Y el campo olía a Maestranza, de Manuel Fdez. de Córdoba
El 2 de abril de 1978 el Betis derrotó 4-2 al Real Madrid en el Villamarín. Sólo faltaban 6 partidos para el final de la temporada y el equipo se hallaba en una situación más que comprometida ante la visita del líder de la tabla clasificatoria, en la que el Betis deambulaba por la zona peligrosa.
No había pasado aún ni un año de la conquista del título de Copa en 1977 y esa misma plantilla, después de una exitosa intervención en la Recopa europea, se deslizaba hacia la catástrofe que se consumaría solo un mes después.
Este partido lo ganó el Betis de forma más que brillante. López en el 13, Anzarda en el 52, Alabanda en el 56 y García Soriano en el 61 llevaron el delirio al Villamarín con un 4-0 contundente. En los minutos 65 y 67 Juanito y Jensen disimularon el resultado, pero los puntos quedaron en casa.
Ese día fue el canto del cisne de la plantilla que había ganado la Copa en el Calderón. Su último gran triunfo, un partido para enmarcar y un gol de Sebastián Alabanda para la mejor historia en verdiblanco . El recuerdo de lo que podía haber sido y no fue.
En la edición de Suroeste el periodista Manuel Fernández de Córdoba así lo contó.
En una esquina de la yerba—ya estaban las tablas cuatro-dos y el partido a punto de expirar—cinco béticos se acordaron del arte. Arriba, entre clamor de banderas, las gargantas cantaron el ole, el ole y el oooooolé; abajo, en esa esquina—muy pegada al foso de Molowny—Cardeñosa, Del Pozo, López, Bizcocho y García Soriano hicieron bailar el “adidas” por sevillanas…
Todo estaba ya listo ya la ventaja de los dos goles quería serenar los ánimos. Sólo quedaba aguantar. Y se aguantó así: Cardeñosa a López, y ole profundo arriba; López a García Soriano, y el ole que se repite; Soriano la pisa a Bizcocho y la grada está a punto de tirar el sombrero; Bizcocho, ahora por alto, devuelve a Cardeñosa…
Se han ligado los cinco pases en cinco metros cuadrados. Sólo faltó–¡ay¡–que una voz pidiese música…Para ti, para mí, tómala, déjala, mírame, dale, ahí la tienes. Y arriba, el escándalo. El arabesco de Julito—que tiene muñecas en los tobillos; no llores por él, Argetina, que estará—se unía al gambeteo de Soriano, la reolina de López, el acompañamiento de Bizcocho y ese fútbol de pellizco flamenco que lleva en sus botas Rafaelito Del Pozo…
Y un campo que tenía cierto tufillo a Segunda antes de empezar, comenzó a oler fuerte, muy fuerte—azahar, albero, cigarro habano, sombrero de ala ancha—a Maestranza.
Y un público que aclamó a los suyos de salida, que pidió con urgencia la hora después del primer gol, que se serenó con el segundo, que sacó pañuelos en el tercero y que no se podía creer el cuarto, tras pasar los dos sustos madridistas, terminó pidiendo el quinto. El quinto o…¿el sobrero?
Cinco verdes se acordaron del arte y los otros seis no se le quedaron atrás. Todos—que hubo muchos aciertos y poquitos fallos, que sólo diez minutos se durmieron—sabían lo que se jugaban y salieron a morir. ¿Comienzo por Gordillo y termino por Alabanda? Cualquiera de ellos es bueno…
El lateral—llorará Argentina como lo vea allí…–formó el taco adelante y atrás, con el capote y la muleta, de peón y de figura, en oro y en plata. Había que verlo banda arriba con el balón pegado a la bota y mandarlo después al sitio exacto; había que verlo saltar, marcar a Juanito—que dista ahora mucho de ser Don Juan—y poner los goles en bandeja. Y dicen por ahí que está “verde”; ¿no se habrán confundido y querrán decir que es verde?
Y del lateral a Alabanda. ¿Vieron a Wolff en el campo? ¿Fue Pirri el que acostumbraba a ser? El de Posadas los aburrió a los dos y aún tuvo el desplante de mandarla, pararla y templarla de cuando el gol…
Le dio Bizcocho un balón de esos que descubren a un futbolista. Todo el campo para él y setenta metros por delante. Allá que fue Sebastián llevando en los talones a tres madridistas. Son esos balones que si entran se consideran normales y si se fallan hay que pedir a uno que se lo trague la tierra. Ni se falló ni entró normalmente…
El interior pegó un tranco de cincuenta metros sin parar, llegó al sitio, se paró en seco, escondió la pelota, vio pasar a los tres acompañantes, se llenó de frialdad y, ante un Miguel Angel boquiabierto, la puso—y con la izquierda—en la cruz. Y ya no se sabía, ni en la grada ni en la yerba, quién jugaba a campeón o quién quería evitar un descenso…
Los verdiblancos de mi Andalucía se acordaron de que todavía son campeones de la Copa Grande y le echaron al partido el fútbol que llevan dentro, aunque la grada—y todo el mundo—se pregunte a sí mismo a ellos un “¿porqué Betis, porqué te has dejado llegar la situación a este extremo?”. Que parece imposible que con un fútbol de oro el equipo pueda irse a la división de plata.
Y uno piensa que así es este equipo y no hay que darle más vueltas. ¡Y ay el día que deje de serlo¡ Equipo de poner miocardios contra la pared para bien y o para mal; equipo capaz de ir a Europa o quedarse en San Jerónimo; de darlo todo o de que no le pidan ni la hora; equipo de pañuelos o de almohadillas; equipo sin término medio, que parte los moldes, manda la lógica al garete y tiene en su blasón un manque que lo sintetiza…
Y en este remolino de arte—si me pongo a hablar de Muhren no termino nunca–un Madrid—qué pena, campeón—sombrío y muy cortito. Sólo una cosa le libra y le diferencia: va perdiendo por goleada y espanta el ridículo echando los pulmones por la boca; queda un rato de juego y acelera como si fuera a mitad de partido; pierde una tarde y aprieta los dientes pensando en la siguiente. Por eso tiene en su casa más plata que nadie; por eso ha sido—y será siempre—el Real…
Pues a este Real le ganó el Betis. Un Betis que jugando así no puede ir a Segunda, aunque ahora le queden tantas finales como partidos para demostrárselo a sí mismo. Ya sabe la fórmula; corazón y arte, trocando el tufillo de la Segunda por el aroma de la Maestranza…