Vicente Montiel, treinta años en la caseta del Betis, de Manolo Rodríguez
En 1987 el periodista Manolo Rodríguez dedicó este reportaje a Vicente Montiel quien precisamente cumplía 30 años como masajista del Betis.
30 años desde que, en 1957, llegase al Betis a través de Benito Villamarín. Toda una vida profesional repleta de experiencias profesionales, pero también de satisfacciones personales.
«Manos Mágicas» fue el apelativo cariñoso con el que se reconoció su labor. Una labor siempre callada y discreta, alejada del sensacionalismo informativo. Conocedor de los mil y un secretos que se tejen en el interior de un vestuario a lo largo de más de tres décadas, Vicente Montiel siempre entendió que los códigos del vestuario eran inalterables.
Nadie mejor que Vicente Montiel puede confirmar que los caminos del fútbol son inescrutables. Quién, si no, le iba a decir a este practicante, nacido en Trigueros por accidente, y bético de 1.10, desde la infancia, que iba a ser durante treinta años una referencia obligada a la hora de hablar del Betis y de sus circunstancias. Quién le iba a decir entonces a Vicente Montiel que se metería en la historia verdiblanca de la mano de tres o cuatro generaciones de futbolistas, compartiendo siempre las mejores fotos, y viviendo por dentro aquel conjunto que ganó la Copa del 77. Pero así fue. Así ocurrió. Y desde aquel año de 1957 en que Villamarín le dio la oportunidad, Vicente Montiel fue ya para siempre el masajista del Betis. El “manos mágicas”.
Incluso hoy, al sentarse frente a Montiel, se tiene la impresión de estar hablando con alguien de la casa, con alguien de toda la vida. Con ese señor que los béticos más jóvenes conocieron desde que eran niños, y que siempre estuvo al quite, con su bolsa y con su toalla, con su chándal y con sus gafas, con su escudo del Betis y con su agua milagrosa.
Vicente Montiel es como una prolongación de todas las alineaciones, como un trozo de Betis que se ha ido perpetuando en el tiempo desde que Villamarín le ofreció el puesto. Fue en el 57, y solo unas horas antes le habían hablado de otro trabajo en la base de Morón, pero Vicente Montiel apostó por “hacer lo que me gustaba y servir a mi equipo”. Se quedó con la plaza y empezó a trabajar. Comenzó a vivir el Betis por dentro, lejos ya aquellos días infantiles en que un policía municipal lo llevaba a Heliópolis en la barra de su bicicleta. Eran los tiempos en los que se preparaba el gran salto, y a Vicente Montiel le sorprendió todo, y al mismo tiempo le agradó todo. Recuerda la impresión que le causó la disciplina implacable de Barrios, y cómo fue capaz de hacer competitivo un equipo cargado de jugadores técnicos. Con estos fundamentos llegó al ascenso, y Montiel lo celebró como cosa suya. Era su primer triunfo, pero, sobre todo, “fue la entrada del Betis otra vez en la categoría de los grandes. El Betis volvió a ser lo que fue y, sin duda, supuso la primera piedra de todo lo que hemos vivido más tarde”.
Con Villamarín en el puente de mando, el Betis pisó de nuevo con fuerza. Es cierto que “era un Betis más familiar, con más camaradería, en el que los éxitos los celebrábamos todos juntos”, pero los tiempos no suelen pasar en balde. Por eso Vicente Montiel se confiesa “un nostálgico de aquel Betis y de aquella Sevilla”, aún cuando no comparta la opinión de que “los béticos de entonces eran más béticos que los de ahora, porque creo que eso se lleva en la sangre. Lo que sí pienso es que el fútbol se ha materializado, y que antes los futbolistas jugaban por afición y cobraban por necesidad. Hoy, sin embargo, van a cobrar para jugar”,
Mediada la década de los setenta, un periodista radiofónico de indudable olfato, Juan Carlos Yáñez, definió a Vicente Montiel como “Manos Mágicas”. Un titular feliz que hacía justicia a las nuevas técnicas de masaje que había traído al fútbol el kinesiólogo verdiblanco. Montiel, desde entonces, por su sabiduría tratando las lesiones musculares, fue ya para siempre “Manos Mágicas”. Pero, al mismo tiempo, siguió siendo un consejero y un amigo para gran parte de los futbolistas que pasaron por su camilla. A todos les explicó que “no se puede perder la moralidad, porque sin ella el hombre va al caos”, y algunos lo entendieron mejor que otros. Incluso alguno le escribió años más tarde lamentando no haber tenido en cuenta sus palabras.
