Un sueño futbolístico de 75 años, de Manuel Sarmiento
Con motivo del partido que hoy enfrenta a Betis y Sporting en el Villamarín traemos hoy un artículo que el periodista deportivo Manuel Sarmiento Birba publicó en las páginas de AS el 23 de abril de 1980, dedicado al club sportinguista, que ese año celebraba el 75 aniversario de su fundación.
En él, bajo la ficción de un sueño en su domicilio de Madrid, rememora el reencuentro con viejos aficionados sportinguistas de los tiempos fundacionales, así como con jugadores, directivos y aficionados.
Pido perdón por lo que muchos puedan considerar un atrevimiento. Yo, al igual que Mister Lockwood, el inquilino del señor Heathcliff en “Cumbres borrascosas”, de Emily Brontë, también he tenido mi sueño. Fue el pasado lunes. No había cenado mucho ni bebido en exceso. Pero si esas fueron la causa de tan hermoso momento, bendita sea la gastronomía y bendito sea el vino y el carro de Tespis. Pero, en este sueño, puedo asegurar que he sido tan feliz como un conejo en madriguera con coneja salida a su lado.
Y soñé que estaba en Gijón. No había ni un alma en la ciudad. Todo era silencio. No había Molinón del viejo inglés Rimmell. No había nada. Pero la Providencia y su escollera estaban allí. La playa de San Lorenzo era una pista de fina arena. Santa Catalina seguía siendo un cerro donde ondeaba una bandera. Yo estaba sentado en un banco del paseo de Isabel la Católica. Ya es raro que en mi sueño no aparezca el Molinón del inglés Rimmell y, sin embargo, exista una mejora ciudadana tan moderna como es el parque de referencia. Estaba un tanto asustado cuando oí que me saludaban afectuosamente y citaban mi nombre. Me volví y a un par de metros estaba Emilio Prendés, “Moyano”, un hombre que en vida fue una institución en el Sporting. Me alegré de verle, aunque fuese en sueños, porque Moyano hace ya unos años que ha muerto. Pero en mi sueño aparecía fuerte, lozano, lleno de alegría. A mí, personalmente sólo me gusta la música de Beethoven, pero con Moyano tuve que soportar ópera. La primero que entonó fue la Traviata. Y Moyano empezó a contarme cosas del Sporting.
Era feliz porque el equipo de su vida cumple ahora setenta y cinco años. Y me habló del fútbol inglés que llegó a Gijón antes de siglo y que se jugaba en un solar amplio donde hoy arranca la calle del Instituto hacia el centro. Me quedé un poco emocionado porque a mí, cuando me citan la calle del Instituto de Gijón, se me altera el cuerpo. Es lógico. Las pocas veces que yo fui feliz de verdad en esta vida fueron cuando mis ojos de adolescente se iban tras una colegiala que vivía en dicha calle. ¡Anda, que no he soñado yo veces con ella¡
Moyano comenzó a disertar sobre la historia del Sporting. Mi sobresalto fue grande, porque en un árbol había un taco de calendario. En el mismo decía: 6 de julio de 1905. Era Rey de España Alfonso XIII, hijo póstumo de Alfonso XII y María Cristina de Habsburgo. Yo oía el ruido de las olas rompiendo en la escollera y veía una gran cantidad de jóvenes, maduros, viejos, que venían desfilando hacia nosotros. Mi amigo Moyano me iba diciendo sus nombres y lo que habían hecho por el Sporting. Era un canto a su entrega por un club que ahora cumple tres cuartos de siglo y que es parte viva y emotiva de la villa gijonesa. Venían del otro mundo y estaban como si no hubiesen fallecido hace años y más años. Pero, de pronto, uno de los que venían de ultratumba grita con fuerza: ¡En pie, fuera gorros¡. Miro hacia un lado y se me parecen sonrientes manolo Meana y Corsino que, afortunadamente, viven. Fueron dos columnas del Sporting que se mantienen enteras, sólidas. ¡Qué Dios les dé mucha vida aún¡
Y los cuatro, sentados, vemos desfilar la solera y esencia del viejo Sporting. Son los héroes de tantas veces y tantos años. Ahí vienen, uniformados, vedlos. Ellos pusieron los cimientos de este hermoso equipo que hoy en día es el club gijonés. Fernando Villaverde, Saturnino Villaverde, Amadeo, Conrado, Argüelles, Angel Ceinos, Bericua, Bango, Trapote, Embil, Germán, Palacios, Domingo, Adolfo, Morilla, Bolado, Ramón Herrera, Pin, Nani, Loredo, Cholo Dindurra, Floro Sión y tantos y tantos que harían esta relación interminable. Pero hay más. Vestidos a la moda de hace ya muchos años también están Corsino de la Riera, Anselmo López. Angel Pardo, Ramón Plasencia Ruibal, Enrique Guisasola, el “tiu Enrique”, Ismael Figaredo, Emilio Tuya, Roberto G. de Agustina, Evaristo Lázaro, mi gran amigo Víctor Manuel Felgueroso, Carlos Méndez y tantos y tantos dirigentes, socios, hinchas. Todos hicieron esta formidable realidad que es el Sporting de Gijón. De ahí mi recuerdo durante este sueño. Y viviendo en Gijón, felices o no, cantidad de hombres que están en el ánimo de todos. Que han dado lo mejor de su juventud y de sus vidas por el ideal rojiblanco. Que lo llevan en su corazón, en la sangre que riega sus venas y arterias.
Se han quedado muy lejos los días de “Campu Redondu”, en el Humedal, “La Matona”, en La Guía, “La Flor de Valencia”, también en La Guía…, y los primeros tiempos de “El Molinón”, de Rimmell, propietario del viejo molino que había al final de la calle de Ezcurdia, ya en las afueras de Gijón. Ese Molinón que ya para la eternidad va ligado a la historia del Sporting. Con su modestia primero, con su crecimiento paulatino, con la hermosa realidad que es hoy.
Y llegará el centenario y otro periodista cantará las glorias recientes y quizá yo vuelva también de ultratumba para estar en la efeméride. Pero no es bueno anticipar acontecimientos.
Un timbrazo muy sostenido, en mi domicilio de Madrid, acaba de despertarme. Ni hay Parque de Isabel la Católica, ni mar, ni playa ni escollera de la Providencia. Hay una cama revuelta, periódicos por el suelo, colillas de puros, restos de whisky en un vaso y no aparece el calendario que estaba en el árbol con fecha de 1905. Hay un calendario que marca abril de 1980 y es rey de España Juan Carlos I, el monarca que designó Franco para los españoles. Sin embargo, hay una cosa que me preocupa. En mi buzón me encuentro con una tarjeta que dice: “Emilio Prendés, “Moyano”. Un abrazo, Manolo. Te espero para dentro de veinticinco años.”. Indudablemente debo seguir soñando.