Sevilla ya no es Sevilla
De la relación entre fútbol y toros en la Sevilla de la primera mitad del siglo XX ya hablamos aquí, en un curioso artículo aparecido en la prensa sevillana en agosto de 1933.
Traemos hoy otro ejemplo, esta vez de julio de 1935 y que apareció en el diario barcelonés La Vanguardia. Se dió ese año la feliz circunstancia de que los equipos sevillanos acapararon todos los títulos nacionales: El Betis la Liga y el Sevilla la Copa, en sus dos vertientes, tanto en el fútbol profesional como en el amateur.
El periodista granadino Enrique Fajardo Fernández, que escribía con el seudónimo de Fabián Vidal, se preguntaba en su artículo que qué había sido de la Sevilla que, desde la segunda mitad del siglo XIX, había vivido al ritmo del mundo de la tauromaquia y ahora había cambiado a sus viejos ídolos por los que vestían el camisolín verdiblanco en el Patronato o blanco en Nervión.
El mismo título del artículo ya lo dice todo: Sevilla ya no es Sevilla
En una obra, bien intencionada, pero bastante mediana, de Federico Oliver, hay cierta escena muy notable, que, según dicen fue arrancada por su autor de la realidad sevillana.
Un delegado de apremios va a embargar, por atrasos contributivos que alcanzan a muchos trimestres, aun barbero, Este gime, protesta, vocifera, pide justicia contra lo que es, en su opinión de contribuyente moroso, enemigo del Estado, anarquista manso y tácito, un atropello inicuo. Y al fin, convencido de que todo es inútil, penetra en sus habitaciones y sale con un puñado de duros.
– Tenga usted, dice al inflexible agente. Es como si me arrancara usted un ala del corazón. Ese es el dinero que tenía destinado para las corridas de feria. ¡Ya no podré ver torear este año a Belmonte¡
Y llora.
Pero el delegado de apremios se le queda mirando.
– ¿Es usted belmontista?
– Sí
– ¿Usted cree que no hay, ni ha habido ni habrá un torero como terremoto?
– ¡Que si lo creo…¡ ¡Si no creo otra cosa¡
– Pues tenga usted su dinero. Yo no puedo consentir que un buen aficionado, un belmontista como yo, se quede sin ir a las corridas de feria. Y esté tranquilo. Ya arreglaré yo en la oficina lo de sus atrasos de contribuciones.
Y el agente sale de la barbería serio y digno, dejando al barbero con un palmo de boca abierta.
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El otro día llegaron a Sevilla los jugadores del equipo local de fútbol que, después del Betis, han ganado otros dos campeonatos nacionales. Se les hizo un recibimiento apoteósico. Una inmensa muchedumbre ocupaba los andenes y los alrededores de la estación. Los vivas y los aplausos atronaban y subían a las alturas en un coro inmenso. Llovían las flores al paso de los “equipiers”. Frenéticos admiradores les ofrecían innumerables cañas. Desde los floridos balcones, juncales mocitas y arrogantes matronas les enviaban besos. Se interrumpió la circulación. Serva la Bari vibraba como no había vibrado desde la muerte de Joselito…
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¿Es que esto, el fútbol, ha matado a aquello, los toros? ¿Es que el alma sevillana, la clara y luminosa, se dejó penetrar por las brumas septentrionales? ¿Es que Tartesos no estuvo, aunque lo asegure Schulten, en el delta del Guadalquivir, y en cambio, asentóse la Thule vaga y brumosa allí donde las aguas del gran río bético son sorbidas por el mar?
¡Sevilla deportiva¡ ¡Sevilla entusiasmada por el juego nórdico de la pelota lanzada con un pie duro y hábil hacia metas de capricho¡… ¿Qué se hizo, ¡oh Cielos¡ de la tradición? ¿Qué de la historia? ¿Qué del costumbrismo? ¿Qué del tipismo?
“Oselito”, la creación originalísima de Andrés Martínez de León, se ha pasado al fútbol con armas y bagajes. Ya no habla de verónicas, ni de pases de pecho, ni de pares de banderillas al sesgo, ni de volapiés, ni de medias lagartijeras, sino de goals, de centros, de delanteros, de eliminatorias… Sic transit…
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Sevilla está loca de entusiasmo. Sus tres equipos ganaron este año los tres galardones supremos. El Betis Balompié ha logrado el campeonato de Liga- El equipo profesional del Sevilla FC y el equipo amateur del mismo los otros dos campeonatos nacionales. Se comprende que el Ayuntamiento los recibiera en corporación, y con la Banda Municipal, que tocaba el pasodoble “La Giralda”, en pleno salón de sesiones, que el alcalde pronunciara un discurso y se asomara luego, abrazado al capitán del Sevilla, a un balcón, para que le aclamase la muchedumbre…
¿Pero qué pensarán de todo esto los chavalillos que cruzan de noche el Guadalquivir, a nado, en barca o por vados incógnitos, para ir a las dehesas y aprender el toreo, capoteando toros bravos a la luz de la luna? Así empezara Belmonte, según ha contado repetidas veces, y antes y después otros muchos que murieron víctimas de cornadas, o que lograron realizar su sueño de ser aplaudidos y festejados y de poseer casas y cortijos. El muchacho sevillano de clase humilde, cuando sentía dentro de su espíritu nacer y crecer la ambición, cuando se cansaba de la miseria sórdida y brutal de un aprendizaje, pensaba en que la gloria, la independencia y la fortuna estaban en el hoyo de las agujas de las gallardas fieras de tablada. ¿Por qué no? Todo era cuestión de atreverse, de no tener miedo, de cerrar los ojos al peligro…
Y ahora, ¿querrán contenerse, ellos, tan soñadores, con la oncena parte de una popularidad? Su individualismo andaluz, exigente, mandón, teatral, espectacular, celoso, anárquico, impermeable a la disciplina, ¿aceptará la solidaridad del equipo, del juego mancomunado, repartido, organizado, que no consiente divos?
Lo dudo mucho. Porque entonces Sevilla no sería Sevilla, sino una seria ciudad del Norte, sin sol, cielo azul, con nieblas espesas, con muchas humosas chimeneas fabriles…
Fuente: Fabián Vidal en La Vanguardia 18 de julio de 1935