Te queda, Betis, que no es poco, tu bendita afición…
En julio de 1989 el Betis consumó un nuevo descenso a Segunda División tras una desastrosa promoción contra el Tenerife. Una eliminatoria que quedó prácticamente sentenciada tras el 4-0 del partido de ida en el Heliodoro Rodríguez.
Se ponía así fin a una pésima temporada, marcada por los problemas institucionales, económicos y deportivos. Sólo la afición estuvo, una vez más, a la altura de las circunstancias, llenando el Villamarín en el partido de vuelta y dando aliento al sentimiento verdiblanco a pesar de la inexorable derrota.
En su crónica del día siguiente en ABC el periodista Manuel Ramírez Fernández de Córdoba lo plasmó con este artículo.
Te queda, Betis, que no es poco, tu bendita afición…
Porque lo demás, Betis, te lo han ido quitando poco a poco, en una despersonalización que ha alcanzado ya, a estas alturas irreversibles del segundazo, el límite de lo increíble; con un palco huérfano que quiso justificar siempre sus ausencias por lo que estaba haciendo por el Betis, cuando lo mejor que podía hacer por ti Betis, era irse cuanto antes, aunque deje tras de sí la herencia del caos, la Segunda como pozo sin fondo y una nómina para hacer temblar a cualquiera; jugadores mercenarios del fútbol que jamás podrán sentir siempre lo que siempre sintieron tantos y tantos jugadores tuyos, Betis, que se fundieron en las camisetas hasta empaparlas en sudor o en lágrimas cuando tu nombre, Betis, estaba por medio, cuando tú, Betis, estabas en descalabro o hasta te descalabrabas.
Y ahora, Betis, cuando hasta el campo, lo más tuyo de todo lo tuyo, anda de inmobiliarias en inmobiliarias y de mano en mano como la falsa moneda, lo único que te queda, aunque no sea poco, sino muchísimo, es esa bendita afición que ayer por la noche casi llenó el campo de aliento y terminó llenándolo de amargura; que recibió a los jugadores como héroes cuando hicieron lo que hicieron en el partido de ida y que, al final, cuando ya nada había que hacer, seguía gritando tu nombre, Betis, coreando tu nombre, Betis, sintiendo tu nombre, Betis, porque quizás teniendo el Betis en los labios dolían menos las puñalaítas que iban por la garganta abajo llevándose todas las penas juntas.
Bendita afición que creyó en el milagro, que acarició que saliera su Betis y no esta caricatura de equipo con tan flojo rendimiento como alta soldada, que pensó que abajo en la yerba iba a ver la misma pasión que sintió en la grada de principio a fin y sólo pudo ver tu gente, Betis, cómo se iba la fuerza, cómo el querer no era poder y cómo tú, Betis, te hundías en el infierno de la Segunda porque no supieron ni fueron capaces de dejarte en Primera. No lo fue un presidente vendedor de humo que huyó del campo hace ya meses y meses; no lo fue ese entrenador de Segunda B que se trajo para remediar lo que quizás con un bético de verdad como había se pudiera haber remediado; no lo fue después, cuando los profesionales quisieron enderezar, ya sin tiempo, el camino que habían hecho un imposible, de puntos idos y nulo fútbol. Así, Betis, entre todos ellos se quisieron matar y, si estás vivo todavía, y lo que te rondaré, será a pesar de ellos y porque no te falló tu gente.
Porque yo ayer, en Villamarín, en ese campo que todavía es tuyo, Betis, vi llorar como niños a hombres como castillos de grandes; vi a béticos añejos comerse las lágrimas sin decir ni un solo grito de protesta cuando le harían falta días enteros para poder empezar a enumerarla; vi a chavales que conocieron aquella noche de la Copa Grande preguntarse a sí mismos cómo era posible que quien volara tan alto volviera a Segunda con todos los merecimientos; vi al bético que volvió después de mucho porque era mucho lo que se jugaba el Betis, para hacer suyo a su Betis, y vi, al final, como el “Betis, Betis, Betis” de siempre todavía tenía aliento en las gargantas de tu gente, a pesar de lo que habían hecho los de la yerba, a pesar de las ausencias del palco, a pesar del segundazo, a pesar de todos los pesares. Y no fue el dicho del manquepierda, aunque sea blasón de orgullo; no fue porque la Segunda asuste a quien vivió y sobrevivió en Tercera y volvió a su ser y fue mucho y seguirá siendo. Porque todo se había acabado ya y solo quedaba el desconsuelo.
El partido no tenía otra historia que remontar un imposible. Y no se pudo. No se dan milagros todos los años, y este Betis, lo que están dejando de ti, Betis, sí parece necesitarlos cada temporada. Se esperó el primer gol para levantar el pestillo de un Tenerife que hizo todo el fútbol que anoche se vio en Heliópolis, y este primer gol, y único, llegó cuando faltaban diez minutos para Segunda.
El resto del tiempo se fue en bravuconadas, en querer asustar, con guerra de guerrillas y juego subterráneo a quienes en el Heliodoro Rodríguez ganaron sin dar una sola patada. Ramos Marco colaboró cuanto pudo permitiendo la caza del hombre. A Guina, el exquisito brasileiro, lo quisieron machacar y lo pisotearon; a Perico Medina, que me consta que es más bético que muchos de los que ayer vistieron la verdiblanca, le dieron por todas partes. Debió haber tres expulsados. Pero dio igual. La grada se hizo azuliblanca de pura alegría y sólo quedó el clamor verdiblanco fundido en llanto.
A Segunda, Betis, a Segunda. Pero no te vas solo. Te han destrozado de arriba abajo, pero no han podido con tu gente. Fue tu gente la que soñó el partido y desde hoy sueña el regreso. Lo demás, tarde o temprano, se irá algún día. Te quedará tu gente, Betis, porque esa no te falló nunca. Ni siquiera ayer, cuando el corazón podía partírsele y las lágrimas de llanto regaban la vuelta por la Palmera. Eso será siempre tuyo, Betis.
Fuente: Manuel Ramírez Fernádez de Córdoba en ABC 3 de julio de 1989