El mejor gol de Kubala, de José Antonio Martín «Petón»
Hace dos semanas vimos aquí como la catástrofe aérea de Superga destrozó al mejor equipo del mundo de finales de los años 40: el Torino. Fallecieron los 18 jugadores de la expedición, los dos entrenadores, dos directivos, tres periodistas y cuatro tripulantes del avión. No hubo ningún superviviente.
En ese avión tenía que haber ido también Ladislao Kubala, que estaba en tratos para formar parte del Gran Torino. No lo hizo por una casualidad de la vida.
José Antonio Martín «Petón», con su habitual maestría nos lo cuenta.
En abril de 1951 fichó por el FC Barcelona y cambió su vida, al igual que cambió la historia de la entidad azulgrana, donde hay un antes y un después de Kubala…
Quedaban dos semanas para el cuatro de mayo de 1949. Era 21 de abril. Ese día llegó a entrenar con el mejor equipo del mundo un muchacho llamado a ser uno de los mejores. Llegó a entrenar con el Toro Ladislao Kubala.
Ladislao Kubala Stecz buscaba su destino. No lo había encontrado en su Hungría natal, donde su padre, ex futbolista del gran Ferencvaros, le había puesto un balón en los pies antes de saber andar. No dio con su destino en Checoslovaquia, sí con el éxito: levantó su primera copa de campeón con el Slovan de Bratislava. Su destino no lo encontró en Austria, el país que le dejó respirar, y al que llegó escondido en un camión. Parecía que lo podía encontrar en Italia. Tras un año jugando pachangas, proscrito de los organismos internacionales y cobrando unas cuantas liras por amistoso con el equipo que le prestaba la camiseta, Kubala recibió la llamada de Ferruccio Novo, el presidente del Gran Torino.
Lo que significaba esa llamada era tanto el orgullo de ser convocado por el mejor equipo de la historia en Italia, y del planeta en ese instante, como la esperanza de que a un club tan reconocido como el “granata” no le iban a poner la proa los organismos internacionales a la hora de inscribirle. Por su parte, el sabio Ferruccio Novo intuía que aquel mocetón rubio de 22 años sin cumplir, tenía un algo de Mazola, la potencia de Loik, la habilidad de Menti, el gol de Gabetto, la clase de Ossola. Una pieza como nacida para engranarse con las de la gran escuadra y asegurar el mañana. Un nuevo líder para remangarse y fritar “alé”.
Kubala esperaba otra cosa del Toro; que al jugar, le ayudara contra la nostalgia que le golpeaba cada atardecer. Su madre en Hungría, a la que había vuelto desde su Checoslovaquia natal, su mujer y su hijo recién nacido en Praga; tres desgarrones para un futbolista sin equipo.
El entrenador, Egri Erbstein, feliz ante lo que veía en el fenómeno que acababa de llegar, le avisó: en dos semanas, jugamos en Lisboa el homenaje a Ferreira, el capitán del Benfica. “Debuta ese día, esté dispuesto que va a ser el primero de muchos”. Aquella tarde, a Kubala le dolió menos la añoranza.
En ocasiones, dos alegrías juntas nos causan un problema bendito, pero problema. El 2 de mayo, con la maleta preparada para salir al día siguiente a Portugal, Laszy recibió un telegrama urgente: su madre era liberada en Budapest y llegaba a Roma al día siguiente, justo cuando el avión del Toro partía para la península ibérica. Kubala habló con Novo, que no tardó un segundo en cambiarle el destino: “Vaya para Roma, hijo, el Toro le esperará…”.
Pero no le esperó. El Toro voló sin retorno, siempre hacia arriba, siempre hacia arriba. El joven futbolista que anhelaba ponerse un toro en el corazón se vio otra vez solo.
A las órdenes de su cuñado, Fernando Daucick, jugó con el Hungaria exhibiciones por Italia y España. Al final de una de ellas, en Sarriá contra el Español, un golpe de lucidez de Pepe Samitier le hizo cruzar la Diagonal y firmar por el Barcelona.
Fue tan grande que todo se resume en una frase: el Barça tuvo que irse de Las Corts al Camp Nou para dar respuesta a las multitudes que querían ver a Kubala. Y en una canción: la que compuso Serrat.