El recuerdo de Dante, de Enric González
El periodista Enric González fue corresponsal de El País en Roma desde el año 2003 hasta 2007. Fruto de esta estancia fueron unos artículos que todos los lunes se publicaban en El País bajo el título de Historias del Calcio. En noviembre de 2007 fueron recogidos en un pequeño libro altamente recomendable. Como se dice en su introducción: «Ningún país vive el fútbol (quizá Argentina, que no conozco) y nadie es tan imaginativo, tan farsante y tan estupendo como los italianos». El calcio ofrece mucho que contar: las tragedias del Torino, la arrogancia de la Juventus, la locura de la Roma, los disparates del Inter, las aventuras de Silvio Berlusconi y el Milan…»
Veremos por aquí algunos de estos estupendos artículos, y empezamos con este de hoy, dedicado a Dante Chirichini, un mítico tifoso romanista de los años 60 y 70.
Dante Chirichini se dio a conocer el 20 de noviembre de 1960 en el viejo estadio Olímpico, recién concluido un encuentro entre el Roma y el Padua. Chirichini, un hombre muy bajito, panzudo y de piernas frágiles, saltó al terreno, ya vacío, con una gran bandera romana y dio la vuelta al mismo saludando y disfrutando de la atención. En aquella época, un tifoso era exactamente eso, un tipo pirado por su equipo, con ganas de juerga y sin ánimo de bronca.
Desde aquel día, Chirichini, barrendero de profesión, se convirtió en la mascota de la grada romanista. Era objeto de mil burlas y, a la vez, de un especial respeto. Con los años, su presencia se hizo imprescindible. Llegaba exactamente un cuarto de hora antes del partido a bordo de un Vespino desvencijado y, de inmediato, corría la voz en la curva sur: “Dante ya está aquí”. Hasta aquel momento nadie gritaba ni alzaba las pancartas. Había que esperar a que Chirichini, endomingado a su manera con camiseta grana, bufanda y sombrero en mano, llegara a su puesto y alzara el brazo en un gesto papal que hacía enmudecer el estadio.
El escritor Angelo Bocconetti recuerda un ejemplo de la liturgia. Chirichini se alzaba en toda su breve estatura y gritaba: “Hoy es un día bellísimo…”, la grada lanzaba un alarido; “ésta es la señal…”, otro aullido colectivo, “…de que el Roma…”, instante de clamor, “…¡vencerá!” Y surgían las pancartas y los cánticos.
En los desplazamientos, a los que acudía invitado por unos o por otros, Dante añadía al discurso un florido elogio a la belleza, la hospitalidad y el alto nivel cultural de la ciudad que recibía a su equipo. Se apasionaba tanto con el fútbol que se desmayaba en los momentos cruciales.
Luego, llegaron décadas de violencia, de convulsión y muertes en los estadios. El barrendero Chirichini siguió acudiendo a la grada en el nuevo estadio Olímpico, pero perdió gradualmente su autoridad simbólica. En los últimos años pocos hacían caso de aquel anciano bajito que gritaba y se desmayaba.
Hasta que enfermó y se le perdió la pista. Nadie se enteró de su muerte, el año pasado. Su funeral fue íntimo: la familia y unos pocos amigos.
Existe, sin embargo, la memoria colectiva. Un día, en un partido europeo contra el Boavista, alguien desplegó una pancarta que decía: “Atentos, chavales: Dante os observa”. Los mayores tuvieron que explicar a los jóvenes quién era ese Dante y el recuerdo revivió.
Unas jornadas después, un grupo de seguidores localizó el último Vespino desvencijado de Chirichini y antes de un Roma-Reggina lo introdujo en el campo. El capitán de Roma, Francesco Totti, se acercó a él, dejó una rosa sobre el sillín y lanzó un beso al cielo.
El Reggina y el Roma empataron ayer sin goles en un partido triste. Dante, y otros como él, faltaban más que nunca.
Fuente: El País 15 de marzo de 2004