Canito. El periquito de las alas rotas, de J.A. Martín «Petón»
Para quien esto escribe José Cano López, Canito, es uno de los jugadores con más calidad técnica que ha visto con la camiseta verdiblanca. Llegó al Betis procedente del Español, envuelto en una fama de conflictivo que mantuvo en los escasos dos años que estuvo en el club bético. Pero no recuerdo a ningún defensa central que sacase el balón desde atrás con la calidad que le vi a Canito, todo un prodigio técnico y de visión de juego, pero con una suficiencia que ponía a 100 las pulsaciones de sus propios seguidores.
Su vida transcurrió siempre en el filo de la navaja. Internado desde pequeño en un colegio en el que se crió junto a huérfanos y abandonados, lo dejó a los 14 años para llevar una vida callejera en Barcelona al borde de la delincuencia. Encauzó afortunadamente su vida gracias al fútbol, donde alcanzó la fama y el dinero propio de la vida de un futbolista profesional, sobre todo desde que fichó por el Barça por 40 millones de pesetas del año 1979.
Luego dió muchos tumbos, vuelta al Español, y paso por el Betis, Zaragoza y Os Belenenses, para retirarse en Tercera División con el Lloret con 31 años. Por medio, un sinfín de excentricidades: desde celebrar los goles del Español vistiendo de azulgrana, hasta ser expulsado en un partido y colarse en la caseta arbitral para meter la ropa de calle de los árbitros en una bañera.
José Antonio Martín «Petón» rememora en este artículo a uno de los mitos del españolismo, y que siempre tendrá en mi recuerdo su calidad técnica en el Villamarin de comienzos de los 80.
Canito. El periquito de las alas rotas
Dormía en un banco de cualquier arrabal barcelonés: una botella bajo las traviesas de madera, un gabán viejo y raído para protegerse de la noche inclemente, tres ó cuatro periódicos contra la humedad. También para taparse el rostro. Nada en los bolsillos. Nada quien solo diez años atrás paseaba por las Ramblas de Barcelona con un abrigo de astracán, un sombrero borsalino y un gran afgano conducido con una correa de cincuenta metros. Aquel hombre vivió en la permanente contradicción: empezó a jugar en una peña barcelonista, la peña Anguera, pero españolista de corazón. Como era el más pequeño le redujeron el apellido y de Cano pasó a conocerse como Canito. Algún técnico avispado y su corazón perico le despistaron de la vista azulgrana y una tarde, que fue más que todas las otras tardes, debutó en Sarriá.
José Cano, Canito, tenía lo que se necesita para ser un buen futbolista y algo más: era un atleta y estaba cargado de calidad y técnica. Jugaba de central, jugaba de medio centro, jugaba como los grandes, así que el destino se cruzó con el dinero y fue traspasado al Barça. Pero cada mañana cuando bajaba la Diagonal cogía el semáforo a la izquierda y solo al llegar a la puerta de Sarriá se daba cuenta de que entrenaba en el Camp Nou, el semáforo de la derecha. Muchos años después, Paco Lobo Carrasco contaría que bajo la camiseta de entrenamiento del Barcelona llevaba Canito la del Español.
Una tarde, al final de la temporada 1980-81, Canito ocupaba el centro de la defensa del Barça en un partido jugado en casa ante el Athletic Club de Bilbao. El personal andaba molesto con el equipo porque la campaña que declinaba había sido de un gris irritante, lo mismo que el partido de cierre: empate entre silbidos y bostezos. El único disfrute morboso de la tarde lo daba el descenso del rival ciudadano: el Español, que jugaba contra el Hércules, estaba a ocho minutos de abandonar la división de honor y el Barça a ocho minutos de quedarse con el monopolio del fútbol barcelonés en la máxima categoría. En ese instante se encendió el marcador electrónico que muestra los tanteadores a lo ancho del estadio: gol en Alicante.
Gol del paraguayo Morel para salvar al Real Club Deportivo Español. La bronca en el Camp Nou fue la nota sonora de la tarde. Una bronca que se paró en seco, pero se redobló justo un momento después. El momento en que el número 5 del Barcelona, José Cano, Canito, quedó clavado en el eje de la defensa con los brazos al cielo celebrando el gol de la victoria del Español. Festejaba el triunfo de su equipo del alma. El siempre mantuvo, y no parece un disparate, que aquel gesto le condenó ante el mundo azulgrana.
Jugó luego en el Betis, jugó en el Zaragoza, pero ya había iniciado el descenso a los infiernos disfrazados de paraísos. Cocaína y heroína ayudaron a que José Cano olvidara que un día fue Canito, un gran futbolista. Anduvo por el lado peligroso de la vida y olvidó el camino de vuelta. Hacia la mitad del año 2000, cuando iba a cumplir los 43 años, en La Romareda, el Camp Nou, Heliópolis, el Camp D´Esports de Lleida, guardaron un minuto de silencio por el alma de Canito, el ex jugador que acababa de morir. En Sarriá, ese minuto se llenó de lágrimas.
YO ERA SU AMIGO.PERO RECONOZCO QUE ERA MUY CREÍDO SE PENSABA QUE ERA UN DIOS,CUANDO SALTO ALA FAMA NO CONOCÍA A NADIE A SI LE FUE…………………………………………………………………………………………………………………………………….