Un clásico del agosto futbolero, de Luis Carlos Peris
El texto que hoy traemos a Manquepierda se publicó a comienzos de agosto de 1985 en las páginas de Diario 16 Andalucía. Concretamente en la sección Desde mi córner que firmaba el periodista Luis Carlos Peris.
Ese mes de agosto, concretamente el día 12, jugaron en el Villamarín Betis y Peñarol la XIII edición del Trofeo Ciudad de Sevilla, que se disputaba a partido único y que nada tenía que ver con el pujante Trofeo de la década anterior. Como comenta Luis Carlos Peris, desde el otro club de la ciudad siempre se intentó, y al final consiguió, que esa modalidad tan competitiva fuera sustituida por otra cosa más neutra y tranquila. La victoria bética en el Sánchez Pizjuán en 1980, que ya vimos aquí, fue la puntilla del trofeo tal y como fue concebido.
Betis y Peñarol cruzaron muchas veces su camino en esas décadas, siempre de la mano de los partidos veraniegos. El periodista llegaba así a definir este choque como un clásico del agosto futbolero, ya que entre 1971 y 1985 lo hicieron en 7 ocasiones.
Curiosamente después de jugar y empatar a 0 en el partido del día 12 en el Villamarín, con victoria charrúa en los lanzamientos de penaltis, 6 días después, el 18 de agosto, se volvieron a ver las caras en la final del VII Trofeo Ciudad de Marbella, de nuevo con empate, esta vez a 1, y de nuevo con victoria del equipo uruguayo en los penaltis.
Otro fútbol, el de los torneos veraniegos que poblaban todo el mes de agosto, cuando la competición oficial no se iniciaba hasta el mes de septiembre, y la geografía peninsular se llenaba de trofeos con equipos europeos y sudamericanos que pugnaban por la conquista de las magníficas copas y trofeos de plata de la época. Cuando no había televisión de todos esos equipos y era la única posibilidad de verlos en acción en directo.
Desde que el Betis se presentó ante su afición en el agosto del 71, raro ha sido el verano que los blanquiverdes no han pleiteado con Peñarol en algún que otro torneo. Ciudad de Sevilla, Costa del Sol, Carranza y Ciudad de Vigo son encrucijadas en las que béticos y peñarolenses se encontraron, amén de un par de veces más en el Villamarín si la memoria no nos juega una mala pasada.
Por tanto, Betis-Peñarol ya es un clásico del verano futbolero español, dándose la circunstancia de que el balance es claramente favorable a los sevillanos.
Del primer Peñarol que vino a Sevilla para jugar contra un Betis que acababa de ascender por tercera vez de la mano de Antonio Barrios, recuerdo al portero multimundialista Mazurkiewicz, al centrocampista Rocha o al fenomenal Abadie. Creo recordar que aquella vez no se movió el marcador, y que el Betis presentaba como fichajes estelares a Orife y a Roselló. Eran otros tiempos, no cabe duda, ni mejores ni peores, sino diferentes.
Volvió al año siguiente la escuadra aurinegra para hacer un triste papel en la primera edición de aquel invento formidable de Juan Fernández que fue el Ciudad de Sevilla, una máquina de generar dinero que tuvo la particularidad de generar riqueza hasta el final por muchas puñaladas que le dieron desde el sector blanco.
Con el trofeo sevillano se hizo realidad aquello de “prefiero que me saquen un ojo si a ti te dejan ciego”, y ahora nos llega organizado de forma alterna y más amistoso que nunca.
El lunes, una nueva edición del invento de Juan Fernández para que el Betis 85-86 se presente antes sus fieles. Con Peñarol, por supuesto, del que dicen que se encuentra más en la línea exitosa que cuando sólo arribaba en busca de plata. Peñarol, el equipo de mejor historial de Sudamérica, ha vuelto por donde solía y en plena efervescencia del campeonato charrúa le muestra la matrícula al segundo. Es un cartel de categoría, que estaría plenamente reforzado si las gestiones—nunca se trabajó con tanto sigilo en el Betis—que llevan a cabo los verdiblancos cuajan de una vez y se llega a tiempo de meter al nuevo líbero en los programas de mano.
Me dicen que el beticismo sale poco a poco de la situación de shock que produjo la marcha de Gordillo. Hablan y no acaban de la animación que se registran en las taquillas cuando el sol va declinando.