1958-Diciembre 17.-«La importancia de llamarse BETIS» por José Andrés Vázquez
«Aprovecho la oportunidad para hacer la revelación de que en mis años mozos estuve muy cerca de
ser futbolista. Dejadme creer que fue importante el acaecimiento y permitidme que os lo refiera tal como sucedió. Después de todo no es mala cosa tratar de pasar el rato avivando recuerdos que nos hacen retroceder en el tiempo y soñar un poco…
Sucedió que un grupo de gente joven y sana resolvió implantar en Sevilla el vigoroso juego del balompié… Balompié, como quiso, muy puesto en razón, el inolvidable maestro Mariano de Cavia que se tradujese el nombre inglés del juego de pie y pelota que comenzaba a introducirse en los entretenimientos populares y trataba de meter por la puerta de la Real Academia de la Lengua el primer tanto lingüístico con la palabra «foot-ball».
Aquellos muchachos habían decidido ayudar a Inglaterra en su propósito de establecer un imperio deportivo a base de balones y puntapiés. En principio nos pareció ineficaz la decisión moceril española, pues gente de mucho seso pensaba con Pío Baroja que «hay que tener ese fondo de candidez, de seriedad y de alegría que tienen los ingleses para tomar el «sport» como una cosa seria e importante». En suma: que era tarea sólo para ingleses y nada que teníamos que hacer en ella los españoles en general, y mucho menos los andaluces, en particular, por nuestra vehemente naturaleza, incompatible con las normas exentas de pasión que el juego requiere para evitar que se transforme en batalla.
Hubo, sin embargo, voluntad de probar y los muchachos dieron en salir del casco urbano a los espacios libres con un balón más o menos reglamentario y al hombro con unos listones para formar las puertas provisionales de un rudimentario campo, medido según la extensión superficial disponible.
Yo sentí cierta curiosidad por el juego una tarde que salí al Prado de San Sebastián, con ánimo de esparcimiento, y me detuve, curioso, ante los preparativos que hacía el activo grupo de aficionados. Señalados los linderos del campo de juego con filas de piedras y cascotes, y establecidas las porterías con los listones aportados, comenzaron los jugadores a quitarse ropa hasta quedar en camisa y calzoncillos. Estos, con la novedad de ser cortos. Hago la salvedad pertinente porque en aquellas calendas eran de uso general unos absurdos calzones interiores que se prolongaban pierna abajo hasta cerca de los tobillos y allí se anudaban sobre los calcetines con unas cintas que solían soltarse y salir al aire precisamente en las solemnidades máximas. Ahora que el higiénico calzoncillo corto proclama su comodidad, piensa uno con terror en aquella fabulosa prenda interior a todo trapo.
El uso de esos cumplidos calzoncillos, de moda entonces, me libró de entrar en juego. Nunca sabemos dónde reside la causa de los destinos humanos. Recontados los jugadores, se advirtió que faltaba uno; todavía no he conseguido explicarme satisfactoriamente la razón de que me invitaran a mí para ocupar el puesto vacante en las filas contendientes.
–Lo siento mucho–contesté–, pues me gustaría corresponder a la fineza vuestra; pero es el caso de que no traigo calzoncillos a propósito…
–No importa–replicaron–cortas lo que sobre y ya está.
–Es el caso–insistí–que tampoco tengo piernas adecuadas. No por deformidad, ni mucho menos, sino porque hice el firme propósito de no correr en todos los días de mi vida, ni para adelante ni para atrás. Y, la verdad, ustedes perdonen, prefiero ser espectador.
Y de espectador sigo. Ahora, muy concienzudo y reposado espectador. A veces, por mi vecindad con el escenario luminoso de los partidos locales del Real Betis Balompié, asisto a los encuentros y gozo de la sana distracción que éstos me proporcionan.
Declaro, pues, mi cordial inclinación por el Betis y mis deseos de que nunca le sea esquiva la suerte. Porque con el triunfo hacen honor al preclaro nombre que el esquivo asumió. Betis es denominación de suma responsabilidad. Es nada menos que el río sagrado que–si nos os enoja, hermanos, la cita–es superior al Tebro, al Arno, al Metauro, al Tajo, al Duero y al Ebro, según la entusiasta afirmación en su soneto «Al Betis» del divino Francisco de Herrera.
Media historia de España se reflejó en sus aguas a través de los siglos. Y los esforzados muchachos que sostienen el prestigio histórico de la corriente perenne que fertiliza la Bética ubérrima y la une al mar añaden un poco más de fama con sus entusiasmos por mantener en alto los colores simbólicos: admirables pueblos blancos sobre campos vestidos de perenne verdor.
Es posible que el secreto de que este famoso Betis tenga amigos en todas las latitudes, pueda desvelarse con pensar que lleva en su nombre todo el poder sugestión que Andalucía guarda en sus entrañas maternas de tierra privilegiada».
José Andrés Vázquez, destacó como periodista por numerosos artículos que sentaron base en el andalucismo histórico.-Natural de Aracena 1884-Obituario en Sevilla 1960.