Locos por el fútbol, de Manu Leguineche

El Campeonato Mundial de Fútbol de 1994, celebrado en los Estados Unidos, fue el primero en jugarse en un país en el que la tradición futbolística no era el deporte imperante. A pesar de ello la pasión y el seguimiento que tuvo fue masivo, aprovechando las retransmisiones televisivas que llevaron el espectáculo a todos los confines del orbe mundial. Y en el propio país fue todo un éxito con una asistencia media de 69 mil espectadores por partido, uno de los más altos de la historia del Campeonato.
Sobre este asunto, y otras materias relacionadas con el evento mundialista, reflexiona el periodista Manu Leguineche en este artículo publicado en Diario 16 el 17 de junio de 1994, el día en que se inauguraba el Campeonato con un Alemania-Bolivia.
Cuando Vujadin Boskov dijo que “el fútbol es el fútbol” llegó hasta donde podía. Pero está claro que el fútbol es algo más que un deporte comercial. Es una pasión, una identificación, una válvula de escape, comedia, pero sobre todo drama, política y mercadotecnia, negocio o ruina, bolsa de valores para jugadores de nota, una emoción coral, un sucedáneo de la religión.
Alguien dijo que los ingleses inventaron el fútbol para mantener a los mineros lejos de las calles, o sea que no fue una idea de Franco para anestesiar al pueblo. Ha llegado la hora de la catarsis, el Mundial. Y por primera vez se celebra en un país sin tradición futbolística.
A pesar de los esfuerzos del secretario de Estado, Kissinger, de origen alemán, el balompié no ha penetrado en el alma deportiva de los yanquis ni, lo que es más importante, en su inmenso mercado. Jugar con los pies y con la cabeza (a Zarra le llamaron “la mejor cabeza de Europa después de la de Churchill”) les parece a los norteamericanos un capricho de ingleses excéntricos.
El 56 por ciento de los estadounidenses dejará de lado el Mundial, porque esa jungla de jugadores en pantalón corto con un señor vestido de negro y un silbato en la boca, que tan bien nos describió Fernández Flórez, les parece tan impenetrable como a nosotros el cricket de los británicos. Y sin embargo, mientras las instituciones tradicionales, la familia o la religión pierden intensidad como aglutinador social, el fútbol llena los huecos.
El fútbol va a más en todo el mundo. El USA´94 reúne todas las condiciones para el gran acontecimiento: se celebra cada cuatro años (una larga espera), interviene la televisión, se pone algo de patria en la competición, se descubren nuevos héroes o se consagran los ya conocidos, los Baggio, el argentino Caniggia, el colombiano Asprilla o los brasileños Bebeto y Romario. La atmósfera es eléctrica. “Crazy about football”, escriben los norteamericanos.
Dos mil millones de personas pegadas al televisor para seguir las evoluciones de 24 equipos nacionales que han superado las más duras pruebas. El fútbol es el espectáculo más televisado del mundo. 16.500 horas de retransmisiones para audiencias en 150 países. La “Soccerfest”, la fiesta del fútbol, invade un escenario que no es el suyo. Los futboleros norteamericanos aprovecharán el Mundial para un nuevo intento de lanzamiento del juego europeo, para convertirlo en espectáculo electrónico y en una nueva fiesta del consumo con rituales y símbolos desconocidos.
El otro día un ciudadano de Nueva York confesaba que el fútbol es un deporte que no comprende: “Sé muy poco de él, tan sólo lo conozco a través de esas broncas monumentales que estallan en los campos de fútbol europeos durante los partidos. Es una violencia que no me explico”.
En Estados Unidos la violencia está en casi todas las partes salvo en los campos de juego.
Se han celebrado 491 partidos entre a43 naciones para dar con los elegidos de la gloria mundialista. Han quedado en la cuneta selecciones tan brillantes como la de Inglaterra, que ganó el Mundial de 1966, Francia o Dinamarca. Esta criba hace aún más apasionante el Mundial.
El semanario “Time” dividía el campeonato de Estados Unidos entre cenicientas, retadores o príncipes de la corona. Sitúa a España entre estos últimos y se maravilla que un jugador de la selección nacional gane tres veces el sueldo del presidente del gobierno Felipe González.
No hay por estas fechas del Mundial peor fastidio que no ser hincha de fútbol. La influencia, la presencia del balón redondo es tan impresionante que resulta misión casi imposible escapar de esa realidad. El fútbol como pasión humana, y como cuestión de Estado; vivirán por televisión los azares de su equipo, y si éste gana abandonarán la intimidad del hogar para lanzarse a las calles con banderas y gritos: todos locos por el fútbol.