Comenzó la Liga, de Celestino Fernández
Hasta hace unos años la Liga comenzaba en el mes de septiembre. mientras que el mes de agosto se destinaba a la preparación de los equipos, fundamentalmente a través de la participación en los torneos veraniegos, que eran mucho más importantes que en la actualidad.
Pero, al igual que hoy en día, los aficionados durante toda la pretemporada especulaban con fichajes, con alineaciones, con posibles refuerzos, con tácticas, etc.
Así se refleja en este artículo publicado en el diario Sevilla el 24 de agosto de 1960, de la mano de Celestino Fernández Ortiz, y en el que nos describe esa actividad de los aficionados en espera de una Liga que ese año se inició el 11 de septiembre.
Tenemos entendido que es para septiembre el comienzo oficial de la temporada de Liga. Pero la Liga verdadera, la fetén, ha comenzado ya.
La Liga oficial más o menos, se desarrolla entre unos doscientos hombres que son los que integran las listas de los dieciséis “onces” (refiriéndonos, claro está, a la Primera División). Pero ya sabemos que con doscientas personas en fútbol, que es un fenómeno multitudinario, no hay ni para empezar. Jugar, lo que se dice jugar, dándole a la pelota de cuero y aire, sí que solo lo hacen esos doscientos. Pero jugar moralmente, poniendo en liza corazón, inteligencia, dialéctica y jarabe de pico, eso lo hacen millones de ciudadanos de todas las edades y condiciones. Y así como los doscientos jugadores fichados todavía no han empezado a jugar, los mirones no fichados sí que están ya dándole a la pelota y haciendo goles espectaculares y hasta incurriendo en faltas.
Por estos días los entrenadores planean sus tácticas y consagran sus sistemas de juego. Pues bien, al par los hinchas, más de la mitad del censo nacional de población, se dedican al oficio de los entrenadores, haciendo equipos y dándole consignas. “Yo pondría a Gutiérrez en la delantera y adelantaría a López a la media, y de esta manera, teniendo en cuenta que el primer equipo que nos visita va a retrasar a Pérez, que vendrá mal acompañado por Linares, les podremos llenar una cesta de goles…”. Propósitos de este tenor se oyen por todas partes.
Es la hora de los entrenadores de café, como cuando hay guerra y en el invierno los ejércitos descansan, los estrategas de café preparan las batallas y se anticipan a los mariscales en lo que han de planear y hacer. Cada español tiene ya su Liga, con todos los partidos jugados, de lo cual resulta la máxima paradoja: la de que siendo el fútbol cosa de muchedumbres, al final cada uno tenga su idea que sirve y goza en absoluta soledad, convencido de que el fútbol es su verdadera vocación y de que los clubs están perdiendo su tiempo al no llamarle para escuchar sus consejos.
De ahí el amor propio, que es el motor del fútbol, convertido en inocente vicio nacional. Sí, hay vicios inocentes, como hay virtudes culpables y astutas. Es el amor propio el que abre precisamente los bolsillos de los aficionados, con una generosidad que aplicada a cualquier cosa, la repoblación forestal, por ejemplo, hubiera dejado a España, como decía Plinio de la España romana, al afirmar que una ardilla podría ir del Pirineo a Cádiz, de rama en rama, sin pisar el suelo. El aficionado humilde renuncia al cine y al aperitivo con la novia con tal de obtener su entrada al partido de los domingos. Y el rico y poderoso se desprende de su dinero gustosamente con tal de ser directivo. Y uno y otro lo hacen por eso, por amor propio, por el placer de jugar a ganar o perder, que es el vicio más caro que ha tenido jamás el hombre.