Los caramelos de la ilusión
El final de la temporada 1970-71 está entre los más emocionantes y competidos que se recuerdan. A la última jornada llegaron 3 equipos con posibilidades de alcanzar el título: el Valencia, con 43 puntos, el Barcelona con 42 y el Atlético de Madrid con 41.
El Valencia jugaba en Sarriá frente a un Español que no se jugaba nada. La ventaja del equipo valencianista era que con el empate era campeón, y que dependía de sí mismo. Los otros dos candidatos se enfrentaban entre sí en el Manzanares, y sus posibilidades pasaban exclusivamente por que el Valencia fuera derrotado en Sarriá. Si eso se producía el que ganase el partido en el feudo rojiblanco sería el campeón.
Pero existía aún otra posibilidad aún más complicada: que el Valencia perdiera y que en el Manzanares ninguno fuera capaz de vencer al otro, con lo que el título volaría hacia Mestalla.
Y eso fue lo que sucedió. El Valencia perdió por 1 a 0 y Atlético y Barcelona empataron a 1, con lo que Valencia y Barcelona sumaron 43 puntos y el Atlético se quedó en 42. 24 años después el título fue a Valencia.
El ambiente en esa jornada fue espectacular en los dos campos que acaparaban la atención. Este artículo publicado en Marca al día siguiente refleja la expectación del partido en el campo rojiblanco, con toda una serie de características propias del fútbol de la época: almohadillas, porteros, acomodadores, niños vestidos con los colores de los equipos, animales también ataviados con la indumentaria y el transistor como medio que ponía en conexión automática e instantánea con lo que sucedía a más de 500 kilómetros.
Treinta mil almohadillas de color rojo esperan que el público llene el Manzanares.
- “¡A duro, sólo valen un duro¡”.
Seiscientos hombres, porteros, inspectores, acomodadores, aguardan la llegada de los aficionados. En los bares se amontonan los botes de cerveza, las botellas refrescantes y los bocadillos de jamón. A las tres y media de la tarde ya hay clientes en los bares y se encienden los primeros puros. A las tres y media de la tarde ya hay caravanas de coches y en los aparcamientos se nota que el partido es de gala. “Hoy se llana esto hasta la bandera”, nos dice uno de esos vendedores de tabaco, pipas, caramelos y cacahuetes, que alza la tienda enfrente de las taquillas.
Todavía hay localidades, pero pocas. En la calle se venden gorras con los colores del Atlético y con los colores del Barcelona, que el negocio es el negocio y la afición hay que dejarla al margen. Llegan autocares con seguidores rojiblancos. Y autocares con hinchas azulgranas. Aquéllos de las peñas. Estos, desde la Ciudad Condal, con matrícula de Barcelona. “Y esta noche, tras la victoria, de nuevo a la carretera”. El pronosticador se pierde en un mar de banderas, en un mar de gorras, en un mar de bufandas, que todavía no se notan mucho, porque se guardan para la ocasión soñada del gol.
“Seremos campeones”, dicen los de blanco y rojo. “Seremos campeones”, aseguran los de azul y grana. Y un guasón, que siempre los hay, les mete el miedo en el cuerpo: “Y el Valencia, ¿qué?”.
A las cuatro y cuarto, desde la zona de vestuarios se adivina el río de gente que llega. Y se contabilizan las personalidades. En la sala de Prensa está Carlos Pinilla, recordando el punto que se perdió en Málaga. Y están los directivos del Barcelona, con Agustín Montal al frente. Y los del Atlético, encabezados por Muñoz Calero. Vicente Calderón sufrirá en casa. También veo a Kubala, que charla con Miljanic, entrenador del Estrella Roja, que se ha dado una vuelta por el Manzanares para ver al Atlético. “¿Tanto le preocupa?” “Sinceramente creo que será nuestro rival en la final de la Copa de Europa”. A más de un hincha le brillan los ojillos de pura satisfacción al oír el pronóstico del técnico yugoslavo. En los vestuarios, antes de salir al césped, o al palco, o a la tribuna, se respiran aires taurinos y saludos toreros: “Que Dios reparta suerte”. Y unos, los de aquí, abrazan a los otros, que son de allá.
A las cuatro y media, en el césped, el “charivari” ha llegado a su máxima expresión, a su apoteosis. Ha desfilado el perro vestido de futbolista, de rojiblanco. Y le salido un contrincante: una cabra. Si continúa la moda habrá que hacer aparcamiento para los bichos disfrazados. El “charivari” comprende hoy a dieciocho niños, también vestidos de rojo y blanco, que se retratan con sus ídolos. Y hay un solo niño vestido de azulgrana. Y una pareja que salta a última hora, con bandera del Barcelona él, y con gorrilla barcelonista ella. Se fotografían con los chicos de Marcial. Y hay, como siempre, el porrista de turno, que esta tarde, por ser de gala, reparte caramelos al público. “Dígaselo con caramelos” “Anime a sus jugadores con caramelos de la marca tal”. ¡Qué buen slogan se han perdido los de los caramelos de la Viuda de Logroño¡
El perro, la cabra, los niños, la pareja, los cien fotógrafos, ¿dónde se publican tantas fotografías?, son al fin desaojados del césped, y la pradera se queda ya sola para los veintidós jugadores y el árbitro, con la escolta de los dos jueces de línea. La finalísima empieza y los transistores inician su secreto contacto con Sarriá. Hay que estar a lo de aquí y a lo de allí. Por si acaso.
A los tres minutos, Medina Iglesias, que es el árbitro, saca la cartulina blanca. Los caramelos de la amistad dejan paso al ruido de las trompetas y a las voces de aliento. Y a los gritos. Cae lesionado Gárate. Hay un gol de Dueñas que desata las esperanzas de los barcelonistas. Y otro de Luis, que es el empate, y pone en marcha las treinta mil almohadillas y las treinta mil trompetas. Casi de seguido los transistores traen la noticia: ¡gol del Español¡ Y se arma el guirigay. Los graderíos se llenan de banderas y pancartas. Los graderíos toman color rojo y blanco. Y la tarde soleada se convierte en una sinfonía de toques, marchas, voces y suspiros de esperanza.
- “¡Hala, Atleti¡, ¡Hala Atleti¡”
Hombres, mujeres, niños y soldados sin graduación empujan al Atlético, que tiene el título a la vuelta de la esquina. Medina Iglesias saca otra vez la tarjeta blanca cuando sólo falta un minuto. Sesenta segundos para el último esfuerzo, que una señora, muy cerca de mi localidad, emplea en soplar con fuerza su inseparable trompeta. Es el último suspiro. La Liga, amigos, ha terminado.
Fuente: José María Lorente en Marca 19 de abril de 1971