia de que su mal, incurable, se había agravado hasta el extremo de no existir esperanzas de superación. Al entierro, que, junto a los familiares del extinto, presidió Julio de la Puerta como máxima representación del Real Betis, asistieron muchos seguidores del equipo blanquiverde. Y amigos, porque Peral, que protagonizó y singularizó junto a Guillermo Campanal una acusada rivalidad bético-sevillista en el terreno deportivo, dejó sentir siempre la bondad de su corazón, de carácter abierto, para ganar la amistad de cuantos le rodearon.
Estuvo en el Betis de la época dorada del título de campeón liguero, inyectando, junto a Adolfito, expresivos aires de sevillanía a un fútbol de norteños perfiles, y estuvo también en el ocaso transitorio del equipo en la etapa de la posguerra, que hizo al Betis caer fulminado desde su posición de cuadro puntero en la división de los mejores hasta la mediocridad del balompié de Tercera.
Los males habían cortado últimamente las alas a su alegría natural. “Ya uno no sirve para nada. Ni siquiera puedo tomar un par de “negros” antes de comer. Esta pierna está cada vez peor”. Se fue haciendo raro hallarle a eso del mediodía por el bodegón grande de la calle Santander. Y se fueron haciendo también penosas, terriblemente sugeridoras, sus ausencias.
¿Fue a Mazagatos al que le quitó el reloj en un partido? ¿Fue víctima Alvarez Corriols, en la estación de Atocha, de un bromazo?
A él le gustaba hablar de Campanal “el gordo”, el amigo de la calle, el enemigo irreconciliable en el campo. “Una vez le hundí dos costillas y qué dolor no sentiría el “pobrecito” que me mordió una de las botas y creí que me arrancaba los dedos del pie”.
Él tenía siempre el recuerdo a flor de labios. Y le oímos hacer recuento muchas veces de sus triunfos y fracasos en la tasquita pequeña detrás de Correos, entre tapas de altramuces y fandangos que Paco Palacios templaba en su ronquera.
Los Sevilla-Betis, la lucha abierta que a veces desataba posteriores malhumores y los vestuarios requerían repasos del fontanero; y los trompazos, y las salidas del campo con guardias a caballo a los flancos. Entonces era distinto y la rivalidad en los campeonatos regionales y mancomunados lo hacía casi obligatorio. Después, en la calle, nada. Ni el profesionalismo futbolístico se tomaba en serio, ni era extraño ver a los jugadores las noches de los sábados metidos en jarana por el mundo turbulento de “Zapico” o “Los Majarones”.
Yo recuerdo su homenaje. Jugó el Murcia y Guillermo Campanal aceptó vestir los colores verdiblancos. Es histórica una foto del asturiano junto a Saro y Peral. Como es historia su trayectoria desde el título de Liga de los béticos hasta su etapa final de entrenador incapaz de poner multas.
Era, sencillamente, una buena persona que acabó intentando ser oficinista a la vera de Pascual Aparicio.
Descanse en Paz