Rogelio Sosa, pura caoba verdiblanca, de Manolo Rodríguez
La imagen que ilustra el relato futbolístico de hoy está fechada el 12 de febrero de 1978 en el estadio Carranza.
Es un Cádiz 0 Betis 5 y fue el último partido oficial de Rogelio Sosa con el Betis. Salió en el minuto 80, supliendo a Julio Cardeñosa, y fueron sus últimos 10 minutos vistiendo la camiseta verdiblanca después de 16 temporadas en la plantilla del Real Betis Balompié.
Pero lo que impresiona de esta imagen es la actitud de Rogelio: la mirada al frente, dominando perfectamente la situación. No tiene que mirar al suelo para saber dónde está el balón y dominarlo.
Es la clásica postura de los peloteros de lujo, de aquéllos que siempre tuvieron por enseña en su fútbol la calidad y la clase.
De todo eso, y de muchas cosas más, trata el artículo que el periodista Manolo Rodríguez le dedicó en ABC el 20 de septiembre de 1987.
Rogelio es un símbolo. Eso parece incuestionable, aun cuando la eterna leyenda popular pueda seguir discutiendo sus formas y sus maneras. Pero por encima de todas esas minucias, Rogelio Sosa, “el de la izquierda de caoba”, es un trozo vivo de la historia verdiblanca. Es, ni más ni menos, que el símbolo fundamental que unió dos etapas del beticismo, el único superviviente de aquella transición que terminó con el Betis ascensor para convertirlo en el Betis de Primera. Rogelio, además, por si faltaba algo, fue siempre fiel a las señas de identidad del beticismo. Fue imprevisible en las tardes fáciles, y genial los días que anunciaban miuras. Fue como es el Betis, capaz de remangarse las mangas a las duras, y capaz, muy capaz, de tirarse al callejón los días de bonanza. Por eso, toda una generación de béticos, durante diecisiete años, acudió cada domingo a Heliópolis dispuesto a todo. A gozar, o a sufrir…
Y Rogelio lo sabe. Sabe que nunca fue como los demás, y por eso asume como lógicas las cosas que fueron perfilando su vida. Una carrera que arrancó allá en la factoría futbolística de Coria, vistiendo los colores verdiblancos del Victoria Balompié, y que concluyó en Cádiz, en una tarde de 0-5 que, sin embargo, no sirvió para mitigar el descenso del 78. Por medio, muchas cosas. Tantas, que ni siquiera el archivo del recuerdo ha podido abarcarlas todas. Pero con ellas vive Rogelio Sosa. Evocando aquellos días en los que era un niño que jugaba con los mayores, y en los que tenía que defenderse de los empellones de los contrarios a base de “tostás” geniales. Un niño de 30 kilos que hubo de ser suplente una tarde en Huelva porque, como dijo Andrés Aranda, “no os podéis imaginar el viento que hacía en el campo”.
Pero Rogelio aprendió lo fundamental, y después de tres años de peregrinar juvenil terminó debutando en el Betis de Daucick cuando amanecían los sesenta. Un Betis de gentes como Pepín, Colo, Ríos, Luis, Ansola, Senekowitsch… etc, al lado de los cuales debutó contra el Madrid, a pesar de que esa tarde Puskas terminó haciendo estragos.
De cualquier modo, ya desde ahí, desde ese kilómetro cero, empezó a entretejerse el perfil del mito. Muy pronto empezaron las críticas, algo con lo que vivió siempre, y en cualquier parte, cualquier domingo, pudo oírse eso que incluso llegó a decir algún presidente: “Rogelio no juega porque no quiere”.
- ¿Eso fue verdad alguna vez, Rogelio?
- ¡Qué va¡ No hay nada más bonito que ser el mejor cada domingo, y yo siempre quise serlo…, pero yo era como era, aunque no puede olvidarse que he jugado tantos partidos como el primero, que fui 17 años titular, que metía como centrocampista una media de 8 o 9 goles por temporada, y que los años que actué como delantero centro no bajé de 13 o 14.
Tiene razón Rogelio. Esos son datos fríos que están en los libros, como está en los mejores textos del beticismo el coriano más grande que jamás se puso la camiseta del Betis. Un futbolista genial que un día se negó a ser traspasado al Calvo Sotelo, y que por ello fue apartado de la plantilla. Un mes más tarde, Domingo Balmanya, el técnico de la época, le ofreció a la directiva 450.000 pesetas por aquel jugador “inservible”. Al domingo siguiente volvió a ser titular.
Y ya lo fue para siempre. Lo fue en aquel memorable Carranza del 64, “al que llegamos como si fuéramos a bañarnos”, en el que los verdiblancos, con dos goles suyos, terminaron llevándose por delante al Boca Juniors y al Benfica. Rogelio dice que aquel triunfo fue apoteósico. Grandioso como el ascenso del 67 frente al Granada. El “caoba” abrió el marcador en el Villamarín, y remató la faena en Los Cármenes. Antes, sin embargo, quizá poco menos de un año antes, el Betis de las gestas heroicas había eliminado de la Copa al Real Madrid sólo tres días después de que los blancos hubieran ganado su sexta Copa de Europa. Ese partido, el de las prórrogas y los goles de Landa, metió al Betis en las semifinales, donde los verdiblancos, con gol de Rogelio y TV en directo, igualaron el partido de ida en San Mamés. Días más tarde el Athletic arrasaba en el Villamarín por 1-4. Y es que el Betis es así… ¿O no, Rogelio?
- Sí, el Betis, ganando o perdiendo, ha sido distinto siempre… Ha hecho quizá lo mismo que otros equipos, pero de otra manera, con otro sello. Como es el Betis
El Betis que fue Betis, entre otras cosas, gracias a hombres como Rogelio. Una figura de tres lustros al que Luis Guijarro se quiso llevar al Barcelona, y al que otros intermediarios intentaron colocar sucesivamente en otros equipos grandes. Pero no se fue jamás. Se quedó en Heliópolis donde ya en el otoño de su carrera pudo sentir “la satisfacción más grande que puede tener un bético: verme con la Copa del Rey en las manos”. Ese día quizá supuso la culminación de tanto córner metido de rosca, de tanta “tostá” para delicia de la parroquia, de tanto grito y tanto insulto. Ese día empezó a terminar una historia que le ayudaron a escribir algunos de sus “maestros”…
- De quien más he aprendido ha sido de Andrés Bosch. Era el que me decía: “Niño, cuando el equipo haya perdido los papeles, cierra los ojos, vete del partido un momento, y piensa en lo que está pasando, porque tú tienes calidad para enderezarlo…”
Rogelio admiró a Bosch y se entusiasmó con Luis Del Sol, “el mejor jugador que he visto con la camiseta del Betis”. Su entrenador fue Balmanya, y su presidente “Don Benito” Villamarín. Pero, en el fondo, todos hubieron de aceptarlo como era. Distinto. Incluso Antonio Barrios, allá en Mallorca, en puertas de un ascenso, lo dejó una tarde al margen de la táctica. Después, cuando el equipo salía al campo, lo cogió por el brazo y le dijo: “Por Dios, Rogelio, corre hoy…”