Segunda oportunidad sobre la tierra, de Fernando Iwasaki
En diciembre de 2007 la gestión de Manuel Ruiz de Lopera al frente del club ya estaba en plena descomposición. Los fracasos deportivos se sucedían año tras año solo dos y medio de haber ganado la Copa en junio de 2005. Los entrenadores y los jugadores pasaban por el vestuario verdiblanco sin conseguir enderezar el rumo de una nave que año y medio después terminaría encallando.
Los problemas económicos y judiciales comenzaban a asomar y el descontento y hartazgo de la afición terminarían por hacer el resto.
En este artículo de Fernando Iwasaki en las páginas de ABC se recomendaba al máximo accionista una venta que salvase su escasa credibilidad. No fue así y durante casi 3 años más se sucedería un espectáculo impropio de un club serio, con ventas simuladas a grupos accionariales procedentes de los más diversos ámbitos geográficos, desde Inglaterra a un ficticio jeque pasando por Córdoba.
Si Manuel Ruiz de Lopera hubiera vendido sus acciones con el Betis en la Liga de Campeones y la Copa del Rey en las vitrinas del club, no sólo habría hecho un gran negocio sino que hoy sería recordado como el mejor presidente de la historia verdiblanca. Sin embargo, Lopera, quien nunca fue un gran gestor durante los años duros, fue un absoluto desastre cuando llegaron los años maduros. ¿Por qué nadie de su entorno fue capaz de aconsejarle con honradez y sinceridad?
La afición se entregó incondicionalmente a Lopera durante más de una década, pero la pésima gestión del éxito le llevó a maltratar a Serra Ferrer, Oliveira y Joaquín, y desde entonces todo ha ido a peor. De hecho ya no hay cariño. Y si las cosas siguen como están, dentro de poco no habrá ni siquiera gratitud.
A estas alturas del naufragio ya no es posible recuperar el crédito aunque sí la inversión. Lopera podría vender sus acciones y encima ganarles dinero, porque estas acciones valen lo que otros inversionistas estén dispuestos a pagar. No obstante, lo que no tiene precio es la desolación, la sensación de fracaso y esa certeza de ruina deportiva que arrasa a todos los aficionados béticos. Puede que estas líneas sean de áspera lectura, pero no pueden ser más correctas y educadas con sus directos destinatarios.
Manuel Ruiz de Lopera ha gestionado quince de los cien años de la historia del Betis, el 15 por ciento para ser más exactos, y ha conseguido una de sus dos únicas Copas del Rey. Si es capaz de gestionar esta transición con rapidez y transparencia, quizás dentro de algunos años aquel merecido título resuma lo mejor de su herencia y su memoria, porque de no ser así, hasta la ley de Murphy se nos quedaría corta para describir lo que podría ocurrir.
Ni el Betis, ni sus profesionales, ni la afición, ni la ciudad, se merecen una celebración del Centenario que termine como el rosario de la Aurora. Ni siquiera el propio Lopera se merecería un final así. El Betis cumple cien años y quiero creer, como estampó García Márquez al terminar su memorable novela, que las estirpes que cumplen cien años de soledad tendrán “por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.