Yo, tranquilo, de José Antonio Garmendía.

Ya vimos aquí el pasado lunes como se cumplían 40 años del partido Betis-Real Madrid con el que se inició la temporada 1985-86 en el Villamarín, y en el que se dio la curiosa circunstancia de que fue el partido del debut de Rafael Gordillo como jugador madridista, precisamente contra el Betis, el equipo de toda su vida.
Un encuentro rodeado de la máxima expectación, y como es sobradamente conocido, en el que el público acogió bien la salida al campo de Rafael Gordillo, así como sus ex compañeros, con los que posó en la foto del once bético antes del inicio del encuentro.
Hoy traemos a Manquepierda la visión particular del encuentro de José Antonio Garmendía, quien escribió este relato de las horas previas y el desarrollo del partido desde una posición muy tranquila, como indica con reiteración a lo largo del relato.
Sábado, 11 horas: Recojo en el bar Laredo la entrada que me ha dejado un baranda verde. Mil gracias. En la calle Cuna le toman las medidas para hacerle un marco. El lunes me lo entregan. Ese boleto será histórico. Da acceso al primer partido que va a jugar el Real Betis contra el real Gordillo y diez señores del Real Madrid.
24 horas: Me he acostado temprano. No consigo conciliar el sueño. Me es imposible ahuyentar del coco la imagen de Rafaelito vestido de blanco. Y eso que el color blanco es símbolo de pureza, esa virtud tan meritoria y aburrida.
Domingo, 10 horas: Me entero por el periódico que el Gordi va a saltar al campo con camiseta morada. Las camisas moradas son las camisas de los penitentes. ¿Lleva el Gordi la penitencia en el pecado? No tal, que ningún pecado ha cometido. En todo caso la lleva en su circunstancia. Y su circunstancia es el oro, ese metal al que llaman vil quienes no lo tienen. El oro que fabrica dioses, gana batallas, corona reyes y compra centrocampistas del Políngano.
13 horas: Mientras me encalomo el primer tipificado, me doy a recordar que Del Sol, Quino y Luis también saltaron al césped heliopolitano vestidos de forasteros y no se cayó ningún palo de ningún sombrajo. ¿Por qué esta vez va a ser diferente?
17 horas: Mi siesta se puebla de terribles pesadillas. Sueño con Rafa galopando por la banda, quebrando personal y poniendo broche a la internada con una vaselina que deja sentado a Cervantes, meditando en la vida de Don Quijote. Abandono el lecho y me tomo dos pastillas de Valium.
20 horas: Me pongo en camino. Siento burbujear en mi sangre los morbosos repelucos del masoquismo. ¿Qué bien de mal me lo estoy pasando?
20 horas y 50 minutos: Ya debe estar Rafa en el túnel que accede a la bocana, dispuesto a ocupar la hierba. Los fotógrafos montan guardia armados de sus kodaks de gala. Seguro que a Rafa sus nuevos compañeros le estarán diciendo: “Es un partido más. Tú, tranquilo”. Lo primero es totalmente falso. ¿Un partido más, de qué? Lo segundo es una chorrada tan tópica como inútil.
21 horas y 15 minutos: Durante un rato he perdido la noción de las cosas. Al volver en mí, me invade una dulce sensación de paz, como un ultraterreno enervamiento. En el rectángulo de juego, 22 señores de corto corren en pos de una pelota de lunares. De vez en cuando un caballero de luto toca el pito.
21 horas y 20 minutos: Me percato de que me encuentro instalado en el palco de Prensa, que es una especie de horno crematorio, con más sillitas diseñadas a mala leche. Los colegas plumíferos me informan de que a la salida de los equipos para el calentamiento, se han oído algunos pitos apagados por una breve ovación sin fanatismos. Cuando la salida buena los aplausos han sido acompañados de gritos aludiendo a Gordillo, y cuando Ortega ha reclamado la presencia del ex bético para el grupo fotográfico, esta vez los vítores sí han sido cerrados. Alguien ha sorprendido alguna lágrima furtiva. Yo, tranquilo.
21 horas y 45 minutos: Termina el primer tiempo. Imposible hacerse de una cerveza. El Loco de la Colina me hace una entrevista utilizando como micrófono el puño cerrado. Mis respuestas son mucho más lúcidas e ingeniosas que si la entrevista fuese real. Una pena. Pero yo, tranquilo.
22 horas y 15 minutos: Michel intenta asesinar a Gabino y el señor de luto no se entera del homicidio frustrado. El público dice cosas feas. Yo, tranquilo.
22 horas y 19 minutos: Calderón, en postura de ballet, levanta el balón por encima del portero madridista. Golazo habemus. Yo, tranquilo.
22 horas y 22 minutos: Gordillo comete falta. Contra un ex compañero. Son las cosas de la vida, pienso yo tan tranquilo.
22 horas y 25 minutos: A estas alturas, el señor árbitro ha enseñado la tarjeta más veces que un representante.
22 horas y 28 minutos: El señor de oscuro, que iba para prestidigitador, se saca limpiamente un penalti de la manga. Bronquimanes y desmayos. ¡Por Dios, que no lo tire Gordi¡ Lo hace Hugo. Gol. Yo, tan tranquilo.
22 horas y 40 minutos: Golazo de Rincón, corte de mangas y tarjeta roja para el saltimbanqui mejicano. A través de mis prismáticos, acierto a sorprender un gesto de satisfacción irreprimible en la cara de Rafa. Yo, tranquilo.
22 horas y 40 minutos: Empata el Madrid. Una gracia. Yo, tranquilo.
22 horas y 45 minutos: El de negro decreta el final del tormento. Me dispongo a escribir mi crónica apacible, pausadamente, reposadamente. Muy tranquilo.