De repente Sarriá ya no existe, de Alfredo Relaño
El 20 de septiembre de 1997 el estadio de Sarriá, el terreno de juego del RCD Espanyol, fue demolido mediante una voladura controlada, que puso fin a la existencia del recinto que desde 1923 albergaba al campo españolista.
74 años saltaron por loa aires, aunque la tribuna de gol norte, la más antigua del estadio, aguantó la goma 2 y permaneció en parte en pie. Todo un símbolo de la resistencia con que la afición blanquiazul acogió la decisión de abandonar su casa de siempre motivada por intereses económicos.
Al día siguiente, en las páginas de AS, el periodista Alfredo Relaño rememoraba los orígenes del recinto y su vinculación con la historia espanyolista.
Era al principio un campito pequeño, con un palacete colonial rodeado de palmeras en uno de sus fondos. A ese palacete, sede social del club, lo llamaban La Manigua.
Xut, una revista satírico deportiva de los años veinte, de tendencia nacionalista, solía decir que a Sarriá sólo iban cuatro gatos y dibujaba los partidos del Español así, con cuatro gatos sobre las gradas, mirando el partido aburridos. Como entonces corrían chistes, historietas y dibujos del Gato Perico, a los hinchas del Español acabaron llamándoles los pericos.
Allí ha vivido el Español (ahora Espanyol) toda su vida. Allí alcanzó celebridad Ricardo Zamora, el español más famoso en los años veinte y treinta. Allí disfrutó el Espanyol sus días de gloria, no muchos, pero también los hubo. Como cuando gozó de la delantera de Los Delfínes: Amas, Rodilla, Re, Marcial y José María. O como cuando se sintió campeón de la UEFA, con Clemente en el banquillo, tras ganar 3-0 en el partido de ida de la final ante el Bayern Leverkussen.
Pero también otros sepultan algo de su historia allí. El Valencia ganó en Sarriá su última Liga, pese a perder por 1-0, gracias a que ese mismo día los otros dos aspirantes, Barça y Atlético, empataron en el Manzanares. Allí se destapó Paolo Rossi con sus tres goles a Brasil, que proyectaron a Italia con fuerza irresistible hacia el título mundial.
Allí han pasado muchas cosas y ya no pasarán. Muchos barceloneses se sintieron jóvenes allí cada domingo y ahora creerán que no lo son tanto. Pero sí lo seguirán siendo si son capaces de trasladar todo aquel cariño a Montjuic.