Los verdes campos del Edén, de Antonio Hernández.
En febrero de 1994 el Betis, por entonces en Segunda División y sin terminar de engancharse a la lucha por el ascenso, dio una de las grandes campanadas de la historia de los últimos 30 años, eliminando de la Copa en cuartos de final al potente FC Barcelona que dirigía Johan Cruyff. Después de empatar a 0 en la ida en el Villamarín, el Betis se impuso sorprendentemente 0-1 en el Nou Camp con un gol del extremo gallego Juanito.
En las páginas de Diario 16 Andalucía el escritor Antonio Hernández nos dejó al día siguiente este relato en el que narra su vivencia ese día frente al televisor, y sus reflexiones sobre «un masoquismo, que como la tristeza lírica, puede ser peligrosamente hermoso».
Antonio Hernández celebra la sorprendente victoria, pero no se hace ilusiones superiores, pues ya se barruntaba que con el Betis la dicha no puede ser eterna, y 3 días después caería derrotado en el partido de Liga con el Villarreal en tierras castellonenses.
El jueves, a las ocho en punto de la tarde, sacamos las banderas, me encasqueté la camisola blanca y verde de jugador número doce que parece de la ONCE de ciego que está, y pusimos en casa un himno que habla de mi tierra y de un río al que don Luis de Góngora llamó gran rey de Andalucía.
Me autocoroné monarca de la utopía, y mi mujer, que ya sabe por mí cómo para ser algo en el reino de los sueños hay que haberse sentido derrotado muchas veces por la realidad, tiró del fino La Ina para que el trago no fuera tan amargo, y mi hijo Miguel, que ya lo quisiera yo menos bético y más estudiante, dijo que íbamos a ganar con esa frescura ilusoria de los que todavía desconocen el efecto de la sarna que, con gusto, no pica.
Frente al televisor, sin comenzar todavía el partido, tuve tiempo para acallar mi corazón recorrido por ese otro tipo de sangre más tumultuosa que no es azul ni roja, sino verdolaga, y me puse a pensar sobre un masoquismo que, como la tristeza lírica, puede ser peligrosamente hermoso.
Iba a jugar mi Betis e iba a perder, pero yo iba a recobrar mi infancia, y eso era lo importante. A partir de ahí, lo demás sería lo de menos. Y hasta que el Betis saltó al campo, yo estuve saltando por un territorio en el que sólo viven mis nubes.
Después, lo que iba para decepción relativa empezó a enseñar ese zapato de Cenicienta al que llamamos milagro, y cuando Juanito se lo puso para que la pelota fuera un regalo de Reyes envuelto en las mallas azulgranas, le devolví a la esperanza el prestigio que recobra si las cosas empiezan a serme favorables. Se había puesto, repentinamente, la camiseta de lo que no es un club, sino una religión, y adelantaba goces inéditos en lo que no es un césped, sino una patria.
Al vuelo de esa fantasía, de pronto tuve la idea de que jugábamos en Heliópolis, y que nuestra afición no iba a permitir que se escapara el triunfo con su aliento de coro rociero que pone alas en el ánimo de los futbolistas, y en el descanso comprendí que yo había puesto un pie en el paraíso y que me había asomado, por un instante, a su reino rosa. Si lo acababa de contemplar en su perspectiva de colores, ya no me importaba tanto el que luego tuviera que volver la mirada hacia el paisaje tenebroso del infierno. Pero los dioses son caprichosos y, en el hastío de la costumbre, a veces suelen romperla y le hacen un regate a la lógica como el que le hizo Juanito a Busquets, quien aún tiene que estar busqueteándose el rosco por la portería.
Entre que, con la pelota todavía en juego, los amigos no dejaban de llamarme, y entre que los últimos diez minutos del partido los pasé en el cuarto de baño como un refugio contra el infarto, al fin se hizo la victoria y fue como si hubiera ganado el Nobel, porque jamás recibiré más felicitaciones encendidas. Pensé en celebrarlo por Madrid con la camiseta calada como he hecho en otras ocasiones menos propicias, pero me quedé en el disfrute del teléfono con su permanente enhorabuena.
Seguí en el Nou Camp hasta que esta mañana me he despertado con la noticia de que los béticos, todos los béticos, tenemos pagada la pensión completa en el paraíso hasta el domingo que viene. La prebenda puede ser prorrogada si le ganamos al Villarreal. Pero, en fin, si con el Betis hay que ser realista y pedirle lo imposible, tampoco tenemos que pasarnos de la raya y exigirle que desgaste su mito consiguiendo lo razonable.