Quini. El Brujo derrota al mal, de José Antonio Martín «Petón»
Enrique Castro «Quini» disputó 521 encuentros con el Sporting de Gijón, marcando 272 goles. Fue Pichichi de Segunda División en 2 ocasiones ( 1969-70 y 1976-77 con el Sporting) y cinco en Primera División (1973-74, 1975-76 y 1979-80 con el Sporting y 1980-81 y 1981-82 con el Barcelona). 15 temporadas en el Real Sporting de Gijón y 4 en el Fútbol Club Barcelona, aparte de 35 partidos con la selección española.
Sus números impresionan, pero Quini es mucho más que eso. Para mí, de niño, Quini era un delantero muy bueno que además de marcar unos goles espectaculares, aún recuerdo una volea imposible al Rayo en Vallecas, era también trabajo, constancia y dedicación en un club pequeño como el Sporting de la primera mitad de los 70. Se codeaba con los grandes goleadores de la época (Santillana, Arrua, Leivinha) jugando en un equipo que luchaba por mantener la categoría, e incluso en una temporada que el Sporting fue último (1975-76) fue de nuevo Pichichi con 21 tantos.
Quini era la reivindicación permanente del jugador del club pequeño pero con prestaciones de equipo campeón. Posteriormente Quini fue mucho más que eso. En la segunda mitad de los 70 y primeros 80 el Sporting se codea con los grandes y todos fuimos del Sporting aquel que en la 78-79 estuvo a punto de ser campeón (Castro, Redondo, Doria, Rezza, Cundi, Joaquín, Ciriaco, Mesa, Ferrero, Quini y Morán). Un subcampeonato de Liga y 2 de Copa se pasearon por El Molinón. Después de muchos intentos Quini fue traspasado al Barcelona, donde volvió a triunfar como goleador, como jugador y como persona.
Tras 4 años en la entidad barcelonista Quini regresó a su Sporting, donde jugó 3 temporadas más, para retirarse con 37 años un 14 de Junio de 1987 en El Molinón frente al Barcelona. Curiosamente fue en el Benito Villamarín un 22 de Diciembre de 1968 donde, 19 años antes, había debutado Quini con la camiseta del Sporting, en un día en que Quino marcó el único gol del partido para el Betis.
Pero Quini, aparte de un futbolista inmenso, ha sido y es mucho más que eso. Su superación personal en tantas y tantas pruebas que la vida le ha puesto es un ejemplo para todos. De eso trata el relato de hoy, en el que José Antonio Martín «Petón» nos da las claves de una vida ejemplar de lucha, entrega y dedicación.
El Brujo derrota al mal
Cuando la muerte se aproxima a un ser querido y ciñe su cintura como no queriendo irse… y lo vemos, vemos la maniobra de la parca encelada, sale de nuestro hondo un grito seco y mudo, constante pero inútil, que se lamenta. Y no depende de nosotros que el amigo se libre del más cruel de los abrazos. Pero por dentro te acercas a él. Eso, justamente eso, me pasó cuando una noche me dijeron que Quini tenía cáncer. Vi otra vez la pradera asturiana aquella tarde de mayo; lo que escribí entonces nacía de la nostalgia tanto como de la esperanza- He de decir que después de aquello el delantero centro volvió a triunfar…
Enrique de Castro era portero de fútbol y tenía tres hijos., Jesús, Enrique y Falo; los tres habían salido guardametas. Falo, el pequeño, era bueno, jugó en el filial del Sporting y otros equipos de su tierra; Jesús, el mayor, era muy bueno; era muy bueno en el campo de fútbol y mucho más que muy bueno fuera de los campos de fútbol. Hizo época defendiendo la portería del mejor Sporting de Gijón de todos los tiempos, Grande Jesús. Si vais por la playa de Pechón, en Cantabria, fijaos en la placa que os da la bienvenida. Os cuenta que un día de mar airada, durante el verano de 1993, el guardameta Jesús Castro se tiró de cabeza a los pies de la muerte y allí dejó su vida para salvar la de dos niños ingleses que se estaban ahogando. Jesús era muy bueno en el campo de fútbol y mucho más que muy bueno fuera de los campos de fútbol.
El tercer portero no estaba mal pero una tarde le metieron un gol por debajo de las piernas, le entró el bajonazo de los porteros sin sotana y se alejó de los palos. Buena idea, Enrique. Porque conforme se acercaba a la portería contraria la veía más grande, más grande, más grande; justo lo contrario de lo que le pasaba al resto del mundo. Para jugar de delantero, que es lo que voy a a hacer a partir de ahora, no me llaméis Enrique, llamadme Quini como a mi padre.
Allí empezó la historia del mejor; del rey del empalme volado, del cabeceador dinamitero, del señor de los controles con el pecho; del noble capitán, del mejor compañero, del brujo rojiblanco. Allí empezó la historia del otro escudo del Real Sporing de Gijón. Casi 300 goles en liga, más los de copa, los conseguidos en las competiciones internacionales, con el Sporting y con el Barça, su otro club. Todos esos y ocho tantos más conseguidos con la otra camiseta de sus amores, la de la selección de España, dan la cosecha de un genio de corazón de gigante.
En las tardes de hoy, cuando ruge El Molinón porque ataca la escuadra asturiana, el viento sopla del pasado, el balón mira a un hombre entre los banquillos que lleva en la frente un nueve y el Delegado, corbata y escudo del club en la solapa, mueve la pierna o gira el cuello, buscando el efecto preciso para que el balón entre. Pero no entra, no entra…
Quini, ya lo sabéis, fue secuestrado una noche que iba a buscar a su mujer al aeropuerto. El rapto duró casi un mes. A sus secuestradores no les empapelaron del todo porque Quini, en el juicio, les perdonó, no quiso acusarles y renunció a la indemnización. Dijeron que era síndrome de Estocolmo; error, era, simplemente, Quini. Tanto Quini.
Vi un partido de fútbol cerca de Di Stéfano. No hacía comentarios, hasta que un delantero golpeó seco, el portero no pudo sujetarla, pero como no había contrarios cerca se levantó, se tiró otra vez y la cogió al fin. Como para sí mismo, en voz baja, Alfredo comento´: “Si está Las Saeta, gol”. Si hubiera estado Quini, el príncipe del rechace, que volaba tras el disparo de cualquiera de sus compañeros… si hubiera estado Quini, estimado Alfredo… gol.
Brujo nuestro de tantos domingos que estás en este libro con la alegría de quien nos mostró que al cáncer se le derrota, para qué decirte lo que te queremos, somos esa multitud que tras tu liberación te esperaba al pie de la Comisaría de Barcelona cantando tu canción: “Asturias patria querida, Asturias de mis amores…”