Por qué no asistió España al Mundial de 1930, de Manuel Rosón

La selección española no acudió al primer campeonato Mundial de Fútbol celebrado en Uruguay en 1930. Y no lo hizo a pesar de ser expresamente invitada para acudir a tal evento, tanto por la propia FIFA como por la Federación Uruguaya.
Diversas fueron las razones que se esgrimieron en su momento para no acudir, entre ellas, y no de las menos importantes, las reticencias de los clubs a prescindir de sus jugadores durante una larga temporada. Se adujeron también otros motivos como la larga duración del viaje, que se hacía en barco, la escasa preparación de la selección o el miedo a dejar mal a la larga colonia de emigrantes españoles que allí residía.
Este texto, publicado en AS el 3 de junio de 1982, a cargo del periodista deportivo Manuel Rosón, explica alguna de las razones entonces aducidas.
En cordial conversación captada en el Palacio de Exposiciones y Congresos con don Pedro Escartín como contertulio y testigo, el señor Diego Lucero, enviado especial del bonaerense Clarín, se lamentaba de la ausencia española en aquel histórico evento. No lo comprendía, aunque hay una explicación que pocos conocen.
Era presidente de la Real Federación Española el marqués de Someruelos, polémico y temperamental personaje que asistía a los partidos a cuerpo limpio, dando la cara (¡lo mismo que ahora¡). Ostentaba la representación diplomática uruguaya un insigne caballero, especializado en la historia del periodismo sudamericano, cuya asombrosa cultura y acendrado españolismo podían ser calificados de ejemplares: don Benjamín Fernández Medina.
Nuestro fútbol era estable. Ni muy mal ni muy bien. Se defendía aquí, en el viejo mundo, después de la Olimpiada de Amberes (1920), París (1924) y Amsterdam (1928). No se mantenían contactos, de país a país, con los de América y su triángulo sur (Argentina, Brasil y Uruguay). Se había ganado escandalosamente a Francia en Zaragoza (8-0); a Portugal, de todas, casi todas, y a Inglaterra (4-3) en Madrid. Las perspectivas eran excelentes aquí, en Europa.
Sólo habían llegado algunos equipos del otro lado del charco. La fabulosa selección uruguaya que ganaría las Olimpiadas de París y de Amsterdam; el Boca Juniors bonaerense (1925) y el Colo Colo chileno (1926). A este equipo hubo que repatriarle indigentemente a raíz de la muerte de su jugador David Arellano en Valladolid. Los uruguayos estaban crecidos y endiosados (Scarone y el “moreno” Andrade), porque su fútbol era prodigioso. Lo arrasaban todo, incluso a sus vecinos argentinos y brasileños.
Tanto en Buenos Aires como en Montevideo la moral de las colonias españolas allí radicadas era muy precaria, como si esperaran lo peor. Se temía el viaje de la selección y en todos los ambientes flotaba el mismo poderoso argumento: “Les suplicamos que no vengan, porque cuando se marchen de aquí los españoles no podremos vivir tranquilos”. Se esperaba el fracaso rotundo.
La situación podía ser dramática porque se recordaba con horror lo ocurrido en 1922, en Argentina, con la visita de los vascos que fueron abandonados por los empresarios después de sus graves derrotas.
La travesía en el trasatlántico alemán “Cap Polonio” había sido un desastre. Comieron y bebieron tan pródigamente, que casi todos los jugadores engordaron cuatro o cinco kilos. A partir de entonces las cosas empeoraron para aquellos compatriotas. Los sarcasmos y humillaciones eran constantes. Si se anunciaba la visita de don Jacinto Benavente o la compañía teatral de doña María Guerrero, la acogida era cruel: “Serán tan malos como aquellos vascos”. Las burlas herían a todos. Ya no había indianos con “haiga”. Eran gentes humildes y modestas que, resignadamente, luchaban por un puesto de trabajo.
Don Benjamín hizo suya la situación de los españoles en Uruguay, transmitiendo sus temores al general Primo de Rivera. El presidente fue comprensivo y aceptó la inhibición como la opción más afortunada. El marqués de Someruelos, despistado al principio, fue luego convencido por Cabot.
Y así se produjo la ausencia de España en el I Campeonato Mundial o Copa Jules Rimet de 1930. ¿Acierto? ¿Torpeza? Ha transcurrido medio siglo.
Fuente: Manuel Rosón Ayuso en AS 3 de junio de 1982