Vlada Stosic, cañas sin barro, de Francisco Correal
En octubre de 1993 Betis y Mallorca se enfrentaron en el Villamarín con victoria verdiblanca por 3 a 1. Era un partido en Segunda División, una categoría en la que el Betis militaba por segunda temporada consecutiva y a la que el Mallorca había llegado tras su descenso del año anterior. En el conjunto balear figuraba Vlada Stosic, en su segunda campaña con los bermellones y que en 1994 sería fichado por el club verdiblanco.
En su sección Marcaje al hombre de Diario 16 Andalucía el periodista Francisco Correal dedicaba el relato que hoy traemos al jugador serbio, haciendo una breve trayectoria de su pertenencia al glorioso Estrella Roja que en 1991 había ganado la Copa de Europa, un conjunto disgregado ante las ofertas económicas que esparcieron a sus jugadores por diversos clubs europeos, y condenado al ostracismo internacional como consecuencia de los conflictos que asolaron por esos años a la antigua Yugoslavia.
Stosic, en la primera vez que jugó en el Villamarín, dejo constancia de su calidad técnica y su lucha, emparejándose en el centro del campo con Juan José Cañas, quien dos años después sería su compañero en el maravilloso conjunto que se fue formando con la llegada de Serra Ferrer al banquillo bético.
El Mallorca disputó hace un par de años la final de la Copa del Rey, y estuvo a punto de jugar en Europa si el enésimo proyecto colchonero de Jesús Gil no se hubiera desinflado en la penúltima curva. Rozó la prórroga y se cayó en el pozo, ese pozo al que el Betis ha empezado a acostumbrarse.
El Lopera mallorquín diseñó una estrategia en las antípodas de la emprendida por los mandatarios del Villamarín. Éstos tiraron la casa por la ventana; aquéllos, los baleares, optaron por la austeridad y decidieron quedarse a vivir en la ventana.
El resultado es un equipo modesto, una combinación de un ejército de canteranos y tres serbios. En el actual debate de las prioridades y las apreturas, el Betis opta por el sistema Borrell—inversión manque pierda—y el Mallorca prefiere la opción Solchaga de que con diez se juega mejor que con once porque es un sueldo menos.
Vlada Stosic es el nexo de unión entre las líneas que lideran sus compatriotas Bogdanovic y Milojevic. Intentan sobrevivir en un equipo donde no le fueron demasiado bien las cosas a los extranjeros: el croata Vulic, quizá presagiando la invasión serbia del Luis Sitjar, se fugó al fútbol francés; el marroquí Ezaki Badu dilapidó una buena carrera insinuando que Serra Ferrer, un entrenador que parecía vitalicio, era un xenófobo del banquillo; el rumano Stelea quedó relegado a la suplencia.
Stosic, Milojevic y Bogdanovic forman la columna vertebral de este imperio austero-húngaro venido a menos. El centrocampista participó en ese canto de cisne del fútbol yugoslavo—también de Yugoslavia como entidad geográfico-política—que fue la final de la Copa de Europa que el Estrella Roja ganó en los penaltis al Olimpique de Marsella en Bari. El equipo francés ha sido suspendido un año en Europa; el de Belgrado, simple y llanamente fue borrado del mapa de la UEFA.
Una leyenda negra se cernió sobre aquellos héroes de un estrella fugaz y blanquirroja: Prosinecki purga sus culpas en el Madrid; Darko Pancev se aburguesa y prefiere ser inédito en San Siro que figura en Nervión; Savicevic se vio eclipsado por el triunvirato holandés del Milán y a Mihailovich le cuesta Dios y ayuda hacerse con un sitio en la Roma.
Vlada Stosic terminó en un Segunda pero juega todos los domingos. Sus intervenciones no salen en Eurosport pero su nombre aparece todos los lunes en los diarios.
En el Mallorca es el hombre encargado de hacer las diagonales, el que abre y cierra el libro de las tácticas. El jugador serbio que hace un par de años se enfrentó a Jean Pierre Papin, Basile Boli, Chris Waddle y Abedhi Pelé se emparejaba ayer con un canterano apellidado Cañas que llevaba en la espalda su mismo dorsal, un siete engañoso de extremos fluctuantes.
En la primera parte, Cañas y Stosic se marcaron hasta la saciedad; se intercambiaron un par de faltas y a veces se buscaban casi inconscientemente, como el preso que conforme pasan los días de condena convierte al carcelero en su confidente.
Stosic interviene mucho en sus funciones de guardagujas: le roban muchos balones y él también recupera bastantes. En una de esas acciones, propició una clarísima ocasión de Milojevic que terminó en córner y fue el prólogo del gol del empate.
Bajó con frecuencia al área mallorquina y frustró sendas ocasiones de peligro en las botas de Kasumov y en la cabeza de Gordillo. A éste también le hubiera gustado ser jugador de Segunda que un día ganó la Copa de Europa, pero que le quiten lo bailao: puede seguir jugando al fútbol al lado de su barrio, de los suyos, de sus pisos del Turruñuelo. No pueden decir lo mismo los integrantes de esta Liga paralela de serbios, croatas, bosnios y montenegrinos que forman la colonia más numerosa de extranjeros del fútbol español.
Stosic estuvo a punto de conseguir el empate a dos goles con un certero remate de cabeza a centro de Sacarés que desvió Diezma en su mejor intervención de la tarde. Más por impotencia que por mala fe, con el partido ya resuelto en su contra, le hizo una falta junto al banquillo bético a Tab Ramos. Como prueba de inocencia, el norteamericano fue el único el que el serbio saludó cuando el árbitro pitó el final. Se le pasó despedirse de Cañas y quedar para echarse unas carreritas en el partido de vuelta.