Los clubs deportivos y su fin, de Eduardo de Guzmán

Traemos hoy un artículo publicado en la prensa en 1927, pero que pone de manifiesto una serie de circunstancias en torno a la evolución que se había producido ya en el fútbol de esa época, ya no concebido como un deporte que practicaban los socios de los clubs en sus tiempos originales, sino como todo un espectáculo profesional.
Cosas que desde la perspectiva de hoy nos parecen totalmente naturales, porque es lo que hemos conocido, pero que aún chocaban en esa época de transición entre lo que fue originalmente y lo que ya era de forma incipiente y aún en periodo de adaptación.
También hay una curiosa llamada a la conversión de los clubes deportivos en sociedades anónimas, una evolución que tardaría aún 65 años en llegar.
El autor del artículo es Eduardo de Guzmán, periodista y escritor.
Tal como hoy se encuentra el fútbol en toda España, cabe preguntarse qué son en realidad y qué fin persiguen los clubs potentes, el Barcelona o el Madrid, por ejemplo. La respuesta parece a primera vista fácil. Los clubs son unas entidades dedicadas a fomentar la educación física de sus socios. El fin perseguido no es otro que el de conseguir para todos esos socios una satisfactoria plenitud física.
La respuesta no puede ser, aparentemente, más acorde con la realidad. Pero ¿responde a la verdad? Quien quiera que pertenezca o haya pertenecido a cualquiera de esos clubs potentes como socio podrá responder. Y con toda seguridad responderá, salvo las excepciones de rigor, en el sentido de que la realidad no es la que se presenta a primera vista.
Los clubs de fútbol, esos clubs potentes, primeras entidades deportivas de la península, no suelen preocuparse en demasía por los socios. Hay muchos que ni siquiera tienen un mal gimnasio en que los socios, los paganos, puedan dedicarse, bajo la dirección de un buen profesor de gimnasia, a desarrollarse físicamente. No se crea que estos clubs que no tienen un gimnasio adecuado sean excepción. Son, por el contrario, excepción los clubs que lo tienen. Y más excepcionales aún aquellos que disponen de un buen profesor que enseñe a los alumnos lo más elemental de la gimnasia sueca.
Los clubs, pues, podemos afirmarlo rotundamente, no se preocupan para nada del desarrollo físico de sus socios. Y una vez sentada esta afirmación, volvemos a preguntar: ¿Qué fin persiguen estos clubs de nombre retumbante y deportivo? Si no persiguen fines deportivos, esos fines no pueden ser sino económicos.
Y desde el momento en que los fines son exclusivamente económicos, los socios no tienen más que una razón de existir: la de que el carnet de socio sea una especie de abono para presenciar los partidos que en el campo propiedad del club se celebren.
En realidad es eso lo que hoy en día representan los carnets futbolísticos. Pongamos un ejemplo: un club de fútbol cualquiera, el Madrid, no tiene gimnasio. Dicen que tiene uno, pero tan alejado de la ciudad está el sitio en que se halla enclavado, y tan pequeño y malo es, que no compensa el trabajo de darse un paseo hasta tal sitio o el dinero gastado, amén del tiempo, en el tranvía.
Poder jugar al fútbol no hay que soñarlo. Juegan los consagrados, los jugadores a quienes se pagan crecidas cantidades porque tal hagan. Practicar otros deportes es tan difícil al menos como intentar jugar al fútbol. Son varios miles los socios y son muy pocos los deportes que se practican para que todos puedan tomar parte. ¿Entrenarse corriendo, saltando o haciendo gimnasia en el campo? Ni pensarlo; se estropearía la hierba, la magnífica hierba sobre la que se juegan los grandes encuentros de campeonato, que reportan a las cajas del club miles y miles de pesetas.
El carnet no es, pues, sino una especie de abono. Ahora que sin las garantías y seguridades que todo abono a un espectáculo cualquiera debe tener ¿Por qué, entonces, continúa habiendo socios en esos clubs?
Cuestión difícil de contestar. Sólo se puede responder de una forma: porque el fanatismo que ejerce el equipo favorito sobre los aficionados les impulsa, sin reflexionar, a prestar su apoyo incondicionalmente al once de referencia.
Los directivos de los clubs deportivos gustan mucho de hablar, de exhibirse, de emplear palabras hueras reiterando su amor al club, los sacrificios por él realizados y otras zarandajas por el estilo. Pero, ¿si esos directivos se encontraran en la situación de cualquier socio, que sólo lo es en el momento de pagar, continuarían perteneciendo al club, a un club que nos les servía ni para presumir? Seguramente no. Si lo hacen, si trabajan, es porque sacan algún beneficio, moral o material, de su trabajo. En pocas o en ninguna ocasión por amor al club, por ese cariño que empuja a los socios a continuar siéndolo, teniendo el convencimiento íntimo de que están haciendo el tonto.
Pero esa ficción de los clubs debe concluir. Ha durado ya demasiado tiempo. Hoy el fútbol es un espectáculo y no un deporte. A nadie debe continuar engañándosele. Los jugadores en ningún caso obran con el desinterés de los verdaderos amateurs. Los clubs no son en realidad sino sociedades dedicadas a explotar un espectáculo.
No es que yo crea que como espectáculo no sea interesante, ni que no deban ser los clubs entidades económicas. Lo que me parece y me ha parecido siempre detestable ha sido el que se pretenda engañar al público con una falsa deportividad, al amparo del cual unos señores jugadores, directivos o lo que sean, se “hinchan” de ganar dinero.
El fútbol no puede continuar como hasta ahora. Los clubs deben declarar noblemente la verdad. En Inglaterra, cuando el profesionalismo se implante definitivamente, los clubs se transformarán en entidades comerciales, con acciones, cupones, intereses, dividendos, etc. En España se debe hacer igual. Se hará.
Las circunstancias impondrán la necesidad de hacerse así. Todos los líos hoy en pie no reconocen otra causa que el dinero. Todos los clubs obran, según dicen, en pro del deporte. Pero con hechos demuestran que el deporte les tiene sin cuidado, que lo que verdaderamente les interesa es el dinero.
La transformación de los clubs en sociedades anónimas no tardará en llegar. Pero es menester que llegue rápidamente. Porque si no, el engaño continuaría. Y el engaño, cuando el engañado es el público, es peligroso para todos los que en él intervienen.
Seguramente, antes de mucho veremos anunciados los partidos entre sociedades no deportivas sino comerciales. En Inglaterra ya sucede así. El West Ham, equipo que el año pasado jugó en España, se llama en realidad “West Ham&Company”. A no tardar tendremos convertidos a los clubs en sociedades anónimas, y en las cotizaciones de la bolsa veremos, al lado de las Duro-Felgueras o de las de Minas de Riotinto, el sube o baja de las acciones del Madrid S.A., según haya ganado o perdido con el Athletic S.A.
Fuente: Eduardo de Guzmán en La Unión 11 de noviembre de 1927