El Betis y los años de Mundial, de Manolo Rodríguez
Este artículo que traemos hoy a Manquepierda se publicó en mayo de 1994 en Diario 16 Andalucía a cargo del periodista Manolo Rodríguez, pocos días después de la victoria bética en El Plantío frente al Burgos que certificaba matemáticamente el ascenso a la Primera División.
En al artículo se establecía un curioso paralelismo entre la trayectoria verdiblanca a lo largo de la historia y la celebración del Campeonato Mundial de Fútbol cada 4 años, tomando para ello como fecha de inicio el Mundial de 1954 celebrado en Suiza hasta el de ese año que se iba a jugar ese año de 1994 en los Estados Unidos.
Ya se sabe que no es fácil encasillar al Betis. Ni siquiera definirlo. Existe toda una literatura épica entretejida en torno a su carácter imprevisible y de ella se han beneficiado todos aquellos que han querido explicar las inexplicables mudanzas de este formidable mito ciudadano.
Y ese Betis que, según Martínez de León, fue “mil veces alanceado, pero nunca muerto”; ese Betis que cruzó el desierto “cuando éramos menos que nada”, como dejó dicho Juan Petralanda; ese Betis que fue “de Rusia a Murcia”, como sentenciaron los diarios de la última etapa de los setenta y, en fin, ese Currobetis que se quedó para siempre prendido en un solo término al torero eterno, es el que vuelve a escribir una nueva página, esta vez de gloria, en el libro de su vida.
Sin embargo, hay una cierta constante temporal en las cosas del Betis. Como unos ciclos que se cumplen escrupulosamente para lo bueno y para lo malo, y que suelen coincidir cada cuatro años con los veranos en que se celebra el Campeonato Mundial de Fútbol.
Así ocurre en la contemporaneidad, si partimos en el análisis del año 1954. Ese ejercicio, el Betis de los vascos sobrevivió a las grandes calamidades y ascendió a Segunda División tras un triunfo en Valdepeñas al que había precedido en el tiempo aquella romería hasta Utrera con la carretera llena de béticos y las fiambreras llenas de tortillas.
Ese fue el arranque y cuatro años más tarde, coincidiendo con el Mundial de Suecia, llegó el ascenso a Primera División. Fue la temporada 57-58 y todavía se recuerda aquel último partido contra el Jerez, con Benito Villamarín en el palco ondeando la bandera y con Antonio Barrios en el banquillo escribiendo su primer éxito en Heliópolis. Barrios, por cierto, que meses más tarde acudió a la cita mundialista y descubrió que Luis Del Sol podía ser un extraordinario mediapunta al estilo de lo que era Zagalo en el Brasil campeón.
En el 62 no pasó nada especialmente trascendente, sólo que fue noveno en la clasificación y que le ganó al Sevilla los dos partidos del curso liguero, pero en el 66 sí que volvieron a crujir las columnas del templo con ocasión del Mundial de Inglaterra. El Betis, ese año, cayó de nuevo en la Segunda División tras aquella agonía final de Málaga, cosa que, sin embargo, no impidió que, semanas más tarde, se llevara por delante en la Copa del Generalísimo al Real Madrid, flamante campeón de Europa gracias a los goles de Amancio y Serena en Bruselas.
En las temporadas venideras el Betis instrumentó su época más estricta de equipo ascensor, pero los vaivenes de la época lo contemplaron en Segunda División cuando llegó el Mundial de México. Ese verano de 1970 los verdiblancos habían fracasado en su intento de volver a Primera, quizá porque Barrios había llegado tarde esa temporada, quizá porque un decisivo partido contra el Español en Heliópolis se saldó con empate o quizá porque todavía no había llegado la hora de consolidar lo que vendría más tarde.
