Impresiones de un profano, de Galerín. 1924
Ya hemos visto un par de crónicas del año 1925 del periodista Agustín López Macías «Galerín», que desde las páginas de El Liberal de Sevilla, dejó unos deliciosos relatos del fútbol sevillano de hace ya un siglo.
El que hoy traemos a las páginas de Manquepierda es del mes de enero de 1924, más de 100 años, y refleja sus impresiones tras asistir en el campo del Patronato a un Real Betis Balompié-Español Fútbol Club correspondiente a la jornada 5 del Campeonato de Andalucía, y en la que el equipo bético se impuso 4-1 al gaditano con tantos de Manolín y Álvarez (3) con los que remontaron el inicialmente marcado por Javierre para el equipo rojinegro.
De entre las cosas que podemos destacar de este crónica sobresale el carácter que la sociedad balompedista, todavía así conocida popularmente, mantenía en esos años. Se trataba de un club con pocos recursos económicos, con una acendrada rivalidad con el otro equipo de la ciudad, y que se caracterizaba por un fortísimo espíritu de lucha y superación. No era un equipo de fútbol artístico, sino un conjunto de briega y pelea. La furia bética era una de las características en estos años 20, y como se dice en el texto «detrás del balón no corre el jugador, corre su alma, su vida entera» .
La escasez de recursos económicos, y su reflejo en las condiciones con que se hallaban las instalaciones de la sociedad, son otra característica importante a comentar. En 1924 el club tenía su sede deportiva en el campo del Patronato al que se trasladó en 1918, y en la crónica se refleja como se le conocía popularmente como «el campo de las tablas verdes», el cercado de madera con el que se rodeó el campo bético en la zona de la Enramadilla junto al Prado de San Sebastián en 1916, y que se trasladó en 1918 a los terrenos de la Huerta del Fraile donde se ubicó entonces el nuevo campo de la sociedad verdiblanca.
Las instalaciones eran modestas tal como se nos describe en el texto: «no hay lujo, no hay tribunas, no hay marcador automático, no hay caseta para los jugadores, no hay ambigú, no hay porteros galoneados, no hay merengue».
No será hasta finales de ese año 1924 cuando se modifiquen de forma importante las instalaciones del Patronato, con el programa de renovación, el primero desde 1918, que emprendió la nueva directiva presidida por Ramón Navarro, y que comenzó a sustituir el cercado exterior de madera por una tapia ya de ladrillo, además de realizar unas primeras gradas en madera, ya con bastante más solidez.
El campo se situaba en la zona final del barrio del Porvenir junto a las vías del tren que iba a Cádiz y a una serie de instalaciones industriales a las que también se menciona en el texto, como es la fábrica de abonos.
También se apreciaba la precariedad de medios en el uniforme de los jugadores balompedistas, de los que se dice «uno de ellos tiene una bota de cada color, otro viste como un seise», además de comparar la vestimenta del guardameta bético, Jesús Bernáldez, con la de los vendedores valencianos que ofrecían peladillas por las calles sevillanas.
Se menciona expresamente a un jugador bético, al que se denomina «Chico». Este era el apodo de Antonio Álvarez Benjumea, el delantero centro del equipo que esa tarde hizo 3 goles, y que a sus 20 años era su cuarta temporada en la sociedad balompedista.
También hay que destacar del texto las malas condiciones urbanísticas en que se encontraba el barrio del Porvenir, del que se dice que «ya sabemos de donde sale el fango para toda Sevilla».
En suma un texto importante para comprender la mentalidad de resistencia en que la sociedad balompedista se desenvolvía en la primera mitad de los años 20.
- ¿No faltará usted mañana al campo del Balompié?, nos dice un partidario rabioso de estos muchachos
- No, señor. No faltaremos. Antes le digo que no conocemos ni el campo
- ¿No ha ido usted nunca?
- No, señor. Si hemos hecho mal, lo sentimos.
Y ayer tarde nos fuimos al campo de las tablas verdes, como le dice Oreto. “Pian, pianito”. ¡O somos o no somos¡ Atravesamos una calle del barrio del Porvenir, y ahora sabemos de donde sale el fango para toda Sevilla. ¡Qué abandonadas están las calles del barrio, señor Vázquez Armero¡
Llegamos a la ringlada de las tablas verdes, y por una puerta que dice en letras pintadas sobre matriz de latón “Señores socios”, penetramos.
Ahora nos explicamos el odio que los balompédicos le tienen al Sevilla. No es más que falta de dinero. Los del Balompié son pobres; los del Sevilla son ricos. En el campo verde no hay lujo, no hay tribunas, no hay marcador automático, no hay caseta para los jugadores, no hay ambigú, no hay porteros galoneados, no hay merengue.
Allí sólo hay voluntad, ganas de ganar siempre, coraje. Los jugadores no visten lo elegantes que los otros. Uno de ellos tiene una bota de cada color, otro viste como un seise. El portero se nos antoja uno de esos valencianos que venden peladillas, con sus zaragüelles blancos y su camiseta morada. La red de la portería parece esperar a las ovejas. La caseta de los jugadores es de madera y latón. El marcador da la sensación de un almanaque de pared. Y ese almanaque tenía a la hora de terminar fecha 14. El uno era del Cádiz; el cuatro de estos leones verdiblancos, que van por el balón a la vía del tren si es preciso. No combinan como los del Sevilla, pero detrás del balón no corre el jugador, corre su alma, su vida entera. Hay quien chuta desde la mitad del campo, pero chuta.
Es una lástima que jueguen siempre para ellos o para que el grupo de amigos de cada uno le aplauda su destreza. Así jugaba un pequeño a quien nombraban “El Chico”. Muy valiente, muy diestro, con mucho coraje, pero muy nervioso. La pelota en sus pies no quiere que sea más que de él. Y eso no es, “Chico”. Ya vería usted cómo se iban los balones a la fábrica de abonos.
Todos los balompedistas demostraron ganas de ganar, y eso siempre es agradable. Allí no hay reservistas: todos son quintos bisoños, que no temen al enemigo. ¡Pobres, pero buenos¡…
El equipo de Cádiz no juega, o ayer no quiso jugar. Si tiene techo el campo, lo hubiera roto el balón, que estaba siempre en las nubes. Se limitaron los muchachos de la ciudad hermana a desbaratar el juego. El portero hizo una parada de valiente y otra zamorana, y se le aplaudió ambas veces. El hombre se entusiasmó y tiró la gorra al público, como si dijera ¡va por ustedes¡ En aquel momento le metieron el tanto-tonto. Porque fue tonto el tanto.
Juegan limpio, no hacen a intento nada malo. Si Cantos pitaba con tanta frecuencia era porque le molestaban los saltos. Por eso; porque como corría con el pito en la boca, se le escapaba el aire sin darse cuenta.