El Pucela, más que un club, de Jesús Fragoso.
Con motivo de la visita de hoy del Real Valladolid al Villamarín traemos un artículo del periodista y dibujante vallisoletano Jesús Fragoso Del Toro publicado en el diario deportivo AS el 1 de julio de 1993.
Dos semanas antes, en una jornada dramática final, el Valladolid había vuelto a Primera División tras vencer 1-2 en Palamós en un difícil encuentro y que dependía del gol average general en su enfrentamiento con el Racing de Santander.
Jesús Fragoso, nacido en 1919, rememoraba la ciudad de Valladolid de su infancia y juventud, y cómo el lazo con ésta se mantenía en gran parte por el equipo blanquivioleta.
Sí, se dijo aquello de que el Barça es algo más que un club. ¿Y por qué no? Todos los clubs de fútbol lo son, al menos para los somos aficionados y residimos fuera de nuestro nidal. Yo estoy seguro de que en la última jornada de Liga, si la gran y multitudinaria atención se centraba en Tenerife, sin tanto eco, sin tan enorme expectación, éramos muchos, aparte de los que viven en las ciudades que los cobijan, los que ese domingo que daba y quitaba, teníamos prendida nuestra esperanza en el partido que decidía la permanencia, el descenso, la promoción o el ascenso del equipo de nuestra tierra.
Éramos muchos, seguro, repartidos por todo el paisaje de nuestra España, el corazón palpitante, oído al pequeño transistor, al compás de lo que sucedía en el campo de juego palamosense. Allí se batía el cobre el equipo de mi tierra, el Real Valladolid, a un paso—a un par de penaltis—de su retorno a la División de Honor, a punto de volver donde solía. Ya se sabe; había caído en el foso de la Segunda, empujado por Maturana y su elenco colombiano con Higuita de estrella, que de estrellar se trataba. Ya es sabido: mal se le daba al equipo su obligado intento de volver, volver, volver, que por los pisos bajos, si no por los sótanos, andaban los de Boronat en los comienzos. Luego, ya con Mesones, poquito a poquito, tacita a tacita, allí le teníamos en el lance postrero, jugándose tipo y ascenso en Palamós, con el mirar de reojillo a El Sardinero, por si la goleada, que luego lo fue, pero insuficiente, de los chicos del Racing.
Cuando dentro de tres años se va a cumplir el cincuentenario de mi llegada a este hospitalario Madrid, he de confesar que siempre he estado unido—por el recuerdo, que no por la añoranza—a la cuna de mi raigal vallisoletano. Me siento orgulloso de ser paisano y contemporáneo de famosos como Julián Marías, Jorge Guillén, Rosa Chacel y mi concuñado y compadre Miguel Delibes, y de los populares Aurora Batista, Vicente Escudero, Marienma y hasta de la sonrisa puesta de Concha Velasco. Pero nada ni nadie ha mantenido, y tensa ahora mi atadura, al memorar la mocedad allí, en Pucela, vivida. En una ciudad que todos—y los futboleros más aún—conocen bien por el sobrenombre de Pucela y nadie, que yo sepa, está enterado por qué se llama así mi pueblo, porque Pucela, si se echa mano al DRAE, es vocablo definido así: “Doncella, mujer que no ha conocido varón”. Pues ya me diréis, hermanos.
El Valladolid me recuerda a sí mismo: aquel campito cabe la Plaza de Toros, pegado a ella como un consenso entre el fútbol y los toros; el salto a la acera de enfrente, ya con el nombre de Estadio José Zorrilla; otro salto, esta vez al río, en el Mundial de 1982, para ser un estadio de veras, Nuevo Zorrilla. Y aquellos jugadores desde mi infancia y mi mocedad hasta los que llegaron y fueron luego; he aquí unos pocos, revueltos en el tiempo: Irigoyen, Evaristo y Perico San Miguel, Ochandiano y Luisón, Ortega y Lasala, Saso, Coque, Vaquero, Cardeñosa, Eusebio…
Pero el Valladolid me trae, sobre todos, mis días, mis años allí, a la ribera del Pisuerga, una sola, que la otra, hoy gran ciudad al otro lado de la antigua, era toda huerta; y el Campo Grande. Y los viejos barrios de La Farola, Las Delicias, La Rubia…Y Las Moreras, y la catedral inconclusa, y la Plaza Mayor con la estatua el Conde Ansúrez, fundador de la ciudad. La romana Pincia, a la que vete a saber llamamos tantos y tantos Pucela.
Sí, el Pucela es para mí más que un club: es el eslabón que me une con mi origen, aunque en su nómina los vallisoletanos seamos los menos. (Pues anda que catalanes en el Barça… ¡Si hasta mi paisano Eusebio, el de La Seca, está allí).