Algo que tardó en pasar, pero que acabó ocurriendo. El Betis volvió a subir y a bajar, pero en 1974, Mundial de Alemania, las cosas ya estaban en su carril y Esnaola en la portería. Aquella temporada fue imponente y el Betis, con Szusza en la dirección técnica, subió sin despeinarse. Armó una pareja ofensiva con Aramburu y Mameli que fabricaba goles con una facilidad prodigiosa, y rodeó al mejor portero de su historia con zagueros tan solventes como Iglesias o Sabaté. Aquel año jugó Biosca en el mediocampo, debutó Anzarda, maravilló Benítez, Rogelio ofició de padre y maestro y López y Alabanda eran lo suficientemente mayores como para, al año siguiente, ser capaces de obrar prodigios al lado de don Julio Cardeñosa.
Con toda esa legión extraordinaria, y con Bizcocho, con Gordillo, con Megido, con García Soriano y con algunos más, el Betis vivió días de vino y rosas en los años siguientes. Afianzó su fútbol, devolvió las ilusiones y fue campeón de Copa. Pero en el 78, Mundial de Argentina, se fue a Segunda con dos mundialistas. De Rusia a Murcia se llamó aquello, aquella tarde con Iriondo hundido, con la gente llorando en la caseta, con el Villamarín en silencio y con la Real Sociedad, el último adversario, lamentando que la conjunción de intereses entre el Hércules y el Burgos hubiera mandad al Betis a los infiernos. Un descenso que también tenía el sello de las cosas del Betis, ya que sobrevino con solo cuatro negativos. Algo que nunca había ocurrido antes y que nunca más volvió a pasar.
El Betis subió al año siguiente y lo que vino después fue de lo mejor de su época reciente. Fue tan bueno que muchos seguimos lamentando que aquel equipo no ganara más cosas. Aquella escuadra seguía gozando de sus mitos, pero, además, se enriqueció con Diarte, con Morán, con Parra, con Rincón y, sobre todo, con la madurez de Gordillo.
Por eso no fue anormal que en el 82, Mundial de España, a pesar de los vaivenes provocados por la renuncia de Luis Aragonés y por el cese de Iriondo, llegara el júbilo. Con Pedro Buenaventura en el banquillo, los verdiblancos agarraron el tren de la UEFA empatando la última tarde en Barcelona, partido que debieron ganar los de Heliópolis, ya que incluso Rincón marcó un gol legal que, injustamente, fue anulado.
Tras aquellos días de mucho vinieron algunos desequilibrios propios del Betis. En el 85 se salvó milagrosamente en Málaga, aunque después llegó a las semifinales de Copa y un año más tarde, en el 86, Mundial de México, reeditó sus temporadas felices plantándose en la final de la Copa de la Liga, el único torneo de cuantos se han disputado en España que no llegó jamás a sus vitrinas. La final la perdieron los verdiblancos contra el Barcelona y Luis Del Sol, entrenador entonces, no pudo ser plenamente feliz.
A partir de ese momento, y por muy diversas razones, se empezó a desmoronar el imperio. Se sucedieron las crisis, se enfrentaron las familias, creció el odio, surgieron los notables, se instaló la confusión y llegó el descenso del 89, rápidamente solucionado un año más tarde, Mundial de Italia, con el ascenso que empezó Corbacho y rubricó Cardeñosa.
Pero aquello fue una ficción que no podía durar. Todo estaba al revés y la caída era inevitable. El Betis se volvió a ir a Segunda, perdió mucho del carisma que tenía, hubo dirigentes que amenazaron con llevarle las llaves del club al Ayuntamiento, la vida en Heliópolis se hizo insoportable y el 30 de junio del 92 Lopera mandó parar.
Desde entonces han pasado muchas cosas, pero el ascenso, por mor de esos ciclos de cuatro años, tenía que llegar en el 94, Mundial de los Estados Unidos. Y ahí está. Veremos que ocurre en el 98. Ese año, si se repiten las constantes, también pasarán cosas. Lo que no está claro es de qué signo.