Gerrie Muhren, maestro, maestro, maestro, de Alejandro Delmás.

Gerrie Muhren jugó en el Betis 3 temporadas, entre 1976 y 1979. Todo un campeón de Europa con el mítico Ajax de comienzos de los 70, que llegó al Betis con 30 años, y que en sus 100 partidos oficiales con la verdiblanca dejó en los que tuvimos la suerte de verlo un recuerdo imborrable por su calidad técnica, su visión del fútbol y su elegancia en el terreno de juego, lo mismo jugando en el centro del campo que de defensa libre.
También Muhren quedó profundamente marcado por su estancia en Sevilla, como refleja esta crónica del periodista Alejandro Delmás en las páginas de ABC, cuando a mediados de agosto de 1979 regresó a Sevilla para jugar con el equipo de su localidad natal, el Volendam, contra el Betis, en un partido amistoso que disputó jugando con los dos equipos.
Gerrie Muhren, Gerrie Muhren—entreabre los brazos, sonríe con alegría casi infantil, le rodea un coro de gigantes rubios vestidos de “orange”, el Volendam—y su corazón, el corazón de Gerrie Muhren, se le queda en suspenso, como colgado ahí mismito en la rendija de ese voladizo que—nueva de la mañana, sol naciente, Villamarín entre gotas de rocío—empieza a echar sombra sobre Heliópolis. El Volendam llegó en la madrugada del martes. Con las claras del día la gente de los Países Bajos entrenó en el Villamarín. Y a Gerrie Muhren le salían muy pocas palabras desde ese reloj de los adentros que acababa de parársele…
Volveré. Que no hay mejor expresión—algo así como cuando McArthur dejó Filipinas en poder de los japoneses—para definir lo que siente un hombre de cuerpo entero, un jugador de escándalo, cuando, tras diez minutos de recorrido urbano, a la hora de levantarse de su habitación en el Macarena, quiere sentar en la yerba del recuerdo –y con temple, con señorío—a todo un futuro—que no lo quiere, que no—envuelto en brumas neerlandesas, sin los brillos de un sol de hierro, sin el calor de una gente hecha de pedernal y cuerda de guitarra. ¿Por qué, Gerrie?…
- Voy a volver, quiero volver. Y volveré. No puedes crear la nostalgia que siento de esta tierra. Allá en Volendam está el pueblo donde nací, un contrato por dos años, mi trabajo de relaciones públicas en una imprenta y los juveniles que entreno. Allá está Holanda. Como es Holanda, fría, helada, con hombres que sólo van a lo suyo, que no son como los de acá. Vivir aquí es distinto. Y para mí, mejor. No hay el profesionalismo, el interés, ese amarrarlo todo que reina en los Países Bajos. Creo que puedo entrenar a chicos, a juveniles del Betis. Y lucharé por conseguirlo
Entonces, Gerrie, la idea no tuvo razón de ser…
- No, no. Mira, los niños están allá en un colegio “suyo”, ¿comprendes?, hablando su idioma. Allá también tengo amigos y fue donde nací. Volendam, un pueblecito católico—es raro en Holanda—de quince mil habitantes. Pero los tres años de Sevilla son imborrables, inenarrables. No te digo más que mis compañeros están impresionados de ver a los niños y a sus familias en la calle a la una y media de la madrugada, con ese contento, con ese júbilo natural, ¿cómo te diría yo? Con menos dinero viven mejor aquí. Porque saben vivir, porque quieren vivir…
- Betis, Betis, Betis. La sombra mañanera del estadio se agiganta sobre el número diez de un Ajax de leyenda. Hay que mirar dentro, bien dentro de los ojos de Gerrie Muhren, para contemplar una pena suavizada—hoy—por un contento, para echarle un vistazo al pasodoble—sentimiento puro—que parece estar repiqueteando en los oídos del maestro, saltándole por la mirada. Gerrie, el ole… “La afición del Betis es la mejor del mundo”. Y machacando las palabras, apuntillando la frase… “Sí, he dicho la mejor. Sabe sufrir y gozar como nadie. Y eso no lo he visto en parte alguna”. Gerrie, los recuerdos…”¿Tengo que decirte algo más? Mi corazón—como el de mi esposa—siempre estará aquí. Me enterré de que ficharon a Morán. Bueno, bueno, muy rápido, hace dos años nos volvió locos aquí. ¿Oliveira? Muy bueno, también, creo. El Betis de hoy, con estos refuerzos, con todo el plantel disponible, debe estar arriba, entre los cinco primeros cuando menos”.
El fútbol holandés, maestro…
- Allá está bajando ahora el nivel. La selección sigue fuerte, pero no es la de antes. Mi generación, la de Cruyff, Krol, Keizer… ha doblado ya la treintena, y no hay talentos que surjan como los de aquella época. En cuanto a los clubs, peor panorama aún. El Betis sería en Holanda uno de los mejores equipos del país, porque la Liga española es mucho más fuerte que la nuestra. Los estadios en Holanda rara vez cuentan con más de veinte mil espectadores.
Gerrie Muhren pasea con los ojos con ensueño y los andares de la nostalgia por ese estadio encalado, luminoso, fundido en alboroto, donde él sentó cátedra. Los teletipos del sentimiento le han vuelto a dictar la crónica del pasado, por las veredas más entrañables un ·Betis, Betis, Betis…” sigue recorriendo lo más hondo del lord de Volendam…
- Aquel partido que le ganamos al Madrid en el Bernabéu, los Ciudad de Sevilla, ese otro del Calderón del gol al final, este Betis-Granada que sólo pude vivir desde el banquillo… Todo eso no se puede olvidar
Los cachorros rubios, los vikingos que jamás supieron de tanto sol, han seguido a su jefe hacia el mismísimo corazón del Villamarín. Contemplan a Gerrie–¿qué pueden pensar los hombres “orange”, encerrados entre el verde de la yerba y la cal que restalla y el verde del voladizo, qué es para ellos Er Beti?—musitan tres o cuatro palabras quedas—silencio, todo es silencio casi—y salen de su ensimismamiento cuando los primeros balones tocan yerba. Gerrie Muhren había vuelto al Villamarín. Y por la última esquina del estadio, un maestro holandés había dejado caer alguna lágrima a escondidas. Una lágrima que quería ser un quiebro, una emoción que—así es, así será—vestía de verde, blanco y verde. Había vuelto Gerrie Muhren. Y, por un momento, Villamarín pareció cobrar vida, estremecerse, animar su cemento añejo y susurrar- de orilla a orilla—algo así como “maestro, maestro, maestro…”