Y Alfredo Megido empezó a jugar, de Manolo Rodríguez
La carrera de Alfredo Megido en el Betis se caracterizó por su irregularidad. Dotado de una gran e indudable calidad técnica su rendimiento en las 3 temporadas en el Betis estuvo marcado por frecuentes lagunas. Tras una buena temporada en la de su llegada, la 1976-77, a la siguiente sus choques con el técnico Rafael Iriondo le hicieron jugar muy poco y terminar cedido en el Girondins de Burdeos.
En el verano de 1978 Alfredo Megido retornó al Betis y se incorporó a la plantilla que dirigía José Luis García Traid. Fue en la que ofreció un mejor rendimiento, aunque una lesión sufrida en enero de 1979 contra el Castilla le hizo pasar por el quirófano y que sus números no fueran tan buenos en la segunda parte de la temporada.
El relato que hoy traemos se publicó en El Correo de Andalucía el 5 de septiembre de 1978, al día siguiente de la jornada inaugural contra el Baracaldo en el Villamarín , que finalizó con una contundente victoria por 4 a 0. Megido hizo 2 goles y Villalba otros 2 y el periodista Manolo Rodríguez le dedicó a Megido este comentario.
El campo boca abajo porque él es así. El personal en un pañuelo y el alma llena de Megidos porque Alfredo se quedó mirando el tendido de una noche entoldada y se dijo para sus adentros: “toda esta gente merece algo, mucho más de lo que me han visto”.
Y Alfredo, que es así y así hay que aceptarlo, se enrabietó contra una historia y comenzó a poner dulzura en el tapete y a cargar la mano del arte-arte en la hierba húmeda de una noche de segunda. Y, claro, reventó el asunto y hubo que morir. Porque si corría la pelota más corría un Alfredo Megido que no conocía casi nadie, si pegaban unos, más pegaba con regate caro ese melenudo número nueve que, al final—qué raro, cuánto han cambiado las cosas—salió de Villamarín con humildad, con la cabeza casi gacha y se limitó a darle importancia a su golpe en el gemelo y a poner prudencias donde las gargantas de la hinchada ya colocaban cánticos de ascenso.
Quien dijo que era un caso patológico, que había perdido el sitio y que lo mejor que podía hacer era ir saliendo por detrás sin que se dieran cuenta, no ha dado abastos para comprarse cremalleras. En bocas cerradas no van a caber hoy ataques a Megido. Sencillamente, porque el de Peñaflor dijo un día en la caseta: “Lo juro, creo que he cambiado”, y parece que no juró en falso. Sencillamente, porque Alfredo Megido, a pesar de esas aristas tan pregonadas y de esas dificultades tan del dominio público, es un hombre como casi todos que sabe lo que es el agradecimiento y quiere corresponderle a quien le toca la espalda y le dice: “No se preocupe usted de nada. Alfredo, juque, que usted sabe”. Sencillamente porque Alfredo Megido ha encontrado en José Luis García Traid un amigo que sabe dialogar y conoce cómo piensa un futbolista.
Se abrió la Liga y “qué bueno que llegaste, Alfredo”, qué magnífico que resurgiste simplemente para hacer una justicia que muchos te negaron. Qué bueno que fuiste un Curro Romero que quiso matar seis toros y que, incluso, llegó a pedir el sobrero. De acuerdo que la plaza era la buena y las circunstancias las mejores, pero sólo queda que no se te vayan las ganas en otras plazas donde habrá viento como para no enjaretar un pase y unas andanadas fuertes que critiquen con patadas tus naturales.
Esa carrera que has emprendido no puedes frenarla porque te va mucho en el asunto y porque tu misma conciencia lo necesita.
Porque, Alfredo, con ese estar ahí, en la cresta, en el sitio, tú mismo te estás resarciendo de toda esa gente que tanto daño te hizo.