Ello quizá cambiaron, pero Montiel no. Desde muy pronto quiso ser importante en su trabajo, y todavía hoy sigue en la brecha, porque “amo mi profesión y amo al Betis”. Cree que aún tiene cosas que aportar, aunque no deja de reconocer que “se va uno haciendo mayor y los años pesan”.
Unos años, treinta ya, en los que pasaron muchas cosas. La más trágica de todas la acaecida aquella tarde del 65 en que murió en sus brazos Andrés Aranda, aunque, en otra escala, no puede olvidar las lesiones de Ríos y Del Pozo, “las dos más graves que he conocido en el Betis”.
Desde el foso vio jugar a mucha gente, pero no duda en reconocer que” el más grande que se ha puesto la camiseta del Betis ha sido Luis Del Sol”. El mejor de todos los tiempos. Unos tiempos que, para Vicente Montiel, todavía no se agotan.
En el terreno del Betis y sus definiciones, Vicente Montiel tiene mucho que decir. Fue muchos años cocinero, y lleva muchos años como fraile, y por eso afirma a boca llena que “el Betis representa algo distinto. No hace mucho un jugador nuevo me decía que no le gustaba lo del manque pierda, y yo le decía que él no podía entenderlo, que no podía comprender que los béticos fueran felices sólo con serlo, aun cuando no ganaran. Y eso es porque el Betis tiene su duende, su alma propia. Es de otra manera, y con eso no ha podido nadie, ni siquiera los muchos entrenadores que han querido cambiarlo en los últimos treinta años”.
Sí, así es el Betis, y así hay que quererlo. Como lo quisieron, según recuerda Montiel, sobre todos aquellos que se hicieron en la cantera, pero no sólo esos, “también ha habido muchos que llegaron de fuera y que vivieron el club como cosa propia”. Poco partidario de dar nombres, “por no molestar a nadie”, Montiel sí reconoce que “Don Benito Villamarín forjó el Betis moderno, entre otras cosas porque sabía dirigir sin dejar de vibrar, sin dejar de sentir al Betis”. Un Betis que, entre luces y sombras, dio muchas de cal y muchas de arena en los últimos treinta años. “Yo, a pesar de todo, siempre procuré vivir con equilibrio lo bueno y lo malo, pero no me avergüenza decir que he llorado cuando el Betis ha perdido algunos partidos. Recuerdo, sobre todo, uno que perdimos en Barcelona, y en el que nos pitaron un penalti injusto. Lo marcó Kubala, mientras que en el Nou Camp el público aplaudía al Betis y le pitaba al árbitro”.
Un trazo en el recuerdo que lleva a otros lugares comunes. A ese foso en el que Montiel conoció a más de treinta entrenadores. Se entendió con todos, pero hubo dos que llegaron a ser grandes amigos. Uno fue Domingo Balmanya, “fue como mi padre deportivo”, y otro, Rafael Iriondo, compartió con Vicente una manera idéntica de ver las cosas. Con Iriondo gozó las mieles del éxito copero, y un año más tarde sufrió el desastre del descenso. Un fracaso inexplicable al que Vicente Montiel sí le encuentra justificación: “el Betis jugó en tres frentes con lo puesto, y eso sentenció al equipo. Yo recuerdo, por ejemplo, que a Benítez y a Bizcocho hube de atenderlos en ocasiones para que pudieran jugar en la Recopa, aún estando lesionados”.
Eso fue en el 78, y para entonces Vicente Montiel ya había sido internacional en tres ocasiones. Debutó en la selección en Madrid, en partido que enfrentó a España con Argentina, siendo seleccionador Kubala. A Montiel lo había recomendado Angel Mur padre, y más tarde repitió contra Yugoslavia en Las Palmas, y en Salónica contra Grecia. Parecía consolidado como masajista de la selección, pero, para su sorpresa, se enteró por los periódicos de que Laszi Kubala no lo convocaría más. A estas alturas todavía no conoce las causas, aunque se habló de muchas cosas infundadas. “Yo no sé lo que ocurrió. Kubala no me lo dijo nunca, pero sé que no fue por mi culpa. Quizá fuera difícil estar en la selección sin pertenecer a un equipo grande. Por eso le agradezco a Kubala, a pesar de todo, que tuviera la valentía de contar conmigo en su momento”.
Este capítulo lo superó Vicente Montiel, como dejó atrás muchos otros durante tres décadas. Treinta años de servicio en el Betis. Toda una vida de trabajo y silencio en el Villamarín.
Fuente: Manolo Rodríguez en ABC 25 de octubre de 1987