Gigi Meroni. Lennon jugaba de extremo, de José Antonio Martín «Petón»
Luigi Meroni fue un joven futbolista italiano que falleció atropellado el 15 de octubre de 1967, a la edad de 24 años. Era entonces la estrella del Torino, la «squadra granata» que fue destrozada en 1949 por la catástrofe aérea de Superga, cuando dominaba claramente el fútbol italiano.
Veinte años después la desgracia se volvió a cebar con el club turinés, pues al hecho desgraciado en sí de la muerte del joven jugador con solo 24 años se unió el hecho de ser atropellado por un joven seguidor del Toro: Atilio Romero, quien, años después, llegaría a ser incluso presidente del club.
Octubre doblaba su ecuador. Era un otoño extrañamente cálido en Turín. La estrella del Toro en los años 60, Luigi Meroni, Gigi para todo el mundo, convence a su compañero Fabricio Poletti para salir a corso Re Umberto a cenar. No le era difícil a Meroni convencer a Poletti de cualquier cosa: Poletti asegura todavía que bastaba que “Calimero” pensara algo para que luego sucediera.
El problema era que se concentraban tras los partidos en un albergue de Civittavecchia y que Fabbri, el rígido entrenador de la escuadra granata, no era amigo de esas relajaciones. Pero Gigi Meroni jugaba a ganador: “No te preocupes Fabricio, y dime de qué quieres el helado para el postre”. El técnico dudó, y por ahí se le escapó el par de golosos; quizá fuera bueno darles algo de cuartel y todavía estaba en su retina el partidazo que Meroni había hecho contra la Sampdoria un par de horas antes. Era difícil decir que no a “Calimero”, el rey de la hinchada, en una tarde de triunfo.
Gigi Meroni había llegado del Genoa tres años antes, dentro del traspaso de Joaquín Peiró al Inter. En ese tiempo se había convertido en el mejor extremo de Italia y en algunas cosas más. Amaba el jazz, la literatura y el inconformismo. Pintaba y diseñaba su propia ropa. Escribía poesía y amaba a Cristiana. Tanto que frustró el matrimonio de conveniencia que impusieron los padres de ella y lo colocó en la Sacra Rota, mientras se llevaba a la chica de Roma a Milán, tan cerca de Turín.
Se cortaba el pelo como John Lennon, le decían el jugador beat y cantaba las canciones de los Beatles. Por su inmenso talento creativo, un reflejo italiano de George Best, estaba llamado a ser un futbolista de época. Alguien le había contado que el piloto que cayó con el Gran Toro veinte años atrás se llamaba Luigi Meroni. También.
Tenía 24 años, formaba parte esencial de un Torino crecido que sería esa temporada campeón de Copa, y era indiscutible en la selección. Su internacionalidad no fue sencilla, sin embargo. No por discusión técnica, que esa no existía, sino por una cuestión disciplinaria: como Passarella en Argentina años después, el entrenador de la squadra azzurra prohibió a los jugadores el pelo largo, el bigote, la camisa por fuera y las medias bajas. O sea, todo al revés del estilo de Gigi.
Meroni no sólo se negó a acudir sino que se presentó en Como, su pueblo, donde estaba instalada la Nazionale, con el cabello perfectamente largo, un traje acampanado y, al final de una correa de perro, atada una gallina a la que preguntaba delante de los paseantes si Meroni, el gran Gigi, debía ir a la selección o raparse. No, no se lo cortó y poco tiempo después su inmensa calidad mató el debate y salvó su pelo con la camiseta azul eléctrico de Italia.
A Meroni le apetecía un helado tras la cena. Habían ganado a la Sampdoria por 4-2, su genio había brillado hasta enamorar al estadio y hacía calor. Así que el mister cambió el no por un escueto “pero ustedes me ganan a la Juve el próximo domingo o se van a enterar”.
A Gigi Meroni, el pequeño Luigino del Oratorio de San Bartolomeo, donde empezó a jugar, el ingenioso adolescente que hacía del fútbol poesía y por lo tanto música, el descarado extremo del Genoa, la estrella del nuevo Toro lanzado a recuperar la gloria robada por la niebla de Superga, la mariposa grana, la “farfalla granata”… a Gigi Meroni le apetecía un helado.
Un helado con un amigo para hacer aún más dulce una tarde de cansancio y triunfo. Y corso Re Umberto estaba tan cerca. Poletti a la izquierda, Gigi a la derecha, echaron a andar. Al cruzar Re Umberto, Meroni no vio el Fiat Balilla que se le echaba encima. Un segundo después la “farfalla granata” estaba en el suelo con las alas rotas. Con todo roto.
El conductor, un joven de 19 años, miraba espantado. Unas horas después, al caer la noche, acompañado de sus amigos, de su familia y de Cristiana, en el Hospital Mauriziano, se le escapó la vida a Gigi Meroni, la esperanza del Toro.
Destrozados, los suyos aguantaron la tragedia juntándose en torno al recuerdo de aquel mágico futbolista y poeta de 24 años. Miles de personas les acompañaron en la misa de adiós.
Mientras, un joven de 19 años, fanático del Toro, que esa tarde había jaleado las acciones de su ídolo Meroni y que, seguramente, las iba rememorando cuando al volante de se coche recién estrenado enfiló Re Umberto, clavaba en su alma el dolor de haber matado a su héroe.
El joven se llamaba Atilio Romero. Aún se llama así porque vive. Y siguió yendo al estadio. Atilio Romero fue años después presidente del Torino.